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Foto: Braden Collum. Unsplash.

Los críticos de la meritocracia creen que esta no modifica el sistema de privilegios y promueve la competencia al dividir la sociedad entre ganadores y perdedores.

Basta mirar a nuestro alrededor para ver cómo la meritocracia se ha enraizado en la sociedad hasta el punto de llegar a formar una especie de culto al banal cliché del mérito, según el cual se le da un valor superior a aquellas personas que se consideran más talentosas y mejor formadas intelectualmente.  

Pero al mismo tiempo la meritocracia está sometida a duras críticas por quienes consideran que es una manera soterrada de justificar las diferencias sociales y un modo de ascenso social que produce una nueva elite legitimada por sus talentos ¿Qué debemos saber y, sobre todo, esperar de la meritocracia? 

La respuesta se halla, en primer lugar, en el pasado, cuando distinguidos pensadores de la antigüedad sostienen que la sociedad debía estructurarse en torno a las capacidades humanas. Así, por ejemplo, Platón y Aristóteles coinciden en que deben gobernar los más virtuosos, los mejor preparados.

Con el pasar del tiempo esta idea no se agota, sino que se solidifica en la sociedad, adquiriendo la figura de la meritocracia del talento: la asignación eficiente del talento en las instituciones de la sociedad, y la retribución en orden a las responsabilidades, lo que exige examinar la calidad del individuo.

Por eso la terminología de la calidad hace parte del lenguaje de la meritocracia. Son de uso común palabras como estándares, evaluación, pruebas, puntajes, clasificación y recompensa por mérito. La pregunta que surge es: ¿la clasificación por méritos permite construir una sociedad más justa e igualitaria? 

Me parece que esta respuesta exige escuchar los argumentos de quienes la defienden y critican, pues solo así podemos tener una visión más amplia de las consecuencias sociales que produce un sistema basado en el mérito. Vale la pena tener algo de claridad, al menos, sobre lo que cada uno piensa.

Los defensores creen que la meritocracia garantiza el ascenso social y la asignación eficiente del talento en las diferentes instituciones de la sociedad. Lo que hace posible que muchos individuos y familias salgan de la pobreza y da lugar al fortalecimiento y mejoramiento de la gestión pública y privada. 

Quienes critican la meritocracia señalan que reproduce la desigualdad social, genera una nueva elite social y fomenta el individualismo, la competencia y el culto a los ganadores.  

Por ello, consideran que el problema no es la meritocracia en sí misma, sino el acceso desigual, las barreras de entrada, o la inequidad en los sistemas de remuneración. Y, además, en su alegato preguntan con sarcasmo: ¿qué pasaría con una sociedad que cae en manos de ineptos y deshonestos?  

Mientras, quienes la critican señalan que la meritocracia reproduce la desigualdad social que pretenden corregir, erosiona la convivencia social con la dialéctica vencedor-derrotado, genera una nueva elite social y fomenta el individualismo, la competencia, la soberbia y el culto a los ganadores.  

En otras palabras, los críticos consideran que la meritocracia no modifica el sistema de privilegios porque se sostiene sobre bases inseguras y puede generar efectos indeseables en el proceso de convivencia social al exacerbar la competencia y dividir la sociedad entre ganadores y perdedores.

Se puede apreciar que al sumar estas visiones obtenemos como resultado una meritocracia que privilegia la eficiencia, el ascenso social y la aristocracia del talento sobre la reducción de la desigualdad y la convivencia social. Obviamente, perdura la vieja idea meritocrática de la Grecia clásica.

La creencia aristotélica de que los individuos se deben asignar en la Polis en proporción a sus méritos, porque solo así se puede constituir una mejor Polis, resulta una estructura social desigual coronada en la cúspide por un reducido grupo de individuos virtuosos. Una nueva elite de talentos.

Como bien decía Hannah Arendt: “La meritocracia contradice el principio de igualdad, el de una democracia igualitaria, no menos que cualquier otra oligarquía”.

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Julio Antonio Martín Gallego

Magíster en educación, especialista en filosofía contemporánea e ingeniero mecánico de la Universidad del Norte. Investigador y consultor especializado en procesos de cambio educativo y aprendizaje organizacional.

 

 

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