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Un grupo de amigos juega parqués en el Barrio Abajo de Barranquilla. Foto: Jesús Rico. El Heraldo.

En las grandes ciudades se pierden los valores de la provincia y se crece sin grupos familiares y de amistad fuerte. El último censo nacional de población mostró que en Bogotá los hogares más predominantes son los unipersonales.

Cuando se menosprecia a los provincianos, aquellos que nacimos en pueblos alejados de la capital nacional tendemos a sentirnos tocados y surge aquel orgullo de los valores con los que crecimos en la provincia. Tengo que confesar que me siento pueblerino y no me avergüenza manifestarlo porque considero que gran parte de lo que soy se lo debo al haber crecido en ese mundo mágico que nos brinda la provincia.

Mis amigos bogotanos suelen decir en forma despectiva “es que allá todos se conocen”. Y siempre les contesto preguntándoles qué hay de malo en eso. Qué bueno crecer en la provincia donde nos conocemos desde pelaos y mantenemos amistades y relaciones familiares muy estrechas por siempre. Tener esas redes se convierten en uno de los activos más valorados por los provincianos porque podemos contar con la familia y los amigos a lo largo de la vida.

Sobre este tema, recuerdo que un economista argumentaba que en los países avanzados se ha consolidado una política pública de protección social debido a que no cuentan con esas redes que se tienen en los países de menor desarrollo. Eso es aplicable entre las regiones en el interior de un país. En aquellas ciudades cosmopolitas se pierden esos valores de la provincia y se crece sin grupos familiares y de amistad fuerte. De hecho, el último censo nacional de población mostró que en Bogotá los hogares más predominantes son los unipersonales.

Qué bueno crecer en la provincia donde nos conocemos desde pelaos y mantenemos amistades y relaciones familiares muy estrechas por siempre.

Eso no suele suceder en la provincia donde todos nos conocemos, para bien o para mal. Cuando viví en la capital disfrutaba el anonimato que me brindaba la gran ciudad, pero cuando comencé a experimentar el aislamiento social de la metrópoli terminé extrañando a los amigos y familiares que se meten en todo. La verdad es que disfruto encontrarme a los vecinos al entrar y salir de mi casa. Saber que en cualquier problema puedo tocarles la puerta y contar con ellos para resolver asuntos cotidianos.

También soy consciente que nuestro provincialismo no debe limitarnos la capacidad de ver más allá de nuestras narices. Entiendo que podemos construir un mundo mejor si conocemos e interactuamos con otras culturas. De ahí pueden surgir ideas y soluciones innovadoras a las problemáticas que enfrentamos. Pero esa interacción debe partir del respeto de la visión que cada grupo tiene del buen vivir. No creo que haya un enfoque superior a otro, pero no dudo que el intercambio de ideas entre distintas culturas puede ser fundamental para construir una mejor sociedad.

Mientras escribía la columna recordé varias canciones con las que crecí. Un paseo vallenato de Marciano Martínez que dice “Yo nací en el pueblo, vivo en el pueblo, donde la gente toda es de alma noble y de buen corazón”. O el famoso merengue de Adolfo Pacheco donde expresa “A mi pueblo no lo llego a cambiar ni por un imperio, yo vivo mejor llevando siempre vida tranquila”.

 

Columna publicada en el diario “El Universal” de Cartagena.

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Jaime Bonet

Economista de la Universidad de los Andes con una maestría en Economía y un doctorado en Planeación Regional de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign. Desde 2013 se desempeña como gerente de la sucursal de Cartagena del Banco de la República, en donde ejerce como director del Centro de Estudios Económicos Regionales (CEER).

 

 

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