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Como uno de los pioneros del vallenato, Emiliano Antonio Zuleta Baquero (La Jagua del Pilar, Guajira, 1912 – Valledupar, Cesar, 2005), expresó en sus ingeniosas composiciones escenas de la vida en el campo, su propia vida y la relación con las mujeres.

La picaresca en la vida y canciones del “Viejo Mile”, el hombre que fundó una dinastía vallenata.

El aura serena del héroe que tuvo el valor de dinamitar su propia estatua

Gabriel García Márquez,
Relato de un náufrago

El acercamiento a la obra de los grandes maestros de la composición vallenata puede ser de inmensa utilidad en estos instantes en los que esta manifestación musical popular pareciera estar amenazada por las voraces políticas del mercado. Su conocimiento cuidadoso permitiría establecer un marco de referencias para comprender y valorar con sensatez la evolución de la música de acordeón.

Entre los compositores más originales sobresale la figura de Emiliano Zuleta Baquero, cuyos cantos, claramente distinguibles en medio de la gran masa de sus colegas de ayer y de hoy, se caracterizan por su arraigo en la realidad1  y en la cultura popular, la economía verbal y el sano humor.

Nacido en La Jagua del Pilar, el 11 de enero de 1911 (ó 12 ó 13), y fallecido en Valledupar, el 30 de octubre de 2005, la vida de Emiliano Antonio (o Emiliano de las Mercedes) se desarrolló fundamentalmente en el campo y la montaña dedicado a la roza, a la finca de café o a la cría de ganado y de gallinas, en veredas y pueblos apartados de la civilización, pero devotos de la celebración de las fiestas religiosas a las que llegaban los acordeoneros y los guitarristas con sus versos y melodías que convertían a los olvidados pueblos en memorables tierras de cantores.

Músico, contra la voluntad de su madre, la famosa vieja Sara, para quien esta profesión (encarnada en Cristóbal Zuleta, padre de Emiliano, quien una vez le engendró el hijo, la abandonó), era sinónimo de sinvergüenzura, borracheras o pereza, el viejo Mile no sólo tocaba acordeón, caja, guacharaca, carrizo, redoblante y bombo, sino que también cantaba, componía y verseaba con contundencia.

Tres motivos recurrentes

Las composiciones que le han grabado a Emiliano Zuleta Baquero no llegan a 40 y se ordenan en torno a tres motivos recurrentes:

1. La autobiografía: “La pesca”, “El zorro”, “El delirio”, “El Piñal”, “El robo”, “La pimientica”, “El indio Manuel María”, “Los malos años”, “Villanueva”, “Mis hijos”, “Gratitud”, “Cocoliche”, “Mi separación”, “Simón el viejo”, “Parte de mi vida” y “Mis pocos días”.

En los seis primeros cantos domina la narratividad; en los siguientes se expresan sentimientos de admiración, gratitud o preocupación y se tiende a reflexionar acerca de su vida y a condensar en frases la sabiduría de la experiencia.

2. Las relaciones con las mujeres: “Yolanda”, “La misma pendejá”, “Mi esposa me dejó”, “Las esposas”, “Carmen Díaz”, “El milagro”, “Las enfermeras”, “De oficina en oficina”, “La bruja”, “El Monte de la Rosa” y “La camajana”.

Aquí se pone de manifiesto una visión de la mujer signada por el machismo. Al hombre se le permite ser sinvergüenza y parrandero y debe dominar a la mujer: si no lo hace, lo critican los amigos. El hablante se vanagloria de las numerosas queridas y quiere controlar en la mujer hasta el largo del vestido: los trajes corticos no le parecen serios, sino pura camajanería que ofende al hombre.

3. Las controversias con sus colegas: “Pico y espuela”, “La gota fría”, “Las cosas de Moralito”, “El gallo viejo”, “Pique vallenato” y “Que el diablo tenga la culpa”. 

Un vallenato que canta y cuenta

Surgidas de circunstancias concretas, las composiciones del Viejo Mile preservan, en su mayoría, la tradición de la crónica cantada para el disfrute de los habitantes de su entorno:

“El robo” cuenta el apuro que tuvo una vez que se bajó en un hotel y ordenó a un muchacho una embolada, sin saber que le habían hurtado la cartera que guardaba en el bolsillo delantero, pero por fortuna, pasó por allí un amigo y lo salvó de la calamidad;

“El delirio” relata la ocasión en que salió a caminar su roza con sus hijos y en el camino se desmayó dos veces, con la mala suerte de que nadie pasó por allí para avisarle a su esposa o conseguir una bestia para regresar; en el esplendor de la fiebre y en plena soledad delira que sus amigos lo buscan para tocar en una parranda o que retoza con su mujer, Carmen Díaz, hasta cuando ésta le manda un frasquito de Otopan y mejora, pero a las 24 horas le regresa el dolor;

“La bruja” refiere la aparición, en La Sierra, de una mujer que no lo deja dormir, pues sospecha que se trata de sortilegios de La Pule, su primera mujer, de los cuales se defiende a punta de parrandas;

“Las enfermeras” evoca el episodio de una apendicitis que obligó a sus amigos a internarlo en el Hospital de los Seguros y el temor, al despertar de la anestesia, de que las enfermeras le hubieran quitado aquello “que Dios le dio”, además de los previsibles celos de su mujer por la demora en regresar a casa;

“La pimientica” narra la novatada que pagó cuando unos calanchines lo hicieron jugarse la plata ganada en un toque y se la ganaron: Mile no sólo quedó limpio, sino que su mujer, como castigo, lo sometió a una dieta sexual de quince días;

“El zorro” registra el extraño encuentro con un zorro azul con mal de rabia, que le parecía una encarnación del acordeonero Lorenzo Morales, a quien tuvo que matar con un garrote, pero el cual, incluso después de muerto, seguía soltando una saliva venenosa;

“La pesca” detalla el fiasco que se llevó el compositor una vez que lo invitaron a una pesca y aceptó y lo único que consiguió fueron unos bocachicos chiquitos, tan mal salados que se pudrieron y no pudo venderlos;

“Simón, el Viejo” recuerda la fuga a Badillo para parrandear, en la que su primo Simón, durmió la borrachera, en la iglesia, con San Juan Bautista y el Corazón de Jesús;

y “El Piñal”, síntesis autobiográfica en la que rememora las diversas etapas de su vida delimitadas por las idas y vueltas a la región de El Plan, a la finca donde nació, de la cual, años después se convirtió en propietario.

Como los grandes compositores de la música de acordeón, Emiliano logró con sus cantos la configuración de un universo propio, con personajes que pasan de una canción a otra, en especial, sus familiares (su mamá, la vieja Sara); las mujeres (La Pule y Carmen Díaz); los hijos, el tío Andrés, el hermano Toño Salas, Lorenzo Morales, su contrincante eterno en las contiendas verbales de la piqueria, y los amigos (Poncho Cotes, Rafael Escalona, Chico Daza, Beltrán Orozco), quienes deambulan por la geografía de la parranda y el calendario de las fiestas patronales.

Un personaje singular

El viejo Zuleta Baquero sabe aprovechar su viva vena narrativa y ponerla al servicio de un relato sabroso, cabalmente expresivo de la visión del mundo ingeniosa y risueña del hombre del Caribe, al tiempo que contribuye a iluminar los misterios de su condición humana. En los cantos de Zuleta sobresale, además, la creación de un personaje singular, protagonista inconfundible, con voz propia, él mismo, el propio viejo Mile, un rasgo que lo diferencia de lo ocurre hoy cuando, en las quejumbrosas composiciones recientes, parece que estuviera hablando siempre la misma persona atormentada, víctima crónica de eminentes engaños amorosos y otras traiciones.

Zuleta configura un personaje, a través del cual se puede reconstruir gran parte de su periplo biográfico, el gozoso y desafiante mosaico vital de un enamorado incesante, parrandero de nacimiento y de oficio, campesino apegado a la tierra, pero asimismo andariego asiduo, mujeriego consuetudinario, pícaro impenitente, que lleva una vida de idas y vueltas, de preferencia, por la zona de la sierra, cerca del Cerro Pintao, a través de municipios (Curumaní, Chiriguaná, Fundación, La Jagua del Pilar, Urumita, Valledupar, Villanueva), corregimientos (Badillo, Caracolí, El Javo, El Plan, Guayacanal, Rincón Hondo, San Roque) y fincas (“El Monte de la Rosa”, “El Piñal”, “Santo Domingo”, “Santo Tomás”, “Los Llanos”), casi siempre persiguiendo las festividades religiosas (San Antonio, Chiquinquirá, San Pedro, San Pablo, San Juan Bautista, San Antonio, la Santísima Cruz y Virgen del Carmen, entre otras).

El viejo Zuleta Baquero sabe aprovechar su viva vena narrativa y ponerla al servicio de un relato sabroso, cabalmente expresivo de la visión del mundo ingeniosa y risueña del hombre del Caribe, al tiempo que contribuye a iluminar los misterios de su condición humana.

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En 1928, a la edad de 16 años, Emiliano Zuleta escapa con uno de los tres acordeones de su tío Francisco Baquero. Al regresar le compone a modo de disculpa una canción a su tío en la que sería su primera canción.

Como sus colegas, Zuleta le pone la rúbrica a casi todas sus canciones: cuando no se refiere a Emiliano es al Viejo Mile o a Emilianito o al hijo de Sara. No obstante, estas marcas se dan sobre todo en los cantos a las mujeres y en los de piquería como resaltando una voluntad de afirmación. En contraste, en los cantos más propiamente narrativos, en los que cuenta en primera persona sus chascos, no se preocupa por insertar su rúbrica, consciente quizá de que, en el fondo, un hombre es todos los hombres.2 

La riqueza de este personaje se puede apreciar en la memorable crónica de Alberto Salcedo Ramos, “El testamento del viejo Mile”, en la que intentó, en vano, agotar los sinónimos para definirlo: bribón, burletero, bandido, vagabundo, vivaracho, pícaro y perequero.

Campeon de la piquería y antihéroe

El fuerte del viejo Emiliano tal vez lo constituya el vallenato pendenciero de la palabra insultante con la cual vapuleaba con contundencia a sus contendores, cuya obra maestra es “La gota fría”, en la que el verbo bravucón de Zuleta golpea a Morales para que respete y se acabe la vaina: le mienta la madre, lo trata de cobarde, de embustero, lo insulta por el color de su piel, por el lugar de nacimiento y por la supuesta incultura, entre otros recados groseros.

No obstante, pese a los triunfos en las piquerias, sorprende cómo en la mayoría de sus composiciones la imagen que proyecta de sí mismo el Viejo Mile es más bien la de un antihéroe que se redime gracias a su gran sentido del humor que le permite reírse de sí mismo con desparpajo.

Veamos. A pesar de autodefinirse como dueño de una vasta rutina “en acordeón y mujeres”, que tiene guardado “para darle al que no tiene” (“Con la misma fuerza”); a pesar de sentirse como un veterano gallo de pelea (“El milagro”, “El gallo viejo”, “Pique vallenato” y “Pico y espuela”); a pesar de que le pide a las mujeres que sufran y tengan paciencia con él porque ellas saben de antemano de su natural sinvergüenzura (“Carmen Díaz”), la imagen dominante que Zuleta proyecta su canto es la del campesino, por momentos ingenuo, enfrentado con una serie de chascos, sustos, “necesidades, amarguras y tormentos” (“Mis pocos días”), en los que va por lana y vuelve trasquilado.

Pese a los triunfos en las piquerias, sorprende cómo en la mayoría de sus composiciones la imagen que proyecta de sí mismo el Viejo Mile es más bien la de un antihéroe que se redime gracias a su gran sentido del humor que le permite reírse de sí mismo con desparpajo.

Lo original en los cantos del viejo Mile es que él no maquilla la realidad para reivindicarse de sus derrotas: por el contrario, y, sin el menor pudor, se atreve a revelar aun los detalles más íntimos y vergonzosos, aunque también podría pensarse que se trata de una diestra estrategia para lograr la comicidad en sus cantos:

en “El delirio”, sus desmayos y alucinaciones;

en “Las enfermeras”, el temor de que éstas le hayan mutilado su virilidad y la pena que “por no llegá a la casa/ ahora tenga “La Cachaca”/ celos con las enfermeras”;

en “El milagro”, la dama a quien quiere le juega con dos barajas y cuando Mile, ante la evidencia de la infidelidad, le habla de poner fin a la relación, la mujer trata de convencerlo con palabras zalameras: “No te retires, papito;/ yo te quiero, Emilianito,/ y quiero vivir a tu lado”,/ pero el otro enamorado/ salió en ese momentico”;

en “De oficina en oficina” no oculta la persecución judicial que le hace La Pule para que le dé una casa;

en “Yolanda”, a pesar de quedarse en San Roque para verla, ésta se va para Curumaní;

en “Pique vallenato”, acepta que su hermano Toño Salas, en La Jagua, lo llevaba a toda carrera “que no me dejó hacer nada/ pero fue en cuatro palabras/ que eso lo canta cualquiera”;

en “El regreso”, admite la crítica de la gente porque vive gobernado por su mujer; en “Las vacaciones de Emiliano”, pelea con su mujer, se va de la casa y, aunque se consigue varias amantes, termina buscándola de nuevo, aunque advierte que “es la última vez/ que a Mile le pasa/ de irse de su casa/ pa después volver”;

en “La pesca”, reconoce que “Yo perdí en la pesquería”;

en “Cocoliche”, entre tantos limones en el suelo, precisamente a él le toca el que está biche;

en “La pimientica”, al presentarse sin dinero a casa, no sólo le niegan el desayuno, sino también “la cosita”.

Así como se vanagloria porque “Tengo una negra en Zambrano/ tengo otra en Lagunita/ tengo otra en Urumita/ y todas tres son de Emiliano” o porque “De tres partes una es pa Eva/ Otra es para mi esposa/ Y otra pa Carmen Herrera”, no tiene empacho en confesar que “Una buena mañanita/ Emiliano quedó solo/ Carmen Díaz se fue pal Morro/ y Pule para Urumita”. No hay ningún otro compositor vallenato que se atreva a confesar con semejante franqueza sus caídas, desengaños, enfermedades, cirugías y frustraciones. Tales fracasos, Zuleta los suaviza con el aceite del humor. En “La misma pendejá”, canto en el que reconoce las diarias peleas en su hogar, se consuela con la risueña posibilidad de la ayuda de San Pedro:

Ando buscando una mujer querida
Y conseguirla es que yo no puedo
Yo voy a hacer un viajecito al cielo
A pedirle a San Pedro que me la consiga

De no ser por “La gota fría”, la imagen que se tendría del protagonista de los cantos de Zuleta sería la del perdedor consuetudinario que, no obstante, sabe reírse de sí mismo, consciente quizá de que, como señalaba Borges, hay una dignidad que el vencedor no puede alcanzar. Ni el ganador ni el vanidoso.

Zuleta, como muchos compositores de su época, es diestro en el uso de la cuarteta, en la que respira la poesía popular en lengua castellana. Leal al entorno campesino en el que creció, sus imágenes remiten a la naturaleza, los gallos, los frutos.

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En 1938 Emiliano Zuleta compone “La gota fría”. El tema nace de una controversia musical con el también músico Lorenzo Morales.

El lenguaje de la conversación popular

Al igual que los compositores de su época, Zuleta es dueño de un lenguaje arraigado en lo popular con sus dichos: “digo el milagro/ pero el santo no lo digo” (“El milagro”); “la mula que amansa otro/ cuando no patea le queda algún resabio” (“La misma pendejá”); sus refranes: “Cada cabeza es un mundo/ cada loco con su tema”; “el que trabaja prospera” (“El regreso”); y expresiones coloquiales “poner sebo” (“Las vacaciones de Emiliano”); “andar con el credo en la boca” (“Mi esposa me dejó”, “Las enfermeras”); ser “carón” (“Con la misma fuerza”); “a la buena mañanita” (“La pimientica”); “vea qué friega” (“La camajana”); “la misma pendejá” (“La misma pendejá”); “tener a palo seco” (“Carmen Díaz”); “meter la pata” (“De oficina en oficina”),;“tirarse un sport” (“La pesca”). Este lenguaje coloquial y popular adquiere una gran musicalidad gracias al uso reiterado de la anáfora que se constituye en una constante de sus cantos: “la mandé cuatro palabras/ a esa cariñosa negra/ cuatro pa que me quisiera/ cuatro pa que me olvidara/ cuatro pa que se apartara/ Emiliano junto de ella” (“El milagro”).3

Zuleta, como muchos compositores de su época, es diestro en el uso de la cuarteta, en la que respira la poesía popular en lengua castellana; pero, asimismo, como pocos, se desenvolvió con solvencia en el manejo de la décima. Leal al entorno campesino en el que creció, sus imágenes remiten a la naturaleza, los gallos, los frutos. Memorable es el símil mediante el cual alude a su fortaleza en “Con la misma fuerza”:

estoy como una naranja
viviendo al sol y sereno
recibo los aguaceros
prendido del mismo ramo
y aunque se remeza el palo
nunca arrastro por el suelo

La aceptación de sus colegas

La trascendencia de la obra de Zuleta ha sido reconocida principalmente por sus colegas compositores quienes lo han inmortalizado a través de sus cantos. Así, Rafael Escalona en “La enfermedad de Emiliano” expresa cómo le “mortifica que un muchacho tan joven/ por falta de malicia/ se deje maltratar”; Leandro Díaz recuerda su poética de versos “bien chiquiticos y bajiticos de melodía” con “una nota muy recogida”; Juancho Polo Valencia en “El provincianito” le envía a Emilianito un “saludo de ofensa” en el cual se contradice al afirmar que “su rutina no está en la historia”; y Luis Enrique Martínez, en “La puertecita”, manifiesta la felicidad que siente porque va a conocer la finca ”donde viven Emilianito y Carmen Díaz”.

Pero el homenaje mayor es el que le hace su hijo Emilianito Zuleta Díaz en la canción “La herencia” en la que le agradece el legado, no material, sino musical, que su padre le ha dejado, el cual “tiene que recibir su pago/ aquí en la tierra y allá en la gloria/ por eso mientras viva Emiliano/ tendrá su respaldo a toda hora”. Un caso paradójico y pintoresco es el de Armando Zabaleta quien inicialmente le dedica “La sugestión de Emiliano”, un canto insultante que hizo aparecer como de Lorenzo Morales (“Zuleta ya no sale de su casa/ y dicen que si sale a parrandear/ en seguida Carmen Díaz lo va a buscar”), pero, muchos años después, cuando nace el niño Andrés Alfonso Zuleta, compone “El nieto de Emiliano”, una canción en la que reconoce cómo “los cantos que uno hace hoy en día/ pasan de moda en un momentico/ el que nunca pasa es “La gota fría”/ compuesta por su abuelo Emilianito”, agregando que “Andrés Alfonso me imagino yo/ que va estar sobrado de inteligencia/ porque en la misma fecha en que él nació/ nació su abuelo Emiliano Zuleta/ Ese niño con el favor de Dios/ tiene que ser acordeonero y poeta”.

La herencia de Emiliano

Emiliano Zuleta Baquero no sólo le ha legado al Caribe colombiano “La gota fría”, quizá la pieza musical de la música de acordeón que cuenta con mayor vigencia y más versiones calificadas (después de “Se va el caimán” de José María Peñaranda) y la que más regalías ha producido. Su gran herencia la constituyen además de sus canciones, sus hijos y nietos, la “dinastía” de los Zuleta, que por tres generaciones ha estado enriqueciendo la tradición de la música de acordeón del Caribe colombiano, en la que sus hijos Emilianito, Poncho y Héctor, merced a sus incontables aportes renovadores constituyen hitos insoslayables a la hora de contar la historia de los compositores, acordeonistas, cantantes y verseadores de la región. 

 

Referencias

1 En las diversas entrevistas que le hicieron, Emiliano Zuleta siempre recalcó el apego suyo a los sucesos reales como motivo de sus composiciones :”Todas las canciones que yo hice, se basaron en una realidad, en algo que me sucedió, en un hecho comprobado” (J. Mantilla Rojas 2002: 75-76); “todo lo que compongo es vivido, verídico, cosas hechas sobre casos que me han ocurrido a mí” (116); “todo lo que me pasaba o le pasaba a los demás lo reducía a canción” (135).

2 Así ocurre en “La pesca”, “El Piñal” y “Simón, el viejo”. En cantos más bien reflexivos acerca de lo que ha sido su vida, su nombre tampoco se reitera: “Villanueva”, “El indio Manuel María”, “Mis hijos”, “Mi separación” y “Mis pocos días”.

3 Al respecto, puede escucharse: “El regreso”, “La misma pendejá”, “Mi esposa me dejó”, “Las esposas”, “Carmen Díaz”, “De oficina en oficina”, “El zorro”, “El delirio”, “El Piñal”, “El robo”, “Villanueva”, “Mis hijos”, “La pimientica”, “Cocoliche”, “La pesca”, “Que el diablo tenga la culpa”, “La gota fría” y “Las cosas de Morales”

 

Bibliografía

Fiorillo, Heriberto (2009), La mejor vida que tuve. Ediciones La Cueva, Bogotá. Colección Gases del Caribe
Mantilla Rojas, Jorge (2002), El “Viejo” Emiliano. Homenaje en sus noventa años. Su vida juglaresca en su propia voz. Litografía Upar, Valledupar.

Medina Sierra Abel (c2004), “Emiliano Zuleta o la épica desafiante de un Cid cantador”. Seis cantores vallenatos y una identidad. Fondo Mixto para la Promoción de la Cultura y las Artes de La Guajira, Riohacha.

Mendoza Sierra, Luis (1999), La gota fría. Vida y anécdotas de las mejores canciones de Emiliano Zuleta. Oveja Negra – Quintero Editores, Santafé de Bogotá.

Oñate Martínez, Julio (2012), “El viejo Mile: entre la audacia y la inocencia (Dos breves visiones de un juglar)” La dinastía Zuleta. Homenaje del Festival Francisco El Hombre. Universidad de La Guajira-Corporación Francisco El Hombre, Bogotá: 169-173.

Rodríguez, María Matilde (2012), “Emiliano Zuleta Baquero: entre dinastías y brebajes”. La dinastía Zuleta. Homenaje del Festival Francisco El Hombre. Universidad de La Guajira-Corporación Francisco El Hombre, Bogotá: 31-37.

Salcedo Ramos, Alberto (2012a), “El testamento del viejo Mile”. La eterna parranda. Crónicas 1997-2011. Aguilar, Bogotá: 39-81

Salcedo Ramos, Alberto (2012b), “Historia secreta de una historia”. La dinastía Zuleta. Homenaje del Festival Francisco El Hombre. Universidad de La Guajira-Corporación Francisco El Hombre, Bogotá: 15-29.

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Ariel Castillo Mier

Licenciado en Filología e Idiomas de la Universidad del Atlántico, magíster en Letras Iberoamericanas en la UNAM, de México, y doctorado en Letras Hispánicas en El Colegio de México. Profesor de la Universidad del Atlántico.