Cristóbal Colón pisa tierras americanas en la pintura ‘Desembarco de Colón’, del pintor Dióscoro Puebla.
La narrativa histórica, un campo de batalla ideológico
De tiempo atrás, cada 12 de octubre se abre el debate sobre el desembarco de Colón en América, en el que se enfrentan visiones contrapuestas acerca de su significado histórico y, especialmente, sobre lo que sucedió después en la conquista y colonización.
Por ejemplo, en este relato histórico suelen enfrentarse principalmente la mirada de la Historia desde arriba, la de las grandes hazañas de quienes ostentaron el poder, con la mirada de la Historia desde abajo, la de la resistencia y lucha de los pueblos aborígenes
Esta contienda entre visiones no ocurre solo en este hecho histórico, también sucede en muchos otros acontecimientos del pasado lejano y reciente. A que se debe esto ¿Cómo es posible que existan interpretaciones tan disímiles de un mismo hecho histórico?
La respuesta es que, en un momento dado, la interpretación de la Historia responde a la posición generalmente aceptada. Es decir, la narrativa histórica no depende solo del rigor metodológico o la imparcialidad, sino también de un consenso que avala esa interpretación.
A lo que se suma que hay una nueva camada de historiadores que se han dado a la tarea de controvertir las interpretaciones históricas que por generaciones se han inculcado, e intentan presentar otras alejadas de las narraciones históricas convencionales.
Además, la Historia es fácil presa de las condiciones políticas e ideológicas reinantes, porque la narrativa histórica juega un papel clave en la construcción de la identidad nacional. Por eso en muchas ocasiones es un terreno de confrontación ideológica o política.
Una confrontación más bien sombría en la que se pretende imponer los valores del presente al pasado remoto, y a todas las culturas. Hablamos de interpretaciones moralistas intemporales, en la que se sobredimensionan unos valores y subvaloran otros.
La narrativa histórica juega un papel clave en la construcción de la identidad nacional. Por eso en muchas ocasiones es un terreno de confrontación ideológica o política.
También, hablamos de narrativas históricas que, como señaló Derrida, declaran y esconden cosas bajo la errónea idea de que el lenguaje es fiel expresión de la realidad, cuando sabemos que las narraciones son susceptibles de múltiples interpretaciones.
Está claro, pues, que una cosa son los hechos históricos, y otra, lo que se recita de ellos; una cosa son las fuentes de información y los testimonios de primera mano, y otra, su interpretación. No olvidemos el refrán popular: “del dicho al hecho hay mucho trecho”.
Ahora, me pregunto, ¿cómo hace el ciudadano para no quedar atrapado en el tira y afloja que mantienen los intérpretes oficiales de los hechos y acontecimientos del pasado? ¿Qué puede hacer para no tomar partida por un bando de forma acrítica?
Me parece que la clave es tener claro que las diferentes versiones de la historia no son verídicas per se, sino que corresponden a un proceso de construcción humano inacabado que está en continuo cuestionamiento, y donde nadie tiene la última palabra.
Por eso el ciudadano debe tratar de entender todas las versiones que se dan acerca de un hecho histórico, ya que la realidad no es blanca ni negra. Más bien, pinta bastante gris. La verdad es que las diferentes versiones oficiales enriquecen la Historia.
Y, sobre todo, nos ayudan a entenderla mejor, porque como señalo el historiador francés Marc Bloch, “la historia es un dialogo constante entre el pasado y el presente, en el que cada generación aporta sus propias interpretaciones y cuestionamientos”
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Julio Antonio Martín Gallego
Magíster en educación, Especialista en filosofía contemporánea e Ingeniero Mecánico de la Universidad del Norte. Investigador y consultor especializado en procesos de cambio educativo y aprendizaje organizacional.