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La escritora española Irene Vallejo de paso por Hay Festival Cartagena  2022. Foto: archivo personal escritora.

En 2019 Irene Vallejo deslumbró al mundo literario con la publicación de El infinito en un junco. La autora española regresa a las librerías colombianas con El silbido del arquero. Conversamos con ella sobre su novela, el ejercicio del periodismo y el siempre vigente valor de la lectura.

El silbido del arquero (Penguin Random House) fue el punto de partida con el que Irene Vallejo decidió ahondar en una serie de inquietudes sobre los temas que hoy nos obsesionan. 

La escritora nacida en Zaragoza reimagina la Eneida, un clásico de la literatura y epopeya del poeta romano Virgilio, que relata el viaje de los derrotados de la Guerra de Troya. Para ello pone en voz de uno de sus personajes la necesidad casi vital de los seres humanos de inventar leyendas y buscar respuestas a nuestras inquietudes más profundas. 

Con “distintos acentos, tonos y técnicas”, Vallejo logra repensar los mitos desde una mirada contemporánea sobre temas como la restricción de las libertades, la hibridación de las etnias, los refugiados que huyen de las guerras, las mujeres que no necesitan ser salvadas y las deidades que pierden su potestad sobre los hombres. 

Juan Camilo Rincón: ¿Cómo ve el recibimiento que tiene hoy la reedición de El silbido del arquero, un libro que publicó hace ocho años?

Irene Vallejo: Para mí es emocionante porque ese libro en España pasó muy desapercibido en su momento. Apenas hubo críticas y no tuvo repercusión mediática. Lo publicó una editorial independiente muy exquisita y maravillosa pero poco conocida y con escaso músculo de marketing. En su momento fue un libro que circuló gracias a clubes de lectura, institutos de educación secundaria, ferias del libro y, sobre todo, lectores entusiastas, pero no se habló de él. Por eso es hermoso que ahora tenga otra oportunidad, gracias al hermanito Infinito. 

J.C.R.: ¿Qué es lo que hace tan interesante a Virgilio como personaje a la luz de hoy?

I.V.: Es un escritor que ha tenido una vida literaria intensa, dio ese salto y ha penetrado en los libros como personaje de ficción más allá de su realidad auténtica. Me interesaba su relación con Augusto, no tanto lo real e histórico, sino las fricciones constantes a lo largo de los siglos entre el creador y las figuras poderosas que quieren utilizarlos de alguna manera como propagandistas. Es un conflicto que está totalmente vivo en el presente, todas esas tensiones cuando los escritores, y por supuesto, incluyo a periodistas, forjan el relato y en qué medida se someten o cómo conquistan su libertad respecto a las presiones del mundo moderno. Hace un momento estábamos hablando de los escritores nicaragüenses que han sido castigados y penalizados por ejercer su libertad de escribir. 

 

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Dante y Virgilio en el infierno, detalle de un fresco de Joseph Anton Koch (1825). En “El silbido del arquero” Vallejo reivindica la faceta humana del poeta romano.

¿Cómo llevó ese asunto al mundo antiguo en su novela?

Todavía es una cuestión viva, por desgracia, y me pareció interesante narrarla cuando surge el fenómeno del mecenazgo y una visión muy idealizada de esa Roma donde parece que solo recordamos el momento de florecimiento cultural y artístico, pero olvidamos lo densa, oscura y alarmada que fue la sombra de Augusto y, en general, de los sucesivos emperadores sobre el quehacer literario. Por eso me pareció tan interesante jugar a que el escritor es el único personaje que no tiene voz en primera persona en el libro, mientras que los personajes de la trama legendaria se narran a sí mismos. Sin embargo, el escritor es narrado en tercera persona porque no tiene la libertad suficiente para contarse a sí mismo; su voz está al servicio de otras personas y está en una búsqueda de cómo liberarse de esas cadenas o de esa protección asfixiante. 

Virgilio es además un personaje tímido, apocado, que a pesar de su fama se siente muy inseguro de sí mismo, de su físico. Siente que decepciona a los lectores porque no es lo que ellos esperarían leyendo su poema. Era un hombre con una vocación muy filosófica; de hecho, se fue a una especie de comuna en la juventud porque quería vivir con otros filósofos al margen de la sociedad. Era una especie de hippie o altermundista de aquella época y tuvo que abandonar ese retiro porque amenazaban con expropiar la granja a su familia. El desahucio es un tema contemporáneo que, por desgracia, todavía sigue condicionando la vida de la gente. Me gusta bajar del pedestal a ese Virgilio que nos imaginamos solo como un autor consagrado, muy clásico y distante y frío, y recuperar toda su humanidad, que además conecta perfectamente con muchos de los conflictos que vivimos ahora mismo. 

Después de escribir El infinito en un junco, ¿cómo ve ahora la relación entre los dos libros?

Siento que con los libros se entabla una relación curiosa cuando los lees o los relees. Hay una especie de aprehensión a encontrarte con una parte de ti misma que de alguna manera ha evolucionado por otros caminos, en donde temes no reconocerte. Creo que hay una continuidad entre los dos; de hecho, hay una escena que casi serviría de puente, cuando están enseñándole a escribir al niño en la playa y le enseñan a dibujar las palabras. Son fenicios, los inventores del alfabeto, tanto Ana como Elisa-Dido, y allí hay casi como una especie de puerta trasera para pasar directamente a El infinito. Me gusta que existan esos guiños entre los libros, que dialoguen entre sí, que respondan a distintas búsquedas, pero que se sitúen en un entramado de temas e inquietudes análogos. Eso me interesa porque creo que hay un aspecto lúdico también en la escritura, jugar sobre distintas miradas y técnicas y enfoques para contar esas grandes cuestiones que nos obsesionan.

 

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Portada de “El silbido del arquero”, obra de Irene Vallejo publicada por Penguin Random House.

Alguien decía que el periodismo es el privilegio de aprender en público; estás constantemente aprendiendo, poniéndote retos. Es muy estimulante y necesario.

¿Cómo ha sido su experiencia como columnista? 

Ya son más de quince años publicando artículos semanal o quincenalmente. Eso moldea el hecho de escribir artículos y tengo la sensación de que en el fondo no hay una gran diferencia entre la forma en la que escribimos periodismo, libros… Los presentamos como formatos y géneros distintos, pero en el fondo el artículo es como el gimnasio de escritura; es ahí donde te fogueas, haces músculo, te acostumbras a escribir con una periodicidad y una constancia que te enseñan a manejar los recursos y a conocerte a ti misma. Con el periodismo aprendí ese desafío de escribir para un público amplio que nunca sabes quién es, y además adquirir la velocidad de entrar rápidamente en el tema y buscar los anclajes que vayan a atraer la atención de quien lee. Esta sensación de urgencia, de que en cualquier momento puedes perder al lector, que si lee dos párrafos y no le interesa, saltará a otro artículo, a otra página, a otra sección. Es un reto continuado que te regala una forma distinta de estar en el mundo, un grado mayor de atención a quienes te rodean, a las conversaciones, a los estímulos, a los indicios que puedan ser representativos; esa necesidad de estar atento, pendiente y considerar que cualquier asunto es de tu interés porque es revelador, y que hay una faceta del mundo contemporáneo que se te está escapando, que no está tan cerca de tu experiencia. Todo eso se lo agradezco al periodismo. 

¿Qué ha heredado su literatura del periodismo?

Es lindo que el periodismo puede ser muy literario y te da recursos para convertirte no sé si en mejor escritor, pero sí en una persona más observadora y más atenta al prójimo. De verdad admiro a la gente que trabaja en redacción; he tenido ocasión de aprender de los animales de redacción. Es muy exigente escribir de muchos temas, entrevistar a personas que vienen de ámbitos completamente diferentes, tener esa versatilidad constante, esa capacidad. Alguien decía que el periodismo es el privilegio de aprender en público; estás constantemente aprendiendo, poniéndote retos. Es muy estimulante y necesario; hay mucha más gente leyendo prensa que leyendo libros; o sea que en definitiva tenemos más lectores allá de los que tenemos en los libros. Es un trabajo con muchos desafíos también. Cuando en El silbido del arquero hablo de ese conflicto con el poder, estoy pensando más en lo que he experimentado como periodista que como escritora; esas presiones, las tensiones, ese juego difícil con el que a veces tenemos que elegir y tratar de ser sutiles en lugar de ser obvio, porque si escribes algo obvio en un determinado sentido, puede quedarse sin publicar o puede sufrir algún tipo de recorte o de retoque. Ahí es como vas pactando con los distintos asuntos, con tu integridad, las presiones. En fin, es un trabajo delicadísimo y hay muchísimo juego en las decisiones que tomas en ese terreno.  

Por último, usted ha afirmado que los libros nos están rescatando del solipsismo. ¿Sigue convencida de eso?

Creo que por eso se está acentuando cada vez más esa dimensión social de la lectura. La gente quiere estar en las ferias; incluso cuando hace esas largas filas es porque de alguna manera se reúne con otras personas con las que comparte algo que es un nexo importante, el haber leído el mismo libro, el querer conocer a quien lo ha escrito. Es una forma de socializar, una alternativa a las que existían, y para mí es un contrapeso, un contrapoder frente a estas redes que tienden a adularnos y a aislarnos en esa sensación de mirarlo todo desde una atalaya donde tenemos razón, pero donde no nos relacionamos cara a cara y piel con piel con la gente.

 

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Juan Camilo Rincón

Periodista, escritor e investigador cultural.