Carlos Granés (Bogotá, 1975), PhD en Antropología Social por la Universidad Complutense de Madrid, ha estudiado las vanguardias culturales del siglo XX y la influencia del arte en el ser humano y en la realidad. Foto: Antonio Heredia. El Mundo.
Desde España, Carlos Granés conversa con Contexto sobre arte y política. Para el antropólogo colombiano “el populismo y el indigenismo aislarán a América Latina del resto del mundo”.
Aunque Carlos Granés lleva casi la mitad de su vida viviendo en Madrid, su acento colombiano es inconfundible. Doctor en Antropología por la Universidad Complutense, el ensayista pasa por uno de los mejores momentos de su carrera: su libro Delirio americano. Una historia política y cultural de América Latina, publicado por Taurus en España y Colombia ha recibido una crítica notable y en los próximos meses se editará en Argentina, Perú, México y Chile. Se trata de una sugerente historia de las vanguardias artísticas e intelectuales del siglo XX que tiene tantas correspondencias con los actuales delirios populistas, indigenistas y nacionalistas que parece una crónica del presente latinoamericano. Al menos así se ve desde Santiago y Madrid, en esta conversación que tuvimos por Zoom.
Iván Garzón Vallejo: ¿Por qué es tan difícil construir una Historia conjunta de América Latina?
Carlos Granés: Algo decisivo para escribir este libro fue llegar a España, eso me permitió tener una visión distinta del continente, poder analizar una región entera. Cuando llegué, en la década de los noventa, Colombia era un país muy violento, poco atractivo para las migraciones y aislado. Cada país está enfrascado en sus propios problemas, en sus conflictos y en sus intentos por construir una identidad como nación, de tal forma que niega la posibilidad de sentir curiosidad por lo que acontece en el país vecino, por su cultura. Este aislamiento lleva a la construcción de una caricatura de América Latina y a una ignorancia de lo que ocurre a nivel cultural y político.
I.G.: Parece también complicado encontrar fenómenos artísticos e intelectuales que traspasen las fronteras nacionales…
C.G.: Hemos tenido distintos momentos. El periodo modernista fue muy cosmopolita y trasnacional. A finales del siglo XIX y principios del XX, los poetas viajaban mucho y se conocían entre sí, formaban una sola comunidad. Trabajando como diplomáticos para dictadores y gobernantes forjaron una primera internacionalización de las letras latinoamericanas. Posteriormente vino un momento muy nacionalista donde los intelectuales empezaron a reivindicar costumbres locales, alrededor de la época de los veinte, reivindicaron elementos de la jerga local para promover intereses nacionalistas. Más adelante, hemos vivido momentos de apertura: en la literatura, en la arquitectura, el arte abstracto y con la llegada del surrealismo se redujo el nacionalismo. También hemos gozado de momentos de esplendor. La vanguardia arquitectónica de Brasil y el boom latinoamericano son una prueba de ese periodo de grandes creaciones que fue ejemplar para muchos otros lugares del mundo. Todo el continente fue capaz de mirar hacia estos fenómenos.
Martí, Rodó, Vasconcelos, Neruda, Paz, García Márquez, Vargas Llosa y Borges alcanzaron una estatura universal, ¿por qué crees que lograron trascender fronteras?
En el caso de García Márquez, Vargas Llosa y Neruda fueron autores que lograron contar una vivencia latinoamericana particular a través de herramientas artísticas sofisticadas y cosmopolitas. Ese rasgo cosmopolita de su creación permitió que esa experiencia particular se universalizara. Perfeccionaron su escritura para universalizar asuntos arcaicos y remotos que obtuvieron el reconocimiento que merecían.
¿Crees que las tendencias políticas y culturales contemporáneas hacia los indigenismos, nacionalismos y populismos traerán una nueva forma de aislamiento con el resto del mundo?
Yo considero que sí, aunque esto no sucede solamente en América Latina. Ocurre en el mundo entero. Estamos viviendo la globalización del fenómeno identitario. En todas partes la política de la identidad, de la inclusión y del reconocimiento se convierte en el pilar de la cultura y del discurso político. No solo en Colombia se incluye al indígena y al negro, en Estados Unidos se incluye al transexual y al migrante racializado: cambian los actores, pero el discurso es el mismo. Este movimiento identitario presenta inclinaciones de izquierda e inclinaciones de derecha. Sin lugar a dudas, este periodo tiene algunas características del momento histórico de los años veinte y treinta del siglo XX, donde al centro de la cultura se encuentra la víctima racializada que debe ser reivindicada, hacerla visible para la construcción nacional. Si se pudiera extraer alguna lección de ello, es que este arte fue usado para promover gobiernos nacionalistas y autoritarios que fomentaron el aislacionismo del continente.
Pero paradójicamente los intelectuales, los artistas, los académicos y la intelligentsia son parte de las élites, de sectores que gozan de relativa estabilidad económica para dedicarse a la vida contemplativa, para decirlo en términos clásicos. ¿Puede haber una suerte de culpa en la romantización del mundo marginado?
Desde los noventa, en el mundo anglosajón, la izquierda dejó de preocuparse por la igualdad material para centrarse en el reconocimiento y la pregunta que surgió es: ¿cómo dar voz a quienes han sido excluidos? Esto se convirtió en una bola de nieve porque tuvo influencia en movimientos insurgentes como el del subcomandante Marcos en México, quien empieza a promover un discurso encaminado a empoderar al subalterno. Esta tendencia ya hace parte del nuevo status quo y basta con ver la publicidad que replica el arte: promueve la ecología, el feminismo y la inclusión de las comunidades racializadas. Esto se debe a que el mercado también está exigiendo estas reivindicaciones.
Tu libro describe la relación de los intelectuales con el poder, lo que los llevó a legitimar gobiernos despóticos y anular su espíritu crítico a cambio de prebendas oficiales.
Los artistas, especialmente los poetas de principio de siglo romantizaron los cambios del siglo XX y sintieron fascinación por lo nuevo, por superar el pasado. Para los artistas el nuevo tiempo necesitaba algo más dinámico que la burocracia democrática, soñaban con utopías que la democracia podía adormecer a través de sus procesos formales. La democracia no es compatible con la utopía, pero las utopías sí son compatibles con las revoluciones y los poetas apoyaron a caudillos que se reconocían como revolucionarios. Muchos artistas apoyaron a Somoza, Perón, Velasco y Castro.
Gustavo Petro dice que debemos llegar a ser una potencia mundial en políticas de la vida, en cambio climático, y Bukele pretende convertir a El Salvador en el primer país que hace el tránsito hacia las criptomonedas. Esto es algo muy típico de América Latina. No se quiere gobernar, se quiere cambiar la historia.
Portada del libro de Granés, publicado en España por Taurus.
La “filotiranía”, para usar el término de Mark Lilla, fue un fenómeno en el siglo XX tan común en América Latina como en Europa. ¿Encontraste una propensión hacia la “filotiranía” entre los intelectuales latinoamericanos?
En el siglo XX la figura del intelectual ha sido bastante ambigua. Tenemos figuras que, mientras creaban nuevos sistemas de pensamiento y realizaban grandes aportes, también legitimaban la violencia; la observaban como partera de nuevos procesos que los ilusionaban. Fueron intelectuales muy irresponsables, muchos de ellos apoyaron cualquier subordinación tercermundista que buscara repudiar a Occidente, con todas sus consecuencias. Un ejemplo claro fue Michel Foucault apoyando a la Revolución Islámica en Irán y el régimen del Ayatola Jomeini.
Hoy parece subsistir cierta fascinación con la violencia, no en la forma de la revolución armada, pero sí, quizás, en la forma de revueltas sociales y en la romantización de la conflictividad social. ¿Qué opinión te merece esta nueva validación de la violencia?
En América Latina intentar forjar una democracia con un capitalismo abierto parece una aspiración muy mediocre, se cree que estamos llamados a hacer algo grandioso y no podemos, simplemente, aspirar a ser un país democrático con instituciones sólidas. Gustavo Petro dice que debemos llegar a ser una potencia mundial en políticas de la vida, en cambio climático, y Bukele pretende convertir a El Salvador en el primer país que hace el tránsito hacia las criptomonedas. Esto es algo muy típico de América Latina. No se quiere gobernar, se quiere cambiar la historia.
¿Sigue viva la herencia de la Revolución Cubana?
Sí, se cree que los países latinoamericanos deben tener un destino romantizado. No nos podemos conformar con los logros de países como Costa Rica y Uruguay que pueden darle bienestar a su gente. El resto de países creen que deben ofrecerle un titular a la humanidad y, por lo general, a través de revoluciones violentas.
Hay dos fantasmas que rodean la historia de América Latina: España y Estados Unidos. O bien, nos cuesta aceptar nuestra herencia hispana y cierta derecha reivindica su versión más recalcitrante. O bien, persiste en cierta izquierda la caricatura de Estados Unidos como el responsable de todos los males.
El libro tiene como objetivo dejar de lado esa costumbre de responsabilizar a los que están afuera y observar qué ha sido lo que hemos hecho mal nosotros mismos. La relación con España ha sido más ambigua porque ha habido momentos de filiación y otros de rechazo contundente. El modernismo fue muy hispanista y lo que nos unía era España y el mundo clásico, eso hacía que la influencia europea no solo entusiasmara al conservadurismo, era un clamor generalizado. Sin embargo, después de la guerra civil española se trasladaron los conflictos anticlericales y laicos, y la filia española se mantuvo solamente en los conservadores, los liberales empezaron a rechazar la influencia española. Hoy hay una sensación generalizada de que América Latina debe rechazar su vínculo con España y esto también es una quimera porque somos producto de una mezcla de culturas que no se pueden separar, no se puede negar la historia.
También hay cierto desinterés de España hacia América Latina.
España tiene una posición muy paradójica en el mundo porque es la frontera con África y ha tenido tensiones con Marruecos; por otro lado, es un país europeo muy importante y necesita el respaldo de Europa. Pero, además, también está su relación con América Latina y cuando nos convertimos en un mercado atractivo para el mundo, España tuvo una gran presencia. Sin embargo, con la crisis económica, empezó a virar hacia otros lados y hay cierto desinterés actual por la región. Para España debería ser importante fomentar un vínculo cercano con América Latina por la gran influencia que podría tener y por la herencia compartida, no obstante, esta integración geopolítica resulta compleja debido a que América Latina se divide hoy en democracias y populismos. Forjar esta relación podría ser beneficioso para ambos.
El delirio de los nacionalismos, populismos e indigenismos y la fascinación de los intelectuales con los autoritarismos es una constante histórica. Uno queda con la sensación de que Delirio americano, además de un libro de historia cultural e intelectual, puede leerse como un libro sobre el presente y quizás como una premonición de los próximos años.
De acuerdo. La situación actual de América Latina es desalentadora, estamos viendo una fuerte polarización. En la derecha es más común que surjan figuras que proponen el regreso al autoritarismo de los años sesenta, y aluden con nostalgia al periodo de las dictaduras y tienen tendencias anti-migratorias, clasistas y desdén hacia lo que no sea blanco y tradicional. De otro lado, la izquierda presenta una nueva fascinación por la plurinacionalidad, donde cada cultura se desarrolla en una nación, para la cual se pide un pequeño Estado y reivindican el protagonismo de los pueblos indígenas. La izquierda representa un nacionalismo popular vernáculo que se enfrenta a un nacionalismo hispanista y autoritario promovido por la derecha. En ese contexto, no hay espacio para el centro político. En Colombia el centro político aún existe, pero después de estas elecciones puede salir bastante debilitado si no hay una movilización social que lo respalde.
Iván Garzón Vallejo
Profesor investigador senior, Universidad Autónoma de Chile. Su próximo libro es: El pasado entrometido. La memoria histórica como campo de batalla (Crítica, 2022). @igarzonvallejo