Zuga Zucchini, el poeta que vino del trópico.
Zuga Zucchini no vivió para ver su obra publicada, pero el libro “Un fusil cargado con versos”, de reciente aparición, recoge la lírica enérgica y contundente del poeta barranquillero.
A mediados del año pasado, ya en plena pandemia, entré en contacto telefónico con un joven escritor de Barranquilla cuyo nombre apenas había oído mencionar antes muy vagamente. Pero a partir de ahí y hasta dos o tres semanas antes de su inesperada muerte, que ocurrió el miércoles 7 de abril de este 2021, mantuve un permanente diálogo con él que nunca, infortunadamente, llegó a ser presencial; un diálogo acerca de un solo tema, la literatura, y que por algunos períodos –vía Google Meet y Zoom– adquirió una forma pedagógica en la que, por generosa decisión suya, él ocupó la silla de alumno y yo el puesto de profesor. Pero desde luego yo aprendí bastante de él, pues era un letraherido irremediable.
Zuga Zucchini –Pedro Javier Zucchini Echeverría, según su documento de identidad– murió muy prematuramente: tenía apenas 26 años. Él, sin embargo, habría corregido esta afirmación. “Quítale ese ‘muy prematuramente’, horrible por lo demás”, me hubiera reconvenido. Porque vivió con alta intensidad y sólo hizo en cada momento de su vida lo que exactamente él quería hacer, lo que su gusto y su pasión le dictaban. Pero sobre todo porque alcanzó a dejar listos los tres libros en que había decantado los miles de páginas que escribió en el curso de sus últimos diez años: un volumen de poemas, una novela corta y una colección de cuentos.
Zucchini no conoció el afán por publicar. Era una decisión consciente. “Publicar un mal libro es tirarse una soga al cuello”, le declaró a un amigo un par de meses antes de su deceso. “El primer libro habla mucho de lo que viene, de lo que sigue”.
Sin embargo, en enero último me comunicó su firme decisión de publicar en 2021 su primer libro, de relatos o de poemas. Lo alenté, y entonces se decidió por los poemas. “Me toca hacer una selección porque tengo muchos”. Le sugerí que fuera lo más severo posible. Al cabo de varios días me envió, con el fin de que me encargara de la revisión y edición del texto, los originales de un libro titulado Un fusil cargado con versos.
Me di a la tarea, manteniendo la comunicación telefónica con él. En cierta ocasión, ésta se interrumpió. Un día le escribí por WhatsApp para consultarle una duda que tenía con respecto al sentido de un breve pasaje del libro. No respondió. Reiteré mi mensaje al cabo de dos o tres días. Silencio. Me pareció algo extraño, pero no me afané, pues otras actividades demandaban mi atención. No sé cuánto tiempo había pasado –quizás dos semanas– cuando, una mañana temprano, y por la misma vía de WhatsApp, me escribió el poeta Leo Castillo, que era su amigo de vieja data, para comunicarme que Zuga había muerto hacía pocas horas en una clínica de la ciudad. El lugar común resulta a veces el expediente más apropiado: ¡no lo podía creer! Sencillamente, no lo podía creer.
Por la amorosa iniciativa de sus padres, continué con la tarea de revisión y la concluí, de modo que menos de cinco meses después, el pasado 23 de septiembre, Un fusil cargado con versos salió a la luz, publicado por el sello editorial Libra Libros de Barranquilla.
Ya su título nos sugiere que los 58 poemas que lo integran tienen la fuerza, la velocidad, el fuego y la capacidad de impacto de las balas de un fusil. Así, con esos rasgos, los percibió el propio autor. Y no estaba del todo equivocado. La voz de estos poemas, en efecto, suele ser enérgica, intensa, contundente, incluso procaz. Es el suyo un lirismo duro, hecho de ironía y mordacidad.
En la nota de presentación de una breve muestra de la poesía de Zuga Zucchini que la revista Mariamulata, de Barranquilla, publicó en 2017, Leo Castillo dice: “La estética baudelairiana, Rimbaud y Verlaine son referentes de su singladura”. Su apreciación es exacta. No sólo porque en general una poesía como la de Zuga Zucchini, tanto por su contenido como por su tono y estilo, es inconcebible sin los aportes introducidos a la lírica universal por esos tres grandes poetas franceses, sino porque hay en ella huellas particulares de esa tríada de monstruos. Yo creo captar en sus versos la influencia de por lo menos dos: de Baudelaire, la sordidez y el tedio; y de Rimbaud, las alucinaciones, el furioso desencanto y alguna que otra página como entresacada de su “carnet de condenado”.
Portada de “Un fusil cargado con versos”, publicado por la editorial barranquillera Libra Libros.
Los 58 poemas que lo integran tienen la fuerza, la velocidad, el fuego y la capacidad de impacto de las balas de un fusil. Así, con esos rasgos, los percibió el propio autor.
Pero sobre este libro también gravita una amplia tradición anterior, que es no sólo literaria y que él leyó con rigor y voracidad: la Biblia, la filosofía griega antigua, la mitología clásica y la historia del arte. Es imposible tampoco que no nos evoque a William Blake.
Los temas más recurrentes o relevantes de Un fusil cargado con versos son el suicidio, la locura, la hipocresía, el fin de la humanidad y del mundo (y en general la escatología cristiana), las visiones, los poetas y la poesía, el arte, el erotismo, el mito fáustico, la decadencia social y política del mundo, la noche, la conciencia de la propia imperfección moral, el vagabundismo profesional.
“Estoy haciendo arte todo el tiempo”, dice Zuga en un poema. “Sólo despierta mi atención el arte, nada más el arte”, dice en otro. La palabra arte aparece más veces en este libro que la palabra verso y que la palabra poesía. La razón es que la sensibilidad múltiple de Zucchini lo inclinó con pasión hacia las bellas artes en general; de ello dan fe los estudios que, en diferentes instituciones educativas, hizo a lo largo de su corta vida: de producción de cine y televisión, diseño gráfico, fotografía y música. Fue un talentoso compositor y cantante de rap, así como un magnífico fotógrafo. De hecho, su libro está ilustrado con 42 fotografías suyas, escogidas de entre los cientos de imágenes que produjo con su cámara digital.
Pero a la larga y definitivamente, la vocación por las letras ganó su alma y sus días. Fue un auténtico letraherido, como ya he dicho. Los años que precedieron su muerte los consagró a escribir todas las noches hasta el amanecer. A su madre, que le reprochaba amablemente esa compulsiva laboriosidad, le explicaba: “Es que no tengo tiempo”. Ella comenta ahora con mirada pensativa: “Parecía como si presintiera que su vida iba a ser corta”.
Dos poemas de Zuga Zucchini
El árbol perfecto
No he encontrado el árbol perfecto donde colgarme,
en el que mi distancia
pueda tambalear tranquila
antes de que me hallen.
Todo hombre nace con ese árbol plantado
en el jardín donde mora el honor
y ese árbol es la evidencia
de que todo hombre merece amabilidad,
siquiera de parte de un árbol
que lo sostenga mientras agoniza,
¿qué más puedo pedir?
Si es un almendro
me costará escalar,
si es un ciruelo
me distraeré comiéndome las frutas,
si es limonero
solo podré pincharme, dudosamente pender…
Me tocaron el hombro y se despidieron,
vaya suerte la de quien no saluda,
no tiene jamás que mover la mano para mentir,
ni tiene que sonreír
para que no lo encierren en un manicomio.
Reencarnar
Cuando muera, dejen libros abiertos sobre la mesa
para leerlos cuando regrese.
Cuando muera, dejen flores sobre la mesa
para regarlas cuando regrese.
Cuando muera, dejen un paquete de cigarros sobre la mesa
para fumarlos cuando regrese.
Cuando muera, dejen café tibio sobre la mesa
para beberlo cuando regrese.
Cuando muera, dejen hojas en blanco y un lápiz sobre la mesa,
para terminar este poema…
cuando regrese.
Joaquín Mattos Omar
Santa Marta, Colombia, 1960. Escritor y periodista. En 2010 obtuvo el Premio Simón Bolívar en la categoría de “Mejor artículo cultural de prensa”. Ha publicado las colecciones de poemas Noticia de un hombre (1988), De esta vida nuestra (1998) y Los escombros de los sueños (2011). Su último libro se titula Las viejas heridas y otros poemas (2019).