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El Paseo Bolívar y al fondo el desaparecido edificio Palma, en una imagen de 1939. Foto: Archivo Histórico del Atlántico.

Por espacio de 15 años Antonio Celia Cozzarelli compartió cada viernes con los lectores del diario El Heraldo sus columnas sobre la Barranquilla de antaño y el desarrollo de la ciudad. Contexto reproduce uno de sus textos sobre el Centro de la ciudad.

El Paseo de Bolívar, alrededor del cual empezó a formarse Barranquilla, era una amplia calle de arena, llamada la Calle Ancha. En 1910, cuando se erigió allí la estatua de Cristóbal Colón, donada por la colonia italiana, se le dio el nombre de Paseo Colón. En 1937 pasa la estatua de Colón al parque de San Nicolás y el Libertador ocupa su lugar. Desde entonces se llama Paseo de Bolívar.

Era esta una zona netamente residencial que luego se fue comercializando. Sin embargo, a finales de los años 30, aún habitan allí alguna familias tradicionales de la ciudad, como la de los González Vengoechea, en la esquina de la Carrera 44 (Cuartel) en una casa de dos pisos, con amplios balcones sobre el Paseo de Bolivar. Por una escalera de madera se llegaba a una gran sala bellamente decorada con cuadros de pintura clásica, daguerrotipos,consolas, lámparas de fino cristal y muebles de estilo, traídos de París. Grandes poteras de cerámica y una fila de mecedores, llenaban el balcón, que daba sobre la ancha calle. En la planta baja estaba la famosa tienda La Hondana.

En frente, en un edificio amarillo, estaban los parlantes de Emisora Atlántico, difundiendo permanentemente noticias y música. A un costado, el Banco Alemán Antioqueño, que después de la Segunda Guerra mundial, se convirtió en Comercial Antioqueño y otros bancos extranjeros como el Royal Bank of Canada, el Banco de Londres, el National City Bank.  El famoso Café la estrella y el Café Roma, que nunca cerraba sus puertas al público. El Hotel Tivoli, del señor Natali y el Roxy, en un segundo piso. El Almacén Helda, de los señores Held. El edificio Pielroja y los apartados aéreos, donde diariamente íbamos a retirar la correspondencia. El legendario Cañón Verde y la Iglesia de San Nicolás, hoy restaurada.

En un edificio amarillo, estaban los parlantes de Emisora Atlántico, difundiendo permanentemente noticias y música.

Al fondo el Edificio Palma, esa joya arquitectónica que nunca debió ser demolida, no así el polémico edificio de la Caja Agraria, el cual indudablemente debe desaparecer para hacer de esta plaza algo imponente, al ampliarla hasta la intersección de la Vía 40, la calle 30 y Olaya Herrera. La gran labor de recuperación que se está adelantando en el Paseo de Bolívar y zonas aledañas, harán nuevamente de este sector el corazón del Centro Histórico de nuestra ciudad, algo que debemos cuidar y preservar.

Se dieron ciertas cosas en el Paseo de Bolívar, que nunca podremos olvidar, como la alegría que sentíamos embarcados en un camión decorado con unas cuantas hojas de palma, lanzando confeti y serpentinas (de inolvidable olor), participando activamente en la Batalla de Flores, la cual bajaba de Olaya Herrera hasta llegar al Paseo de Bolívar, epicentro de las festividades del Carnaval. La emoción de sentirnos “ciudadanos”, cuando en una oficina del Edificio Palma, nos entregaban la Tarjeta Postal, aquel cartoncito marrón,primer documento de identidad del menor. Y los desfiles y procesiones a pleno sol de las dos de la tarde, con vestido entero de paño y corbata, uniforme de gala del colegio. Fueron momentos felices de la vida que perduran en nuestra mente, como debe perdurar en todos los Barranquilleros el amor por nuestro querido Paseo de Bolívar.

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Antonio Celia Cozzarelli (1932 – 2018)

Administrador de Empresas en la universidad de Columbia de Nueva York, fue empresario y columnista de El Heraldo; Gerente-propietario de la Fábrica de Calzado Trevi Ltda, Presidente de la junta directiva del Country Club de Barranquilla (1984 a 1988), Presidente de la junta asesora del Asilo San Antonio y miembro de la junta consultiva del Banco de la República, entre otros. Sus columnas para el diario barranquillero fueron recogidas en el libro El placer de recordar, publicado en 2012.