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Studio Ghibli regresa, de la mano del director Hayao Miyazaki, con un deslumbrante filme ambientado durante la Segunda Guerra Mundial. Imagen: The Projector.

Reseña de la más reciente cinta de animación de Studio Ghibli, una increíble producción a prueba de ‘Geraldines’.

Por estos días se estrenó en nuestro país El niño y la garza, la más reciente película de Hayao Miyazaki y quizás una de las obras más personales y auto-referenciales de su vasta carrera. Si bien el filme ha causado un gran interés en la audiencia colombiana debido al insólito escándalo protagonizado por la diseñadora barranquillera Geraldine Fernández, quien mintió olímpicamente con respecto a su supuesta participación en la realización del largometraje, se trata de una cinta digna de ver y comentar en profundidad debido a su valor cinematográfico. 

El poeta Rainer Maria Rilke alguna vez dijo que la verdadera patria del hombre es la infancia”, y en el caso de artistas como el co-fundador de Studio Ghibli podemos decir que su noción de hogar, bondad y felicidad –y en definitiva todo el universo fantástico que explora en sus películas–, surge de los dramáticos sucesos que marcaron sus primeros años de vida. En esta nueva entrega, el director nacido en Tokio recurre a sus recuerdos de la Segunda Guerra Mundial y los toma como punto de partida para una historia llena de fantasía, reflexiones existenciales, personajes únicos y, sobre todo, un mensaje de esperanza para las generaciones venideras. Una prueba de ello es que el propio productor de animé, Toshio Suzuki, reveló que Hayao volvió de su anunciado retiro solo para hacer una película dedicada a su nieto para que este pueda recordarlo tras su muerte. 

Pero aquello está lejos de ser lo más memorable de esta película que deslumbra de manera constante a nivel visual (como todas las de Miyazaki y compañía), y que presenta algunas innovaciones al incluir un par de escenas con efectos digitalizados. Como en toda entrega de Ghibli, cada fotograma parece un cuadro digno de enmarcar, con paisajes de tintes impresionistas y paletas de colores que sugieren con precisión el estado emocional de sus personajes. No obstante, la igualmente bella y dolorosa secuencia del incendio en la ciudad tras el bombardeo es algo sin precedentes en la filmografía tradicionalmente artesanal de Hayao. Quizá por ello, Geraldine eligió reclamar el crédito por esa parte del filme. 

Como en toda entrega de Ghibli, cada fotograma parece un cuadro digno de enmarcar, con paisajes de tintes impresionistas y paletas de colores que sugieren con precisión el estado emocional de sus personajes.

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El universo Miyazaki ha creado un culto global hacia las películas de animación del japonés.

El relato es protagonizado por Mahito, un niño de 12 años que acaba de perder a su madre y con ella sus ganas de vivir, por lo que falla en adaptarse a su nueva realidad. Su proceso de duelo se ve interrumpido (o más bien profundizado) por una serie de sucesos extraordinarios que lo llevarán a una suerte de universo paralelo estrechamente ligado con su pasado y su futuro. No faltan las referencias a obras como La divina comedia de Dante Alighieri y una aventura infantil con tonos surrealistas al estilo de Alicia en el país de las maravillas, pero con el estilo oriental al que nos tienen acostumbrado el mítico cineasta y su equipo. 

Y aunque Miyazaki no se reconoce como alguien particularmente religioso, sí ha mencionado ante la prensa que le resulta irritante la idea de que el hombre sea el ser supremo escogido por Dios. La notable presencia de espíritus de la naturaleza en sus filmes evidencia una conexión de sus narraciones con postulados del sintoísmo –la religión indígena de Japón– y su abordaje de la sensibilidad de lo efímero, y la aceptación radical como solución ante la ansiedad humana frente a fenómenos como la muerte, también parecen ir en línea con la lógica del budismo, la otra religión preponderante en su país natal. 

En El niño y la garza, una vez más, Ghibli retrata la orfandad de un chico como un proceso desolador que a su vez puede ser la puerta de entrada a una existencia mucho más consciente, en la que se valore la vida propia y la de otros como un regalo que merece ser honrado y disfrutado pese a la adversidad. En muchísimas de sus escenas confluyen con armonía la belleza y la destrucción, así como el terror y la ternura. Asimismo, los diálogos que el protagonista tiene al final del filme con el arquitecto de ese mundo paralelo bien podrían ser una reflexión de Miyazaki sobre el futuro de Studio Ghibli tras su partida. 

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Laura Camargo 

Barranquilla (1989). Abogada y periodista radicada en Buenos Aires desde 2012. Especialista en cultura pop. Colaboradora de medios como Indie Hoy y El Heraldo. Conductora del podcast literario “Las Invitadas”. En Twitter: @lausoho