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Foto: Mayur Keni.

La tierra es un cementerio de dioses, pero en diferentes culturas, incluida la nuestra, muchos seres sobrenaturales todavía ponen a andar la rueda de la vida. 

En su último libro, The New Science of the Enchanted Universe: An Anthropology of Most of Humanity (Princeton, 2022) [La nueva ciencia del universo encantado: una antropología de casi toda la humanidad; sin traducción al español], el gran antropólogo Marshall Sahlins nos dejó antes de morir unas reflexiones importantes sobre los humanos y el universo. Desde una perspectiva moderna, la humanidad habita un cosmos ‘desencantado’, es decir, un lugar donde los dioses, espíritus, almas y ancestros se han retirado a una realidad más trascendente. Ya no viven con nosotros ni están involucrados en nuestra vida diaria. En muchos lugares, la economía, el mercado, la agricultura o la política están bajo el control humano; ya no dependen, como antes, de una voluntad divina o una intervención sobrenatural. 

Sahlins ofrece una crítica de esta narrativa racionalista y materialista de la historia del mundo. En la inmensa mayoría de culturas, todavía hoy, los humanos siempre han sido una parte dependiente de un vasto universo plagado de seres sobrenaturales que determinaban el éxito, los infortunios, el amor, la reproducción sexual e incluso el curso de la agricultura y de la guerra. Cuando el antropólogo James R. Walker interrogó a un jefe Lakota acerca de qué causaba el movimiento de las estrellas o de otros objetos, este respondió insistentemente: Taku Skanskan o ‘Gran Espíritu’. Tanto para los Lakotas como para otras sociedades, cualquier objetivo o acción humana requería la aprobación e intervención de seres prodigiosos. 

Entender la modernidad como el paso de un mundo ‘inmanente’, plagado de espíritus, dioses y ancestros llenos de poderes hacia uno ‘trascendente’ donde aquellos se han retirado a una realidad imperceptible, suele ser más un capricho intelectual que una tesis comprobada. 

Cuatro datos, no exhaustivos pero sugerentes, cuestionan este ‘desencanto’ total del mundo moderno: primero, una encuesta de 2017 publicada en el New York Times concluyó que el 60 % de norteamericanos creen en uno o más de los siguientes: psíquicos, astrólogos, la presencia de energía espiritual en objetos inanimados (montañas, arboles), o la reencarnación; segundo, el Islam y el Cristianismo en su versión evangélica siguen ganando adeptos en el mundo, propagando una constelación de ángeles y santos con poderes milagrosos; tercero, la expansión de las religiones y tradiciones espirituales de Asia –notablemente el yoga y el budismo– hacia Europa y las Américas ha renovado la oferta espiritual. Los templos católicos y protestantes lucen cada vez más vacíos y apagados, pero los estudios de yoga y meditación se multiplican como panes y peces; cuarto, la Rusia estalinista y la China maoísta fracasaron parcialmente en su empresa iconoclasta de extirpar ídolos, espíritus y astrólogos. Hoy, el estado Chino se ha visto abocado a regular la profesión de los astrólogos.  

La originalidad de Sahlins, sin embargo, no está en dudar del ‘desencanto’ del mundo moderno. Otros lo han hecho incluso mejor. El gran aporte de su obra está en ofrecer una novedosa comprensión de cómo los seres humanos han vivido y percibido el mundo. En muchos casos, nos dice este sabio alegre, las distinciones que usamos entre lo ‘natural y ‘sobrenatural’, entre la ‘naturaleza’ y la ‘cultura’, entre lo ‘material’ y lo ‘espiritual’, entre el ‘alma’ y el ‘cuerpo’ no tienen mayor sentido en muchas sociedades. Los Achuar en las selvas de la Amazonía, por ejemplo, tenían matrimonios dobles: una familia terrenal y otra espiritual. Para los Inuit, esquimales del Ártico, las piedras, el viento, el sol, las estrellas y los riscos eran seres animados. De este modo, lo que nosotros llamaríamos ‘sobrenatural’ no era para los Achuar y los Inuit un nivel de la realidad separado de la naturaleza sino que todo existía en un mismo plano.

 

Portada del libro del antropólogo estadounidense Marshall Sahlins.

Los templos católicos y protestantes lucen cada vez más vacíos y apagados, pero los estudios de yoga y meditación se multiplican como panes y peces.

Existirá la condescendiente tentación de ver en estos asuntos la experiencia de mundos ‘primitivos’ ya superados o el pasatiempo exótico de un antropólogo. A mi juicio, las reflexiones de Sahlins son pertinentes para entender nuestras vidas y nuestro mundo moderno. A falta de señalar a alguien, me señalo a mí mismo. 

No he tenido nunca una mente demasiado racionalista y materialista. He perseguido distintas inquietudes espirituales con la misma alegre curiosidad con que un astrónomo corre detrás de las estrellas errantes. Muy niño, acepté cándidamente la existencia de distintos dioses: de día, esperaba con emoción la clase sobre los dioses egipcios para aprender sobre las persecuciones entre Anubis y Ra en un mundo sin fin; de noche, ponía la cabeza sobre la almohada, cerraba los ojos y le pedía muy seriamente a Dios que me concediera unos centímetros de altura. Hubo, sin duda, más progresos en lo primero que en lo segundo, pero mi fe permaneció intacta. A los nueve años, mi universo era rico y fascinante: admitía la existencia de fantasmas, brujas, ángeles y dioses. Mi teología infantil se basaba en mis gustos, educación, miedos y en la intuición de que la tierra había sido y continuaba siendo habitada por seres sobrenaturales. Ese niño tal vez estaba equivocado, pero en su error –estoy convencido después de leer a Sahlins– estaba más cerca de comprender al ser humano que a un tal Marx o Dawkins. 

El universo encantado de los colombianos es un misterio. Más allá de las etiquetas, doctrinas y censos, ¿cuánto de lo que muestra Sahlins en su espléndido libro persiste en nuestra intimidad? ¿Cómo cambia esa relación entre lo natural y sobrenatural a lo largo de la vida? ¿Cuántos de nosotros cruzamos esa frontera diariamente sin darnos cuenta? ¿Cuántos creerán que lo imaginado y lo imaginario es más real que el mundo físico? 

La tierra es un cementerio de dioses. Pero, en pleno siglo XXI, muchos seres sobrenaturales han sobrevivido al paso del tiempo y no han sido domesticados por los relojes capitalistas. Dios, Alá, Krishna, Rama y Sita, Ganesha, Changó, avatares, ángeles, santos, muertos, espíritus malignos, espiritistas, chamanes y brujos, trabajan sin descanso durante nuestra vigilia y nuestros sueños. Para miles de millones de seres humanos, todavía siguen haciendo girar el mundo y la severa rueda de la vida. 

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Luis Gabriel Galán Guerrero

Doctor en historia de la Universidad de Oxford, St. Anne’s College.