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Morgan Blanco hizo de su acordeón un versátil instrumento con el que tocó rock and roll, cumbia, guaracha y merecumbé.

Perfil del fallecido acordeonero barranquillero que redefinió la versatilidad musical del acordeón.

Al enterarme de la muerte de Morgan Blanco, acaecida en la Clínica El Prado en la madrugada del martes 13 de abril, debido a una afección pulmonar, se recrudeció el dolor en mi alma por el diálogo que no pudimos sostener en la jornada de clausura del XIII Carnaval Internacional de las Artes, en 2019. Me quedé con el libreto preparado.

Debía entrevistarlo junto al colega y amigo David Lara Ramos. En principio, la sesión tenía como sede el teatro de la Universidad del Atlántico, en la vía a Puerto Colombia, pero por problemas de orden público que atravesaba en esos momentos el alma mater, se reprogramó a última hora en la plazoleta del Parque Cultural del Caribe para el mismo día y hora: 3:00 p.m.

“Estoy listo para ofrecer una presentación inolvidable. Quiero que Barranquilla, mi tierra, sepa que todavía hay Morgan para rato”. La voz del viejo acordeonero, de sabor inacabable y reconocido por ser uno de los pioneros en grabar un rock and roll en Colombia (‘Very, very well’), se escuchó plena de emoción en la terraza de su casa, en el barrio San Isidro de Barranquilla, ciudad en la que nació el 17 de septiembre de 1935.

“Tengo 83 años, estoy un poco achacado de salud, pero mi ánimo se encuentra arriba, por las nubes. Este show que vamos a realizar me tiene muy entusiasmado”, agregó Morgan, con evidente optimismo.

Era viernes 8 de febrero, diez días antes de la cita suprema. Estábamos en los preparativos de lo que sería nuestra conversación en el escenario. Le dije que junto a mí estaría el investigador cultural David Lara. “Ustedes nada más pregunten, que yo contesto. Eso sí: me tienen que indicar el momento en quedo debo fajarme con mi conjunto”

Dos días después, con el grupo logístico de La Cueva, encabezado por Heriberto Fiorillo, visitamos a Morgan, y lo vimos ensayar con su hijo Morgan Jr., dos nietos y un cantante, en el amplio patio de su casa. Su accionar fue impecable. Las notas inconfundibles de su acordeón al interpretar ‘Empújale la aguja’, ‘Nada’, ‘Very, very well’, ‘El baile de la pluma’ y ‘Suave merecumbé’, las piezas seleccionadas para tocar en su sesión, hicieron remover viejos recuerdos.

“Su acordeón suena como en los viejos tiempos”, admitió Fiori. “Con seguridad, tendremos una jornada inolvidable”, esbozó Rafael Bassi. “Su clase y sabor siguen intactos”, apuntó David Lara.

En verdad, todo estaba 10 puntos. “Ya tengo lista la pinta que voy a lucir el domingo”, me dijo al despedirnos, al final de la jornada.

Se presagiaba una velada histórica, pletórica de emociones. Sin embargo, al día siguiente, en la víspera del inicio del Carnaval de las Artes, sucedió lo imprevisto: Morgan enfermó y debió cancelarse su evento. Esa noche lo visité. Estaba postrado en su cama, acurrucado debido a los escalofríos, con una fiebre de 40 grados. “Así amaneció. No se ha puesto en pie. Estuvo vomitando toda la tarde. Tengo miedo de que se me vaya a morir”, expresó su esposa Magaly, con voz angustiada y el rostro descompuesto.

“Otra vez será”, me dijo el viejo maestro, con tono triste, acostado de lado, con su mirada contra la pared. Intuí que no quería que lo viera llorar. Fue la última vez que lo vi.

 

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Morgan, fotografiado en vida en la terraza de su casa en el barrio San Isidro.

LA SINGULARIDAD DE SU ACORDEÓN

La música de acordeón en Colombia se ha caracterizado por dos grandes vertientes: la otrora música provinciana del Magdalena, conocida más tarde y hasta nuestros días como vallenata, con emblemáticos exponentes del lustre de Abel Antonio Villa, Luis Enrique Martínez, Alejando Durán, ‘Colacho’ Mendoza, Emiliano Zuleta, Israel Romero, Juancho Rois y un largo etcétera.

Y la música sabanera en acordeón, con lujosos representantes de la dimensión de Andrés Landero, Lisandro Meza, Aniceto Molina, Enrique Díaz, Rodrigo Rodríguez, Ramón Vargas, Miguel Durán Jr. y Alfredo Gutiérrez, aunque este último nada con asombrosa destreza tanto en la música sabanera como en la vallenata.

En el medio de esas dos vertientes, y sin dejar de mencionar al inolvidable Calixto Ochoa, que al igual que Alfredo y Lisandro brilló con todo su esplendor tanto en el ámbito vallenato como en el ‘corralero’, como también se le llama a la música sabanera, floreció una especie de híbrido, que no era ni vallenta ni sabanera, y llegó a designársele el calificativo de ‘Rasca Rasca’, y ha tenido dos relevantes ejecutores casi que en forma simultánea: Aníbal Velásquez y Morgan Blanco.

Dos encumbradas figuras del singular sonido del acordeón barranquillero, caracterizado por el goce, el vacile acoplado con la picaresca de las letras, de esa que haría gala José María Peñaranda, y que tuvo algunos acordeoneros de renombre nacional, no nativos de Barranquilla, que no fueron indiferentes a ese sonido, entre los que sobresalen los sucreños Alfredo Gutiérrez y Lisandro Meza; el cesarense Calixto Ochoa, el cordobés Aniceto Molina y los bolivarenses Rafael Cabeza y Dolcey Gutiérrez, aunque este último se quedó anclado en esta vertiente.

Morgan Blanco se definía como un barranquillero de pura cepa. “Nací en la calle 72 con carrera 49, diagonal al emblemático colegio Nuestra Señora de Lourdes”. “No tengo nada de los vallenatos ni de los sabaneros, y aunque me inclino por el estilo de Aníbal Velásquez, no me le parezco”, decía.

“Mi música es otro cuento. Yo fui más allá de los paseos, merengues, puyas y sones. Al igual que Aníbal Velásquez tuve una influencia del Caribe. Con Carlos Ramón, quien fue mi compañero de fórmula en la vocalización, grabamos diferentes tipos de música como paseaíto, cumbia, jalaito, guaracha y hasta merecumbé”, me dijo Morgan.

Algunos de sus éxitos, de perenne recordación, son ‘Negra ron y velas’, ‘Lo más lindo de la vida es la mujer’, ‘El pollerón’, ‘No me vuelvo a enamorar’, todos de su autoría.

Para la posteridad dejó grabados algunos trabajos de larga duración con La Sonora Vallenata, Los Raspacanillas de Carrizal con Rosendo Martínez, El Gran Combo de Morgan Blanco, Los Tigres y Los Viajeros.

Acordeonero desde niño

Morgan Blanco se definía como un barranquillero de pura cepa. “Nací en la calle 72 con carrera 49, diagonal al emblemático colegio Nuestra Señora de Lourdes”.

“No tengo nada de los vallenatos ni de los sabaneros, y aunque me inclino por el estilo de Aníbal Velásquez, no me le parezco”, decía.

El acordeón lo aprendió a tocar desde niño, gracias a un instrumento de fuelle que tenía un hermano mayor. Solo cursó hasta tercero de bachillerato en la Escuela Normal.

Empezó a grabar en 1955, el año en que estaban de moda las canciones de Los Vallenatos del Magdalena, integrado por los hermanos Carlos y Roberto Román y los hermanos Juan y Aníbal Velásquez. Por esa época sonaban los paseos y merengues de Abel Antonio Villa y Luis Enrique Martínez y las cumbias de Andrés Landero. A nivel de orquestas estaban en plena construcción de su legado Pacho Galán y Lucho Bermúdez.

Morgan conformó una agrupación llamada Morgan Blanco y su conjunto, con sus hermanos Claudio, que tocaba la caja, y Abel, la guacharaca.

“En esa época los conjuntos no requerían de muchos instrumentos. Un acordeonero, un cajero y un guacharaquero eran suficientes. Yo incursioné en ese formato, pero no me estanqué ahí. Seguí de largo”, solía afirmar Morgan.

Los Vallenatos del Magdalena sufrieron un duro golpe, en 1955, con la muerte del cantante Roberto Román. Entonces, en compañía de Carlos Román, Aníbal Velásquez siguió durante un tiempo. Luego se separaron.

Carlos Román, que era compositor, guitarrista y cantante, buscó los servicios de un nuevo acordeonero. Encontró a Morgan Blanco, un muchacho de 21 años. A partir de ahí, finales de 1956, surgió un ramillete de éxitos que tendría su nicho cumbre en el Carnaval de Barranquilla: ‘El disco rayao’, ‘Empújale la aguja’, ‘Very, very well’, ‘Merecumbé suave’, ‘Mosaico’, ‘Nada’ y ‘El desfile’, son siete exitazos con la etiqueta de ‘Sin sello de vencimiento’, surgidos de la dupla Carlos Román-Morgan Blanco. La dupla llegó a su fin en 1973, con la muerte de Carlos Román. Una de las piezas que grabaron fue ‘Cumbia sobre el mar’, la célebre pieza de Rafael Mejía Romani, dedicada a la reina Martha Ligia Restrepo, elegida reina nacional de la belleza en 1962, y soberana del Carnaval de Barranquilla en 1963: “Era Martha la reina, que en mi mente soñaba, carrusel de colores, parecía la cumbiamba…”

Morgan estableció una sólida relación conyugal con Magaly Nieto, el amor de toda su vida. De la unión, que duró más de 60 años, nacieron seis hijos.
El viejo Morgan logró deshojar 85 calendarios. En su repertorio hay canciones inmunes al paso de los años que se convirtieron en clásicos y que todavía invitan a bailar a las nuevas generaciones.

Fausto Pérez Villarreal

Barranquilla (1965). Comunicador Social-Periodista, profesor de la Universidad Sergio Arboleda sedes Barranquilla y Santa Marta. Dos veces ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. En 2014 fue finalista del Premio Internacional de Puerto Rico, entregado en Madrid.