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Emilia García Elizondo, nieta de Gabriel García Márquez, realizó la subasta en la residencia de los García Barcha en la colonia Jardines del Pedregal.

El pasado mes de octubre en Ciudad de México se llevó a cabo en la residencia del escritor  una subasta de su ropa con fines benéficos. A Gabo se le ha analizado desde distintas orillas, pero muy poco desde la moda. ¿Qué tiene para decir la ropa de un hombre que no solo se vestía para la ocasión sino que él mismo era la ocasión?

En El avión de la bella durmiente (1982), cuento de Gabriel García Márquez, el narrador hace en el primer párrafo una descripción de la ropa de la mujer a la que mira: “chaqueta de lince, blusa de seda natural con flores muy tenues, pantalones de lino crudo, y unos zapatos lineales del color de las bugambilias”. Repasándolo, me pregunto si puede mostrarse más interesado por la vestimenta alguien que hace una descripción tan plástica, repleta de flora y fauna. Está claro que García Márquez se preocupaba por el material y la sustancia de cada objeto o cosa que nombraba, no como mera compañía del sustantivo, sino como sentido de todo y verdad del texto. Pero en el cuento citado a veces me parece que eso adquiere una gracia y una fluidez singular: quizá porque el narrador es un observador deslumbrado, se dispone a viajar y lo antecede una gran tormenta.

Volví a este cuento con motivo de la venta del guardarropa del escritor el pasado 20 de octubre en la Casa de la Literatura Gabriel García Márquez, cuya sede es la casa en la que vivió por más de cuarenta años en la prestigiosa colonia Jardines del Pedregal (suroeste de Ciudad de México). En esa casa se realizaron numerosos encuentros con escritores y celebridades del mundo del arte, y se conservan su biblioteca y estudio, acompañados de otros objetos habituales que no están a la venta: portarretratos, cuadros, muebles, adornos, el escritorio donde trabajaba, el computador Mac de entonces.

Las piezas del guardarropa —alrededor de 400—, incluían trajes, corbatas, overoles, pañuelos, abrigos, vestidos y zapatos que pertenecieron a García Márquez y su esposa Mercedes Barcha, fallecida en agosto de 2020. En los bolsillos de algunos sacos, el escritor dejó objetos, como un rotulador Sharpie negro con el que firmaba libros, según contó y mostró Emilia García Elizondo, una de los cinco nietos del autor y la encargada del inventario del ropero y de dirigir el nuevo centro cultural. En una primera fase de la apertura, ya terminada, sólo se invitaron a personas cercanas a los García-Barcha, después el resto del público debía agendar su visita por Instagram. El dinero recaudado se destinará a la Fundación Fisanim, dedicada a luchar contra la desnutrición de los niños indígenas del estado de Chiapas.

 

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En la foto de la izq., Mercedes Barcha y Gabo son retratados en 1968 en Buenos Aires. Ambos visten à la mode de la época. Der: la pareja, cuatro décadas después. Gabo aparece en distintas fotografías con camisas color amarillo intenso.

Mirar la ropa de un muerto es un acto de memoria que procede de la misma tela en la que se introdujo una vez el cuerpo, cuerpo que dejó su marca, su olor.

Superado o no el deseo de poseer alguna prenda (presumimos que eran costosas, aunque de los precios nada se ha dicho), conmueve asistir a un nuevo lugar de la intimidad de nuestro autor más leído y celebrado, a más de un año de la muerte de quien fue su esposa, y a unos meses de la publicación de Gabo y Mercedes: una despedida, el enorme testimonio sobre los últimos días de sus padres escrito por Rodrigo García. Y es que mirar la ropa de un muerto es un acto de memoria que procede de la misma tela en la que se introdujo una vez el cuerpo, cuerpo que dejó su marca, su olor, su mugre. Se parece a la escena de American Beauty en la que la mujer abre el clóset de su marido muerto y se lanza a sollozar sobre la ropa como si quisiera recuperar en cada prenda los últimos restos de su vida. Y no sólo lo último (la relación de ambos personajes es catastrófica) sino lo tierno y cálido, lo material de la presencia.

Un recorrido por los trajes –la sofisticada venta de garaje– y un cotejo por las fotos del archivo García-Barcha revelarían aspectos culturales y de vestimenta que no pretendo examinar aquí. Pero resulta interesante, a la sombra de su armario, poner la atención en el “hombre de letras” que deviene en el hombre público que se viste para la ocasión, o se viste como se le antoja porque él mismo es la ocasión, y rehuye así de la pompa y el acartonamiento de las “ocasiones especiales”.

A García Márquez se lo ha analizado desde la medicina, la gastronomía, la música, la psicología, el terror, el amor, la parentela, el poder, las anécdotas, la fama e incluso la literatura (que es también todo lo anterior). Pero poco desde la moda. Sus guayaberas y el liquiliqui con el que recibió el Premio Nobel de Literatura en Estocolmo en 1982 son bastante conocidos (“Con tal de no ponerme frac, soy capaz de aguantar el frío”, dijo antes de la ceremonia), pero, en mi opinión, se ha puesto el acento en lo dicharachero que nos resulta el hombre de tierra caliente, renuente a vestirse “bien” o bajo la norma de etiqueta de las grandes citas.

 

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Trajes, corbatas, zapatos, pañoletas y vestidos de la pareja fueron subastados en octubre pasado. El dinero recaudado se destinó a una fundación que lucha contra la desnutrición de los niños indígenas del estado de Chiapas.

Sin embargo, hay un García Márquez lleno de ropa en muchos instantes, desnudado por los significados del ‘buen’ o ‘mal’ vestir. Sobre los poetas y pensadores pesa el imaginario romántico de una descuidada y desaliñada puesta en escena de su armario. Como si quien se preocupa por lo que piensa deseara no pensar en todo lo demás, y como si ir vestido de cierta forma no fuera un pensamiento sobre el vestir, sobre la ropa que se hace carne –y pasión– en uno. Pienso, así, en García Márquez en la puerta de su casa, con una flor amarilla en el ojal del saco, la mirada algo extraviada recibiendo a reporteros y curiosos en su cumpleaños 87. O retratado en calzoncillos en Barcelona por Isabel Steva Hernández, la misma fotógrafa que lo retrató con un ejemplar de Cien años de soledad en la cabeza (puesto como sombrero o pañuelo que se deja caer, abierto). Pienso en GGM con los muslos al aire al lado de Fidel Castro, o con saco de tweed caminando con su esposa –los dos elegantes, ella con un cuello de tortuga– por una calle bogotana, o fotografiado por su hijo Rodrigo en el patio de su casa, también con Mercedes, la mañana que le comunicaron que había ganado el Premio Nobel: recién levantados, visten una bata larga, tal vez de pijama, y acaso por los años de convivencia, por el entusiasmo compartido o la luz matinal se ven casi idénticos.

En todo estos momentos, el escritor de La hojarasca sugiere o asoma un carácter, revela una intención performática a la vez que intelectual, y amplía el registro de un hombre, no ‘de mundo’, sino en el mundo. Un artículo reciente de El País -América cita una frase de Vivir para contarla sobre la ropa del abuelo: “Sus liquiliques de guerra y sus linos blancos de coronel civil se parecían a él como si continuara vivo dentro de ellos”. Vivo   –y vivificado– en la ropa, tal vez de eso se trata todo en la exhibición del ropero, que es también una paleta de colores: como señaló García Elizondo, Mercedes Barcha fue oscureciendo su armario o dándole más sobriedad a medida que envejecía.

Tras la venta de ropa, que ya culminó y espera seguir en línea, además del cuento de la bella durmiente abrí Cien años de soledad, y encontré que el día de su viaje a Bruselas, Amaranta Úrsula “Llevaba un traje de seda rosada con un ramito de pensamientos artificiales en el broche del hombro izquierdo”. El pensamiento, de nuevo: cosido en la ropa, y en el clóset.

Kirvin Larios

Es autor del libro de relatos Por eso yo me quedo en mi casa (2018). Ha publicado textos en El Espectador, El Tiempo, El Malpensante, Arcadia, Bacánika y en la Revista de la Universidad de México. Poemas suyos están incluidos en las antologías Nuevo sentimentario (2019), Como la flor. Voces de la poesía cuir colombiana contemporánea (2021) y en la revista Círculo de Poesía. Estuvo a cargo de la página cultural del diario El Heraldo.

 

 

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