La discusión sobre el centro político está ocupando a intelectuales y generadores de opinión en el país en los últimos meses. Los resultados de la más reciente encuesta de Cifras & Conceptos —que arrojan un 53 % de personas que dicen identificarse con el centro— han pintado una nueva ocasión para el debate.
La diversidad de hipótesis que se postulan para definir el centro es el resultado natural de la crisis de los conceptos izquierda/derecha y, en especial, de los intentos de seguir interpretando los conflictos políticos bajo la primacía de esa óptica. Esa confusión conceptual se ha acentuado con el ascenso populista y los intentos poco fecundos de distinguir un populismo de derecha (malo) y un populismo de izquierda (menos malo o benéfico, según distintas ópticas).
No extraña, por tanto, que resulte elusiva la tarea de definir el centro. Voy a esbozar mi concepto de lo que debería ser el centro político en Colombia hoy. Para hacerlo voy a recurrir a una distinción de la teoría política clásica: fines y medios.
¿Cuáles son los fines del centro político?
El contenido contemporáneo de las propuestas del centro político se resume en la democracia liberal. Dicho así, parece un proyecto mínimo y superficial. No lo es.
La democracia liberal tiene dos compañeros de viaje que permanecen en la sombra en los países industrializados. El estado de derecho y el capitalismo legal-racional. Esas tareas tienen enormes desafíos en Colombia, dado que entre nosotros la igualdad ante la ley sigue siendo simbólica, en gran medida, y que existen enormes extensiones del territorio colombiano bajo normas diferentes a las constitucionales. El capitalismo legal-racional tiene una participación modesta en la generación de riqueza y empleo; las economías criminales e informales, así como el rentismo y la corrupción, tienen un peso enorme para los parámetros de cualquier país moderno. Las libertades civiles tampoco están bien establecidas y la democracia constitucional vive amenazada por el hiperpresidencialismo, la debilidad de los órganos de control y la cada vez más exigua separación de poderes.
Hace 60 años, Alberto Lleras Camargo dijo que las vocaciones del pueblo colombiano respecto de su régimen político son negativas: irritan la opresión y la injusticia, más de lo que atraen la libertad y el apego a la norma1. En 1986 y 1991 se hicieron esfuerzos promisorios para cambiar esta situación, pero, es mi hipótesis, durante lo que va corrido de este siglo esas reformas democrático-liberales fueron revertidas y desfiguradas. Así que, me parece que el llamado de Lleras Camargo sigue siendo válido: “existen millones de compatriotas que no forman parte de la Nación y que deben incorporarse a ella, con derechos y obligaciones”2.
Esa descripción concuerda con el deber ser de la izquierda reformista según el filósofo estadounidense Richard Rorty (1931-2007) quien la define como la “lucha para proteger a los débiles frente a los fuertes en el marco de la democracia constitucional”3. La frase de Rorty tiene más fuerza y más alcance que el principio de diferencia de Rawls, propuesto en el marco de un liberalismo político, aunque éste orienta mejor al diseñador de políticas públicas4.
La diversidad de hipótesis que se postulan para definir el centro es el resultado natural de la crisis de los conceptos izquierda/derecha y, en especial, de los intentos de seguir interpretando los conflictos políticos bajo la primacía de esa óptica.
Si Lleras, Rorty y Rawls tienen razón, la complacencia de los liberales y centristas con las condiciones de las democracias occidentales no está completamente justificada y, menos aún, en un caso como el de Colombia. La falta de sentido crítico desde adentro les ofrece más oportunidades a las tendencias políticas antidemocráticas y, además, alimentan el conformismo y la inmovilidad entre la dirigencia.
Sin criterios como estos es imposible construir un régimen político estable y duradero. Ahora bien, ellos solos son insuficientes para hacer una campaña electoral por lo que sería necesario sugerir unos cuantos programas fuertes que incluyan a los colombianos que están fuera de las reglas del sistema.
Se me ocurren los siguientes, que ya se han formulado y que han logrado cierto grado de atención y apoyo:
– El catastro rural, acordado en La Habana, que establecería los derechos de propiedad en el campo e incorporaría al mercado a millones de colombianos.
– La renta básica universal, establecida bajo una concepción de derechos, que permitiría eliminar la multitud de subsidios ineficientes que funcionan bajo un esquema asistencialista y clientelista.
– La formalización de la propiedad urbana, los pequeños negocios y el empleo.
– La restitución de una efectiva separación de poderes mediante cambios en el diseño institucional y la titularidad de los órganos de control en cabeza de personas ajenas a la coalición de gobierno.
– Reforma de los órganos de control, especialmente de la Contraloría General de la República.
¿Cuáles son los medios del centro político?
En los días que corren, se escucha la idea de que lo que define al centro son las maneras. Sin duda, ellas son muy importantes y están regidas por la idea de la moderación. La moderación tiene varias expresiones: la evitación del maximalismo programático, de la falsa promesa de las grandes soluciones inmediatas; el pragmatismo, esto es, el apartamiento de soluciones prefabricadas y fórmulas universales y la adopción de las medidas que funcionan, así no estén acordes con una doctrina o teoría; el uso de los mecanismos políticos y administrativos previstos en el estado constitucional de derecho, incluyendo la movilización pacífica y la desobediencia civil; el apego a las normas de la deliberación razonada.
Como se ve, la moderación no se limita a la corrección del lenguaje, el tono de voz o la cortesía. La moderación tiene peso ético y político.
No obstante, creo que en el periodo que vivimos hay dos características adicionales del centro político. La primera tiene que ver con la aguda observación de Rorty de que una postura reformista liberal conjuga iniciativas que vienen desde arriba (top-down, en la jerga politológica), gubernamentales, tecnocráticas o elitistas, con iniciativas de abajo hacia arriba (bottom-up), populares, sociales, ciudadanas. La segunda viene de una vieja observación de Arnold Ruge (1802-1880), quien tuvo de colaborador al joven Marx, y se refiere a la necesidad que tienen los movimientos liberales de movilizar emociones y pasiones. Un discurso de centro puede y tiene que ser emotivo. La primera contribuye a distinguirse de las posturas demagógicas; por la segunda, se responde a las demandas de la sensibilidad contemporánea.
Termino con una observación. Existe la tentación de situar al centro en el centro, haciendo un ejercicio que Fernando Mires llama de “geometría política”5, y ello puede resultar atinado en muchos casos. En las actuales circunstancias de Colombia, el antagonismo político se da entre fuerzas antiliberales (uribismo y petrismo) contra las fuerzas liberales y reformistas que defienden un estado social democrático de derecho. En este sentido, hoy, el centro político no es un centro geométrico; una propuesta reformista democrático liberal no ocupa el terreno que dejan libre los populismos ni se sitúa en medio de ellos.
Referencias
1Alberto Lleras Camargo (1959), “El propósito nacional”. En Jorge Giraldo (2020), Democracia y libertad: una conversación contemporánea. Medellín: Lecturas Comfama, p. 250.
2Ibídem, p. 253.
3Richard Rorty (1998), Achieving our Country: Leftist Though in Twentieth-Century America. Cambridge, Mass., Harvard University Press, 43.
4El principio de diferencia de Rawls dice que “las desigualdades sociales y económicas habrán de disponerse de tal modo que sean tanto para le mayor beneficio de los menos aventajados, como ligadas a cargos y posiciones asequibles a todos en condiciones de justa igualdad de oportunidades”. John Rawls (1995), Teoría de la justicia. México: Fondo de Cultura Económica, p. 88.
5Fernando Mires, “Antagonismo y polaridad”, 12.06.16. En: https://polisfmires.blogspot.com/2016/06/fernando-mires-antagonismo-y-polaridad.html
Jorge Giraldo Ramírez
Profesor emérito, Universidad Eafit.