Margarita Garcia

Vista aérea del centro de Bogotá. Foto: revista Semana.

Colombia es uno de los países más desiguales del mundo y detrás de esa inequidad se encuentra el nivel de desarrollo de las regiones. No es lo mismo nacer en Bogotá que en La Guajira.

A menudo me preocupa repetir temas en mis columnas. Sin embargo, hay algunos en los que considero se requiere insistir para dar una visión diferente a los problemas nacionales. Uno de esos tópicos recurrentes es el bogocentrismo existente en la visión de las problemáticas del país y que menosprecia enfoques diferentes.

Por décadas varios centros de pensamientos han puesto en discusión las diferencias regionales en el desarrollo económico y social. Por ejemplo, se ha aportado evidencia de lo concentrado que está la generación del producto colombiano, donde tres entidades territoriales generan el 50% del PIB y en ellos habita el 35% de la población.

Otro ejemplo son las diferencias en pobreza entre las distintas regiones. En 2023, el 67,7% de los residentes en Chocó y el 65,3% de La Guajira se encontraban en condiciones de pobreza monetaria. Un valor tres veces superior al registrado en los dos departamentos con mejores resultados: Cundinamarca (21,5%) y Caldas (22,3%).

Recientemente esas desigualdades regionales han sido parte del análisis de diferentes organismos multilaterales. La OCDE, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo han publicado reportes en donde ilustran esas disparidades y recomiendan alternativas de políticas pública para reducirlas.

Muchos colombianos están condenados a vivir en condiciones precarias simplemente por el hecho de nacer en el lugar equivocado.

En general, hay un consenso en distintos estudios insistiendo que Colombia es uno de los países más desiguales del mundo. Detrás de esa inequidad se encuentran, entre otros elementos, las diferencias en desarrollo económico y social de sus regiones. Muchos colombianos están condenados a vivir en condiciones precarias simplemente por el hecho de nacer en el lugar equivocado.

A pesar de la evidencia, hay muchos académicos y funcionarios que desde la capital del país no reconocen esta problemática y no ven necesario adoptar algunas estrategias que ayuden a reducirla. Esa visión bogocéntrica simplifica el análisis a que el atraso relativo de ciertos territorios se debe a la corrupción presente en ellos. En algunas ocasiones también surgen argumentos que consideran que la causa del menor desarrollo está asociado a la raza o la etnia de sus habitantes.

En ningún momento contemplan que existen otros factores como el modelo de desarrollo que favoreció ciertas regiones en contra de otras. Tampoco reconocen que la falta de presencia estatal y la desconexión de algunas zonas de los circuitos económicos del país han sido fruto de decisiones de inversión pública que se toman en Bogotá sin considerar los intereses de todas las regiones.

Al final, para el bogocentrismo, hablar de reducir las desigualdades territoriales del país se limita a una simple retórica redistributiva geográfica, que no requiere mayor atención. Olvidan que las desigualdades regionales son un caldo de cultivo para los movimientos populistas.

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Jaime Bonet

Economista de la Universidad de los Andes con una maestría en Economía y un doctorado en Planeación Regional de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign. Desde 2013 se desempeña como gerente de la sucursal de Cartagena del Banco de la República, en donde ejerce como director del Centro de Estudios Económicos Regionales (CEER).