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La clausura del teatro Amira de la Rosa  cumple ya seis años. Mientras, los artistas y el público que disfruta de la cultura sigue «en la calle». Ilustración: Jose Palacio @jipsx

El único teatro municipal de Barranquilla está clausurado desde 2016. Un anuncio reciente prevé su recuperación completa en cinco años, pero su deterioro actual reclama una intervención urgente. ¿Tendrá el público costeño que esperar un lustro más para volver a disfrutarlo?

A veces olvidamos que el Teatro Amira de la Rosa es un teatro municipal, como era llamado durante su construcción. Es decir, que antes de tener un nombre propio ya era de todos y todas: un espacio cultural de la ciudad y la ciudadanía. La prolongación de su cierre hasta el 2026 o 2027, como lo anunció en enero pasado la gerencia del Banco de la República, significa seguir clausurando un lugar donde han confluido por décadas, incluso tras su cierre, las tensiones de la imaginación y lo público.

Antes de abrir, el Teatro vivió varios años en obra negra. En 1963 la Sociedad de Mejoras Públicas inició su construcción; el proyecto se estancó y en 1980 fue entregado en comodato al Banco de la República, que además de darle acabados arquitectónicos se encargó de su administración, funcionamiento y actividades. Dos años después fue inaugurado y abierto con el telón de boca Se va el Caimán, del pintor Alejandro Obregón, y una obra de la Compañía de Danzas de Canadá, dirigida por el coreógrafo haitiano Eddy Toussaint.

En su corta vida (o promedio, si consideramos otros recintos culturales de la ciudad), el Amira fue escenario de obras de danza, teatrales y musicales con un aforo para 949 personas. El Carnaval de las Artes albergó allí su sede más importante; se desarrollaron y dieron a conocer festivales de teatro y danza contemporánea; en sus jardines se programaban actividades para todo público; en el foyer y la sala múltiple tenían lugar exposiciones de arte, recitales de poesía o lanzamientos editoriales; y en las oficinas del primer piso los usuarios de la red de bibliotecas del Banco recibían o devolvían los libros y materiales prestados. En torno a la fuente de agua, el público hacía fila frente a la taquilla para entrar en un lugar único (no es un decir) de la ciudad, con el ruido del tráfico de la calle 54 que se silenciaba al cruzar las puertas.

En 2016 fue cerrado de forma preventiva, diez años después de ser declarado Bien de Interés Cultural (BIC) por el Ministerio de Cultura. Un estudio técnico realizado por fisuras y desprendimiento de materiales señaló que la “corrosión de algunos elementos estructurales” incrementaba “su vulnerabilidad”. Por entonces hubo rumores de que sería demolido, cosa nada disparatada dada la historia de otros teatros de la ciudad como el Emiliano, que tenía un aforo para casi 2.000 personas y fue destruido en 1945, en su medio siglo de vida. Según el escritor Miguel Iriarte, su ubicación en el viejo centro de Barranquilla que ya entonces vivía una decadencia imparable, y el ninguneo de la élite local que empezaba a desplazarse hacia otras zonas de la ciudad, le negaron probablemente cualquier intención restauradora. La misma suerte corrieron los teatros Cisneros, Apolo y Colombia, este último con una capacidad –hoy inverosímil– para 9.000 personas.

Al tratarse de un Bien de Interés Cultural, el Amira no puede ser demolido. Pero por lo visto no está protegido de las postergaciones que han cultivado su decadencia. ¿Cómo se va a restaurar si dejan que se acabe en la intemperie? ¿Cuántas estructuras no tendrán que ser reemplazadas del todo a causa de las demoras? ¿Quién responde por esa destrucción patrimonial? Hace casi dos años, el arquitecto Ignacio Consuegra me dijo sobre este asunto: “Los edificios se abandonan y entran en un estado de deterioro porque nadie se sube a sus cubiertas, que es donde comienza el deterioro. Y todo el mundo cree que allá arriba todo está bien. No se hace mantenimiento preventivo”.

Al tratarse de un Bien de Interés Cultural, el Amira no puede ser demolido. Pero por lo visto no está protegido de las postergaciones que han cultivado su decadencia.

Parece obvio decir que hay que prestarle atención a las condiciones del suelo, la humedad y la temperatura del ambiente y que hace falta mantenimiento para evitar grietas y desplomes, y más en este tipo de edificaciones, pero la administración pública no lo ha tenido en cuenta. Es lo que sufren actualmente Bellas Artes (con el agravante de que se trata de una academia educativa), el Museo Romántico y el Parque Cultural del Caribe, en cuya zona se encuentra el clausurado Museo del Caribe y la futura sede del Museo de Arte Moderno en obra negra.

Desde 2018 el Amira fue donado al Banco de la República, que anunció un presupuesto de 60 mil millones de pesos para el proyecto. En 2020, retrasos de la pandemia mediante, se formuló el Plan Especial de Manejo y Protección (PEMP) para garantizar su recuperación. Meses después un diagnóstico del PEMP –que ayer 17 de marzo socializó los últimos avances de la intervención– confirmó lo que ya se suponía: “corrupción en la armadura”, afectaciones por el ingreso de agua lluvia, algunos espacios sin cubierta y “gran avance” del deterioro. La situación reclamaba una intervención urgente, reemplazo y reconstitución de estructuras. Pero, más allá de la valiosa labor del Banco, siempre hay demoras en el Ministerio de Cultura y nuevos plazos dentro de los plazos.

Finalmente, volvemos al anuncio que tanto inquieta: que no habrá Teatro sino hasta el 2027. Dicen que será entonces un “complejo cultural”. Tendrá de todo, porque en una ciudad donde las salas de cine fueron absorbidas por los centros comerciales, nadie quiere un teatro solamente. Quizá olvidamos que cuando era teatro solamente también era muchas cosas más.

Kirvin Larios

Es autor del libro de relatos Por eso yo me quedo en mi casa (2018). Ha publicado textos en El Espectador, El Tiempo, El Malpensante, Arcadia, Bacánika y en la Revista de la Universidad de México. Poemas suyos están incluidos en las antologías Nuevo sentimentario (2019), Como la flor. Voces de la poesía cuir colombiana contemporánea (2021) y en la revista Círculo de Poesía. Estuvo a cargo de la página cultural del diario El Heraldo.