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Eduardo Posada, abogado, humanista e historiador. Foto: Flickr.

Desde Oxford, un diálogo con el intelectual barranquillero sobre el panorama actual de las instituciones democráticas.

Eduardo Posada Carbó, barranquillero, profesor, abogado de la Universidad Javeriana, Doctor en Historia Moderna de la Universidad de Oxford y director del Latin American Centre de esa alma mater, insiste en que él es un historiador y no un científico político, y que lo suyo, por ende, es estudiar el pasado y no analizar el presente.

Pero el presente está ahí, anticipando futuros derroteros, algunos sombríos y otros esperanzadores, y su riguroso análisis resulta por tanto inexcusable para un intelectual de sus quilates. Posada siempre ha considerado que las ideas importan, que su influjo puede acabar siendo muy grande, y que uno no puede, ni debe, estar por ello al margen de su debate.

Sin perjuicio entonces de las naturales menciones al pasado, sin las cuales no puede comprenderse el presente, esta entrevista indaga en las impresiones del autor de La nación soñada, entre otras importantes publicaciones, sobre el panorama actual de las instituciones democráticas que regulan la política y el ejercicio de gobierno.

Redacción Contexto: En uno de sus recientes artículos señala que los retos de la democracia eran enormes y que su futuro dependerá en buena parte del vigor del debate público y de su defensa intelectual. De hecho, en el libro Reformas políticas en Colombia, escrito por nuestro coterráneo Arturo Sarabia Better, ya había dicho que en el país: “significativos sectores intelectuales y académicos abandonaron desde hace un par de décadas la defensa de la democracia liberal y representativa, mientras ganaban arraigo nociones maximalistas de la democracia”. ¿Cuáles cree que son los retos de la democracia y cómo deberíamos enfrentarlos? 

Eduardo Posada: La democracia, ya como forma de gobierno o de organización de nuestras relaciones sociales, no ha sido nunca un producto acabado. Es algo en permanente elaboración. Sus retos cambian todo el tiempo frente a nuevas circunstancias. Hoy quizá su mayor reto es mostrar que ofrece las mejores herramientas para enfrentar una de las mayores crisis existenciales que hemos sufrido desde la Segunda Guerra Mundial como resultado de la pandemia. Pero, como producto en elaboración, un reto constante es defender sus bondades –de allí la centralidad del debate público.

R.C.: Al tiempo que parece existir una crisis sobre la democracia, a las nuevas generaciones parecería importarles más la solución de aspiraciones concretas que la defensa del estado liberal. ¿Cree que la pérdida de prestigio de la democracia es hoy un fenómeno generalizado?

E.P.: No comparto las referencias generalizadas a la crisis de la democracia. ¿Dónde y desde cuándo? ¿Y qué es lo que está en crisis: la democracia como forma de gobierno en todo el mundo, o particulares países bajo ciertos gobernantes que conciben el poder de manera autoritaria? ¿Y existen alternativas apetecibles? ¿Hay modelos para emular? ¿La Rusia de Putin? ¿La Venezuela de Maduro o el Brasil de Bolsonaro? ¿China? Pocos líderes políticos se proclaman a sí mismos “populistas” con orgullo, ya sea de derecha o de izquierda. Los defensores intelectuales del populismo son muy contados, y quienes lo defienden lo hacen en nombre de la “democracia radical”. El liberalismo se encuentra a la defensiva. Siempre lo ha estado. Tuvo un breve momento de gloria tras la caída del muro de Berlín que pronto le dio lugar a la desilusión. Pero quiero insistir en que, en vez de generalizar, hay que distinguir y comparar, en tiempos y espacios. Leer la coyuntura en Estados Unidos bajo Trump como una crisis global de la democracia es otro error. Por supuesto que lo que allí suceda tiene repercusiones mundiales, pero es importante descentralizar la historia de la democracia –no siempre Estados Unidos ha estado a su vanguardia. Y frente a las amenazas representadas por la forma de gobernar de Trump, Maduro o Bolsonaro la democracia está ganando, no perdiendo prestigio.

En Colombia es necesario contar con mejor información pública y con debates de alta calidad. Y hay que facilitarle al votante el acto de votar. Cada sociedad debe hacerlo atendiendo a sus circunstancias. En su reciente discurso en el funeral del congresista John Lewis, el expresidente Obama enumeró un listado sorprendente de reformas electorales pendientes en los Estados Unidos.

Es palpable un mayor grado de polarización en el debate público. ¿Cómo explica esta polarización y qué significa para la ciudadanía a nivel conceptual y práctico?

Igual habría que distinguir aquí entre percepción y realidad, y entre los participantes y dimensiones de la polarización. ¿Dónde se ubica la polarización: entre los líderes políticos y formadores de opinión, o entre la ciudadanía? Un excelente estudio de Nancy Bermeo sobre la polarización antes de la expansión de las dictaduras militares de las décadas de 1960 y 1970 mostró que eran las élites, en vez de las sociedades, las que se encontraban profundamente polarizadas. Hay además unos temas que polarizan más que otros, y ellos varían de país en país –el Brexit en el Reino Unido, por ejemplo, es una muestra de polarización poco exportable. El consenso total es no solo imposible en sociedades complejas, pero ante todo, indeseable. La humanidad ha dado grandes avances en la construcción de sociedades más plurales, justas y diversas. Ante esa meta no podemos claudicar. Para ello necesitamos un debate público con altos niveles de tolerancia, que niega la polarización.

¿Cuál es el papel del estado en este periodo neoliberal, en donde el poder político compite con el poder de corporaciones financieras, multinacionales, etcétera? ¿Ha cambiado el concepto de democracia según se conoció en el periodo liberal del siglo XIX? ¿Se le está pidiendo mucho al estado en el presente, o el capitalismo tendría que entrar a regularse?

Solo hasta muy tarde en el siglo XIX los liberales europeos se conciliaron con la democracia. Argumentaría que dicha conciliación se produjo algo más temprano en algunos países de Latinoamérica. Pero la relación entre liberalismo y democracia siempre ha sido compleja, y su encuentro más duradero solo comenzó, como advirtió Bobbio, tras la Segunda Guerra Mundial. Procuro evitar referencias al “neoliberalismo”, que suelen ir acompañadas de mensajes anti-liberales o de mensajes que confunden todo el liberalismo con el liberalismo económico. No creo que existan contradicciones entre el liberalismo y las regulaciones del mercado.

En su relatoría de los doce documentos presentados en el seno de la Comisión Histórica del Conflicto y sus víctimas, y creada en desarrollo de los Acuerdos de La Habana, Eduardo Pizarro Leongómez advierte que ese esfuerzo “está muy lejos de una imposible e indeseable historia oficial o de una igualmente imposible e indeseable verdad única” sobre lo acontecido. ¿Cuál es su opinión sobre la utilidad o conveniencia de este tipo de comisiones?

Pizarro tiene razón. Y creo que esta Comisión por lo menos cumplió un propósito pedagógico fundamental para propiciar la paz: mostrar, como Eduardo lo expresa, que no es posible ni deseable contar con un relato único de lo acontecido. Simpatizo con el concepto de las comisiones independientes y de expertos a las que se confía diagnosticar un problema y sugerir soluciones. Siempre hacen falta en toda sociedad.

Meses atrás, a raíz de un sonado escándalo de corrupción electoral, se debatió sobre la posibilidad de adoptar nuevas medidas para combatir la compraventa del voto, ese delito que tanto afecta la credibilidad de nuestras instituciones democráticas. Una de ellas es la adopción del voto obligatorio. ¿Sigue considerando que esta solución trae más problemas de los que soluciona?

Nunca he entendido la lógica de la propuesta: no conozco un solo país donde la corrupción electoral se haya disminuido con la obligatoriedad de votar.

¿Alguna propuesta para hacer de los colombianos mejores votantes? ¿Se debe analizar la financiación de las campañas?, ¿ampliar la jornada?, ¿crear más y mejores puestos de votaciones?

Si por “mejores votanes” hacen referencia a contar con votantes con mayor capacidad para tomar decisiones de interés público, eso se logra con mejoras en la educación y bienestar social –lo último asegura la independencia del votante. También es necesario contar con mejor información pública y con debates de alta calidad. Y hay que facilitarle al votante el acto de votar. Cada sociedad debe hacerlo atendiendo a sus circunstancias. En su reciente discurso en el funeral del congresista John Lewis, el expresidente Obama enumeró un listado sorprendente de reformas electorales pendientes en los Estados Unidos.

¿Cómo lograr una mejor conexión entre los congresistas y sus votantes? El exsenador John Sudarsky propone una reforma que le otorgue más compromisos al parlamentario frente a su electorado. ¿Qué puede sugerir desde su perspectiva?

Mejorar la calidad de la representación es uno de los grandes retos de la democracia, advirtió hace algún tiempo Giovanni Sartori. Las propuestas de John Sudarsky para reformar el sistema electoral van en esa dirección y deberían ser tomadas en serio.

Si la regionalización se traduce en reproducir procesos centralizantes en las distintas regiones entonces se pierde su propósito. Mi impresión es que el país sigue enrumbado en un proceso acelerado de urbanización –unas cuantas ciudades que crecen desorbitadamente mientras que el resto de las poblaciones permanecen a la zaga.

La historia regional, y en particular la historia del Caribe colombiano, le interesaron mucho durante los primeros años de su trayectoria como historiador. Hoy sus intereses académicos son otros, pero no por ello quisiéramos pasar por alto la oportunidad de preguntarle por la suerte de los hasta ahora fallidos procesos de regionalización en nuestro país. ¿Cree que convenga, ahora que hemos superado el llamado conflicto interno, avanzar un poco más en esa dirección?

No sigo los detalles del proceso de regionalización colombiana. Más allá de la experiencia colombiana, importa advertir que si la regionalización se traduce en reproducir procesos centralizantes en las distintas regiones entonces se pierde su propósito. Mi impresión es que el país sigue enrumbado en un proceso acelerado de urbanización –unas cuantas ciudades que crecen desorbitadamente mientras que el resto de las poblaciones permanecen a la zaga. La reciente crisis mundial ha propagado la idea de “ciudades de 15 minutos”, espacios que nos permitan tener calidad de vida sostenible. Tal vez necesitamos más descentralización y menos regionalización. Las regionalizaciones pueden además convertirse en focos “micro-nacionalistas” poco deseables.

Hace mucho tiempo menciona la necesidad de establecer pactos en las democracias liberales a efectos de mejorar la gobernabilidad. En Colombia recientemente se han establecido muchísimos pactos, pero no parece que vayan a dar resultados porque son muy extensos y se firman entre amigos. ¿Qué características deben tener, en su opinión, estos pactos? ¿Es Klosko el autor que sigue recomendando para profundizar este tema? 

Sí, George Klosko, profesor de la Universidad de Virginia, publicó hace veinte años un libro que no me canso de recomendar. Democratic procedures and liberal consensos. Desafortunadamente no se ha traducido al castellano. Klosko indaga por los niveles de consenso requeridos y aceptables para el sostenimiento de sociedad modernas y plurales en democracia. Combina muy bien el rigor empírico (basado en encuestas de valores sociales en Estados Unidos) con exámenes teóricos. Las sociedades no funcionan sin consensos. Entre más grandes, complejas y diversas, los consensos se vuelven más complicados, hasta imposibles si buscan abarcarlo todo. Si entiendo bien su mensaje, el consenso debe forjarse alrededor de los procedimientos. Y para una democracia los procedimientos electorales, de tomas de decisiones, son centrales. Tan solo añadiría, en respuesta a la referencia a los pactos en Colombia, que no es cierto que se hayan hecho siempre entre amigos. En su momento, el Frente Nacional no fue un acuerdo entre amigos. Tampoco los acuerdos de paz más recientes.

El Estado en Colombia es disfuncional y lo que se observa en nuestra historia republicana es que siempre ha sido un estado pequeño y débil. ¿Qué ha faltado para fortalecerlo? ¿Qué ideas nos puede aportar para mejorar la capacidad del Estado?

Pequeño y débil, en algunos aspectos. Es un país con importantes fortalezas, examinadas por un grupo de académicos y políticos en un libro editado por Fernando Cepeda Ulloa, precisamente bajo el título Fortalezas de Colombia. Hay instituciones del Estado muy robustas, como el Banco de la República. La fortaleza de los Estados se encuentra en los niveles de confianza ciudadana. Este debería ser el punto de partida.

 

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