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Jiang Zemin, presidente de la República Popular China entre 1993 y 2003, falleció el pasado 30 de noviembre a la edad de 96 años. 

Lo que parecía una visita protocolaria de estadistas reunidos en China, pronto se convirtió en una cálida charla sobre literatura. Recuerdos de una conversación con Jiang Zemin, expresidente chino recientemente fallecido.

El pasado miércoles 30 de noviembre murió en Shanghái, a la edad de 96 años, Jiang Zemin, secretario General del Partido Comunista, y presidente de la República Popular de China entre 1989 y 2003. El líder político e ingeniero eléctrico se había retirado de la vida pública hacía varios años, dedicándose a escribir sus memorias y reflexiones sobre el futuro energético del país.

La noticia del fallecimiento estuvo acompañada de imágenes de su presidencia, que lo mostraban muy serio y adusto. Al verlo en pantalla, sin embargo, evoqué la agradable conversación que tuve con él en el Gran Palacio del Pueblo en Beijing, en junio de 2001, en desarrollo de una visita de Estado que en calidad de Vicepresidente hice a varias ciudades del gigante asiático. La recuerdo muy bien pues en ella tuve la oportunidad de apreciar el poder de seducción que tiene la literatura en el alma humana.

En los días previos a la entrevista, le pregunté a la intérprete que me acompañaba qué novela histórica me recomendaba sobre los tiempos modernos de China. Me habló del Sueño de las mansiones rojas, de Cao Xueqin, escrita en la primera mitad del siglo XVIII. Se lo comenté informalmente al embajador de China en Colombia, señor Jing, quien me acompañó durante toda la visita, y cuál fue mi sorpresa cuando al día siguiente me había conseguido los cuatro tomos de la novela ¡en edición en español!, cuyo prólogo leí la anoche anterior a la cita con el presidente Zemin.

El Gran Palacio del Pueblo, situado en el costado oeste de la Plaza Tiananmén en Beijing, es –como todos los edificios oficiales chinos– realmente imponente. Luego de pasar varios corredores hermosamente decorados, llegamos al Salón Fujian donde ya nos aguardaba el presidente para la entrevista que debía durar no más de quince minutos. Me saludó cordialmente y posamos para la foto de rigor. Acto seguido nos sentamos en las respectivas sillas con un intérprete ubicado a una distancia prudente.

Como es usual en la vida diplomática, a los mandatarios se les pone en antecedente de la persona que van a recibir; por ello el presidente estaba informado de mi hoja de vida y de mi presencia en Macao –diciembre de 1999– en los actos de devolución de Portugal a China de esa ciudad, donde –dijo– nos habíamos conocido. Me preguntó sobre mis impresiones del periplo que venía realizando. Contesté sobre lo positivo de la visita, de los evidentes logros obtenidos en la transformación del país, y la consiguiente mejora de la calidad de vida del pueblo.

No creí oportuno extenderme en el uso de la palabra, y a continuación el presidente Zemin hizo una larga exposición sobre diversos temas de filosofía, física, literatura y arte. Me sorprendió particularmente la explicación que hizo, desde la física, de la necesidad de un mundo multipolar, porque ningún objeto se puede sostener en un solo punto de apoyo. Se refirió a un poema escrito en días recientes en un monte que siempre había querido conocer, en él se refería al miedo del hombre público a la fama como el mismo miedo que siente el cerdo a que lo engorden, pues significa que más rápido lo llevarán al matadero. Alguien –añadió– le había puesto música al poema y se había vuelto muy popular. Habló de la relación que debe existir entre la ciencia y el arte, e hizo referencia a Cien años de soledad y a la visita que recientemente había hecho a Latinoamérica (abril de 2001).

Fue grato ver a un hombre de Estado como él hablar espontáneamente de temas en principio ajenos a la cosa pública y hacerlo con unos gestos que denotaban un evidente entusiasmo.

Al escuchar el título del “Sueño de las mansiones rojas” inmediatamente su rostro se iluminó, se incorporó en su silla dejando la compostura que impone el protocolo y empezó a hablar efusivamente de la importancia que su lectura había tenido en su vida.

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Portada del “Sueño de las mansiones rojas”, novela histórica de Cao Xueqin.

Cuando me concedió el uso de la palabra, resalté la importancia que para los latinoamericanos tiene la Carta de Jamaica de Bolívar de 1815. Ese documento –le manifesté– es imprescindible conocerlo por la reflexión que contiene sobre la búsqueda de nuestra identidad cultural, luego de la ruptura del vínculo colonial con España. Afirmé que casi dos siglos después aún seguíamos en esa búsqueda y que Cien años de soledad reflejaba en parte esa ansiosa tarea inconclusa. Igual, que la globalización nos imponía nuevos retos culturales, y debíamos aprender del pueblo chino que, sin renunciar a su identidad cultural y a sus valores, había tomado lo positivo de otras culturas, en especial de algunos aspectos de la economía de mercado para transformar su economía.

En ese momento el embajador Jing me hizo señas de que los 15 minutos de la entrevista estaban por terminar; entonces, para finalizar, le dije al presidente estar de acuerdo con él, de que por medio de la literatura y el arte se podía conocer mejor a los pueblos. Por ello, de las cosas más valiosas que me llevaba de China era la novela el Sueño de las mansiones rojas

Considerada una obra maestra de la literatura clásica china, los primeros ochenta capítulos de la novela se difundieron inicialmente a mediados del siglo XVIII en forma de manuscritos, bajo el título de La historia de la Piedra, y tiene el amor como tema central y reivindica la pasión y los deseos en las relaciones maritales. Como trasfondo social, la obra retrata la decadencia del sistema feudal en China en el siglo XVIII.

No me lo esperaba, pero fue como tocar una fibra muy sensible del presidente. Al escuchar el título de la novela inmediatamente su rostro se iluminó, se incorporó en su silla dejando la compostura que impone el protocolo y empezó a hablar efusivamente de la importancia que su lectura había tenido en su vida. Mencionó que él era oriundo de la misma región de su autor, el drama de uno de sus protagonistas e hizo nuevamente varias reflexiones sobre la vida. También habló de su interés por aprender español, de su afición por la poesía, de su discurso en la CEPAL en Chile, del café colombiano. Bromeó con los dos embajadores presentes y hubiera seguido hablando si no fuera porque al ver su reloj cayó en la cuenta de que se había tomado más tiempo del previsto: ¡37 minutos! Y en el salón contiguo esperaba impaciente Vicente Fox, el presidente de México.

Al despedirnos, el presidente Jiang Zemin me dijo que, según una tradición china, como ya nos habíamos saludado en dos ocasiones (en la ceremonia de Macao y en esta), en la tercera lo haríamos como amigos.

 

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Gustavo Bell Lemus

Historiador, abogado y político barranquillero. Se ha desempeñado en su carrera pública como Gobernador del Atlántico,Vicepresidente de Colombia y Embajador en Cuba durante los diálogos de paz con las FARC en La Habana.