Humberto De la Calle

Para Humberto de la Calle es necesario que temas como la reforma política y la justicia transicional despeguen en el actual gobierno para lograr la consolidación de la paz.

El estado actual del Acuerdo de paz con las Farc, la necesidad de un centro audaz de cara a las elecciones presidenciales de 2022, y las prioridades de Colombia en la postpandemia, en entrevista con Humberto de la Calle, candidato a la presidencia en 2018 y exnegociador en el proceso de paz con las Farc.

Las últimas semanas en Colombia han sido de gran agitación en el plano del orden público. La inusual sucesión de masacres cometidas por grupos armados al margen de la ley, sumadas a un caldeado ambiente político, son parte de la agenda noticiosa nacional en un momento en que tiene lugar el desconfinamiento en buena parte del país. Sobre estos y otros temas como los avances del Acuerdo de paz, y el ambiente electoral de cara a 2022, dialogó Contexto con el político liberal Humberto de la Calle.

Redacción Contexto: A casi 4 años de la firma del Acuerdo de paz con las Farc, ¿cuál es su opinión sobre los avances de lo pactado?

Humberto de la Calle: unas de cal y otras de arena. Es un poco inverosímil que en el terreno de los recursos, algo tan sencillo como una cifra, existan tantas versiones. Hemos fracasado en medir de manera segura el desarrollo de la incorporación. Pero la cuestión es más amplia. El Acuerdo no se limita a la reincorporación de los excombatientes. Allí hay esfuerzos saludables del Gobierno. Pero permanecen en el congelador temas como la reforma rural y la reforma política. La justicia transicional, entendida como algo que concierne a todos los victimarios y cuyo propósito es la reconciliación, sigue siendo objeto de acciones para desnaturalizarla.

R.C.: ¿Cómo percibe el clima político del país y cómo avizora el ambiente electoral para 2022 con un entorno económico y social tan afectado por la pandemia?

H.d.l.C.: No vamos a poder gobernar como lo hemos hecho. La crisis social puede convertirse en estallido. La ferocidad de la discusión genera un clima muy peligroso. Y han aparecido ciertos retrocesos en las libertades y los controles que arriesgan la idea genuina del Estado de Derecho.

Su propuesta para hacer una coalición fuerte del centro-izquierda ha tenido un interesante eco. ¿La ve viable?

Como la propuesta lucha contra un arraigado atavismo, creo que aún no logro que sea comprendida a cabalidad. He dicho que si comenzamos la discusión sobre el 2022 con nombres y mecanismos, fracasará la idea de conformar una convergencia democrática. Un centro audaz. De hecho, el mundo político sigue orbitando en torno a las descalificaciones. Lo que he propuesto tiene dos claves: un verdadero programa serio, sin retórica vaga. Un programa en el que pesen tanto los propósitos como los límites. Las líneas rojas. Y solo en ese momento, la discusión sobre mecanismos y nombres, pero siempre entendiendo que la gobernanza del 2022 es distinta. Es una gobernanza de coalición. Quienes concurran a gobernar sobre ese acuerdo, asumen la responsabilidad. No es un Presidente elegido que sale después a buscar aliados. Ahí aparece la mermelada. Es un propósito transparente que se refleje en la política pública. Casi que un consejo de ministros actuante. A la europea. Obviamente, los temas no acordados se regirán por la mayor libertad política de las fuerzas congregadas.

El Acuerdo no se limita a la reincorporación de los excombatientes. Allí hay esfuerzos saludables del gobierno. Pero permanecen en el congelador temas como la reforma rural y la reforma política. La justicia transicional, entendida como algo que concierne a todos los victimarios y cuyo propósito es la reconciliación, sigue siendo objeto de acciones para desnaturalizarla.

¿Cuáles deberían ser, en su opinión, las 3 principales prioridades del próximo Gobierno?

La pandemia ha servido para volcar la atención sobre un tema anterior. La inequidad es el mal más grave que tenemos como sociedad. Esa es la primera urgencia. Y no solo es cuestión de plata. ¿Cómo lograr vincular a la gran masa de informales que está por fuera del radar del Estado? En segundo lugar, creo que la seguridad volverá a ser un punto prioritario. Lo que estamos viendo es un regreso al pasado. Y, por fin, las discusiones más estratégicas y difíciles serán sobre el problema de la energía y el cambio climático.

A pesar de que era previsible que otros grupos armados violentos ocuparan los espacios dejados por las Farc esta situación no se pudo ni se ha podido impedir y hoy hay zonas que el Estado parece no controlar. ¿Cómo percibe esta situación y qué se puede hacer?

Aquí hay un dilema. ¿Fue omisión del Gobierno? ¿O es que persiste una de nuestras desgracias que consiste en que no controlamos el territorio? Más allá de la coyuntura, el segundo punto sigue pesando demasiado. Es lugar común decir que no basta el esporádico control militar. Se requiere presencia integral. Ese es el desafío. ¿Cuánto vale eso? ¿Cuánta violencia engendra? ¿Y cuánta está dispuesta la sociedad a soportar? Los Estados Nacionales se hicieron combatiendo expresiones feudales. Nosotros aun padecemos un neofeudalismo.

La JEP, según lo acordado, debía haber empezado a actuar antes, de forma que los miembros de la Farc tendrían que haber sido juzgados antes de ejercer como congresistas. ¿Por qué esta situación no se dio?

El propio partido enemigo de la JEP introdujo desde un principio palos en la rueda. Hasta el Presidente se empeñó en objeciones que fracasaron. El período real de trabajo de la JEP ha sido de dos años. Hay casos que van marchando. Las cuestiones esenciales son dos: que todos, las Farc entre ellos, acudan de manera franca a la verdad. Y que se establezca con urgencia un sistema de monitoreo genuino de las sanciones. El día que aparezca un combatiente tomando cerveza en el casco urbano alejado de su sitio de reparación, estaremos en un serio problema.

La pandemia ha servido para volcar la atención sobre un tema anterior. La inequidad es el mal más grave que tenemos como sociedad. Esa es la primera urgencia. Y no solo es cuestión de plata. ¿Cómo lograr vincular a la gran masa de informales que está por fuera del radar del Estado?

Aún para gente que votó por el Sí se percibe una gran lentitud en los procesos que lleva la JEP, sobre todo frente a los casos más visibles como el de los líderes de las Farc, quienes deben contar pronto toda la verdad, sin gambetas ni eufemismos. La JEP debe ganarse la confianza de la gente. Se oyen voces calificadas que sugieren cambios para agilizar estos procesos. ¿Qué cambios podría sugerir?

De acuerdo. No solo la ex Farc. Pero ya contesté lo que creo que es indispensable. No estoy de acuerdo con la idea de que tenemos que revisar ahora los procedimientos. Hay que concentrarse en lo esencial que es lo que he dicho.

Por muchos años el Partido Liberal fue mayoría en Colombia. Hoy ya no somos un país con predominio bipartidista. ¿Cree que las ideas liberales siguen predominando?

Las ideas sí. Deben seguir siendo la guía del devenir político si apreciamos la democracia. El peor mal en estos momentos de angustia sería el populismo atrabiliario. El populismo brota con disfraz de derecha o de izquierda. Es un escenario terrible que no debemos descartar. Hay que estar en guardia.

 

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