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En toda una fiesta se convirtió el recibimiento de El Ñoño Elías en su natal Córdoba. Foto: Twitter.

La gente se impacienta y busca a Ñoños y Bukeles porque siente que los sistemas tradicionales no funcionan para ellos. No es gratuita la respuesta de los ciudadanos en América Latina sobre la democracia: según Latinobarómetro sólo el 48 % de la gente la apoya.

El Ñoño Elías, y Bukele, son dos protagonistas de nuestra política latinoamericana. Al primero lo reciben miles de partidarios y amigos en una multitud exultante con papayera, globos y gritos emocionados en su Sahagún natal. Es el Ñoño al que aclaman a la llegada a su pueblo, libre después de pagar seis años de cárcel por corrupción en el caso de Odebrecht. Pertenece a esa clase política –clanes, se llaman ahora– que capturan al Estado a través de la contratación pública, el clientelismo y la compra de votos. 

A Nayib Bukele, presidente de El Salvador, también lo aclaman, es el presidente más popular de todos los países de América Latina. Su apoyo oscila entre el 79 y el 90 %. ¿La razón? Le da seguridad al país. En los 3 años de  su mandato la tasa de homicidios bajó de 104 a menos de 10 por cada 100.000 habitantes, algo impensable. Desde marzo de 2022 ha llevado a las cárceles a más de 77.000 personas acusadas de ser integrantes de las maras, las temibles bandas criminales de Centroamérica. Bukele gobierna con puño de hierro y está cerca de convertirse en un fiero dictador de derecha. A pesar de la prohibición expresa en la Constitución, va a reelegirse en los próximos comicios.

Desde luego que la corrupción del Ñoño y las tendencias despóticas de Bukele son inadmisibles porque atentan contra la decencia y la democracia. Pero detrás de estos dos personajes y su popularidad se esconde algo más profundo que conviene analizar. 

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Nayib Bukele, autócrata centroamericano. Foto: Reuters.

El Ñoño Elías, para muchos ciudadanos de su comarca, es la única alternativa de tener un empleo, de obtener un subsidio, de que un niño entre a un colegio o de que llegue el agua a una vereda. Incluso, de recibir una suma de dinero a cambio de su voto. El Ñoño resuelve a su manera, corrupta y clientelar, lo que el Estado en su indolente incapacidad y la de sus administradores no atiende. No todo el Estado es así, desde luego, pero en general sí es poco efectivo a la hora de resolver muchos de los problemas que agobian a la gente. Y a pesar de los avances, que los hay, estos son lentos y nos falta mucho por resolver en equidad, calidad de la educación, seguridad, transporte público digno y altos costos de energía, para mencionar los más serios. 

El caso de Bukele es que a la gente, sin excepción; pobre o rica, de cualquier raza, le importa muchísimo poder salir a la puerta de su casa sin que la atraquen, sin que hasta a los comerciantes más humildes los extorsionen, sin que una bala perdida le quite la vida a algún familiar. Tanto valoran la seguridad que votan, aclaman, y algunos casi idolatran a Bukele, que maneja de manera autoritaria al país, restringiendo libertades, cooptando el sistema judicial, acallando cualquier voz contraria con toda la facha de un dictador de nuevo cuño.

La gente se impacienta y busca a Ñoños y Bukeles porque siente que los  sistemas tradicionales no funcionan para ellos. No es gratuita la respuesta de los ciudadanos en América Latina sobre la democracia: según Latinobarómetro sólo el 48 % de la gente la apoya. Otros prefieren otro sistema siempre y cuando les resuelva sus problemas.

En Colombia no nos hemos propuesto en serio hacer que el Estado funcione, al menos algunas partes de su entramada complejidad. Tenemos leyes por miles y bastantes políticas públicas de buena calidad. De eso sí sabemos. Pero sabemos muy poco de cumplir, resolver o ejecutar. Hay muchos malos indicadores que así lo muestran. Nos pasamos mucho tiempo navegando en el interminable mar de la retórica. ¿Hasta cuando? Aplazamos los problemas “hasta que se vuelven problemones”, parodiando al lúcido, querido y recientemente fallecido profesor Malcolm Deas. Y entonces queremos resolverlos todos al tiempo, lo que tampoco es posible. “Hay que desmenuzar”, uno al tiempo y “dele, dele, dele” hasta que se resuelva, decía con gracia Deas. Nos falta determinación, en gran parte por esto aparecen los Ñoños.

La realidad es que una parte grande del Estado ha sido capturada por la corrupción. Ya no es un tema de unos individuos malos que hay que capturar y juzgar. Es un sistema que se ha extendido, que se basa en atrapar la contratación estatal para enriquecerse y perpetuarse en el poder. Un círculo vicioso en el que las campañas cuestan sumas absurdas, financiadas por los contratistas que recuperan su inversión con sobrecostos a las obras, muchas de ellas innecesarias. Es la “democracia feroz”, como la bautizó Gustavo Duncan, esa que el Ñoño representa. No todos son así, pero las excepciones son cada vez menos.

Hay que sobreponerse a los Ñoños y recuperar el Estado que se han tomado los clanes, a quienes, de paso, puede que no les interese que este no funcione mejor para seguir siendo ellos los redentores de sus comarcas. 

Si no trabajamos en serio porque el Estado desarrolle la capacidad y voluntad de dar mejor educación, de brindar justicia oportuna, de facilitar la movilidad o de controlar el territorio, la vamos a pasar mal. No es fácil, pero hay que emprender la tarea cuanto antes, sobreponerse a los Ñoños y recuperar el Estado que se han tomado los clanes, a quienes, de paso, puede que no les interese que este no funcione mejor para seguir siendo ellos los redentores de sus comarcas. 

En cuanto a la seguridad, es obvio que sin ella no hay libertad posible para nadie. Pero no es tanto cuestión de Paz Total que es un concepto maximalista, quizás idílico, de pronto imposible. Tampoco es la extrema y peligrosa radicalización de Bukele. Es buscar las raíces del problema, “desmenuzarlo” y aplicar con rigor las recetas correspondientes con metas ambiciosas y medibles. Se requiere un enfoque integral que produzca resultados. La seguridad ciudadana debe ser un propósito nacional. A ricos y pobres no los deja vivir tranquilos el atraco, el robo, la extorsión. Sin embargo, no se ven acciones ni repuestas, y a veces ni preocupaciones. La seguridad no puede ser patrimonio exclusivo de la derecha con soluciones radicales que conducen al autoritarismo. Es hora de que la izquierda gane réditos políticos mejorando la seguridad de toda la gente.

El mismo informe de Latinbarómetro antes mencionado sugiere que buena parte del problema es la baja calidad de las élites políticas. Personalismos, corrupción, el deseo de permanecer en el poder o reelegirse una y otra vez, aunado a un alza en actitudes populistas y autoritarias en medio de una crisis de los partidos políticos

Sin duda, estos factores del funcionamiento del Estado para que ayude a resolver problemas y seguridad serán decisivos en las elecciones locales e incluso, si no hay un cambio serio y pronto, en las próximas presidenciales.

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Arnold Gómez Mendoza

Empresario, PhD en Economía de New York University, profesor de la Universidad del Norte.