Margarita Garcia

Ilustración de Quino.

Apuntes sobre una nueva cultura de la evaluación de los logros educativos en Colombia.

Las evaluaciones estandarizadas Saber y Pisa se han posicionado como el principal medidor de la calidad de nuestro sistema educativo y sus resultados y estudios complementarios han sido claves para la formulación de políticas públicas orientadas a mejorar la calidad de la educación.

Sin embargo, estas evaluaciones muestran una visión reduccionista de la calidad de la educación y, al situar los reflectores en una fracción de los resultados académicos, acaban siendo una pieza de análisis aislada, que no ofrece detalles concretos de lo que está pasando al interior del sistema educativo.

Esto no quiere decir que las pruebas certificadoras no sean importantes, sino que los propósitos de la evaluación deben ser ampliados para que se pueda examinar en detalle que está pasando con los procesos pedagógicos que realizan las escuelas para desarrollar el conocimiento y las habilidades de aprendizaje.

Me parece que la metáfora del psicólogo educativo estadounidense Robert Stake lo explica con mayor lujo de detalles: cuando el cliente prueba la sopa en el restaurante está valorando el resultado; cuando el cocinero la prueba mientras la prepara puede introducir cambios y mejorar la calidad del producto.  

La imagen es contundente: las evaluaciones puntuales que se hacen para verificar el rendimiento académico cada cierto número de años no son suficientes para mejorar la calidad de la educación; se necesita que los responsables del proceso aprendizaje y enseñanza reflexionen juntos para que puedan transformarlo. 

Ese ejercicio de comprender, de derivar conocimientos y mejorar el proceso de aprendizaje y enseñanza se realiza normalmente mediante dos evaluaciones: la que hace el maestro y el alumno de la experiencia de aprendizaje y la autoevaluación que hace el alumno de su aprendizaje, con el apoyo del maestro.

El reto está en cómo pasar de la cultura de la examinación, de indagar qué tanto se aprendió, a la cultura de aprender cómo aprender.

La primera, provee información clave a los maestros y alumnos para que puedan mejorar el proceso de aprendizaje y enseñanza en que participan, y la segunda le permite al estudiante aprender a evaluarse a sí mismo, a reconocer lo que hace bien y lo que se le dificulta para corregirlo de forma autónoma.  

Definitivamente, la reflexión que hacen las partes sobre el aprendizaje del alumno es la estrategia más efectiva para mejorar la calidad del sistema educativo. Entonces, el reto está en cómo pasar de la cultura de la examinación, de indagar qué tanto se aprendió, a la cultura de aprender cómo aprender.

El desafío de gestar una nueva cultura escolar exige que la escuela sitúe a la evaluación escolar como un eje de debate interno, donde se pongan en tela de juicio la calidad de los procesos valorativos actuales y se cuestione su eficacia para que puedan transformarlos en la práctica cotidiana.

Solo así se le podrá dar un nuevo significado a la evaluación y otorgarle el poder de convocar, de comprometer y promover el mejoramiento de quienes están participando en el proceso aprendizaje y enseñanza. Lo que no puede hacer una evaluación externa, por muy sofisticada que sea.

Estoy convencido de que la evaluación no puede seguir siendo una actividad marginal en la que se califica lo que alguien aprendió. La evaluación tiene que ser un proceso de Aprendizaje Colaborativo, en el que el maestro aprende a mejorar su práctica y el estudiante aprende a mejorar la capacidad de autorregulación.

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Julio Antonio Martín Gallego

Magíster en educación, Especialista en filosofía contemporánea e Ingeniero Mecánico de la Universidad del Norte. Investigador y consultor especializado en procesos de cambio educativo y aprendizaje organizacional.