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Comunicadora versátil, Lola Salcedo llevaba las letras y el periodismo en sus genes y exploró distintas facetas y formatos dentro y fuera de los medios de comunicación.

Se fue Lola, una incansable trabajadora de las letras, el periodismo y la cultura cuyo estilo frentero es testimonio de una mejor época del periodismo en Barranquilla. Semblanza de una auténtica pensadora que supo orientar la opinión pública sin sesgos ni fanatismos.

Cuando apenas cumplía 19 años, ya Dolores Salcedo Castañeda estaba dando qué hacer en una universidad de Medellín, en una de las primeras facultades de comunicación social y periodismo, lo cual en forma simultánea ocurría en Barranquilla en la Universidad Autónoma del Caribe, en donde Camilo Monroy Romero y Abel Ávila Guzmán inauguraban la autopista para que el periodismo colombiano no siguiera siendo un oficio empírico. Como, por lo general, ha seguido siendo. Porque, como decía el maestro Álvaro Cepeda Samudio: “el buen periodista se hace en la calle”.

Frase que convenció a más de uno, entre ellos al suscrito, que terminó de aprendiz del oficio en el desaparecido Diario del Caribe, cuando funcionaba en la prolongación de la calle 34 (Paseo Bolívar, que desde la 38 hasta la carrera del Hospital se denominaba ‘Calle España’).

Dolores, mejor conocida como Lola Salcedo Castañeda, nacida en 1950 en Barranquilla (Atlántico) en el hogar formado por Rafael Guillermo Salcedo Travecedo y Lilia Mercedes Castañeda Morán, desde cuando saltó al tinglado periodístico pintó lo que sería su vida en este oficio. Rebelde. Contestaria. Sin pelos en la lengua. Y sin la menor posibilidad de ‘torcerse’, como con tanta frecuencia y vergüenza ocurre hoy en el periodismo colombiano, en donde hombres y mujeres han perdido todo dique moral y se venden al mejor postor como cualquier vulgar mercenario, para deslenguarse en alabanzas contra el político o empresario que ayer señalaban con el dedo acusador como corruptos y depredadores del erario.

Lola era de otra catadura moral. Por eso se marchó de Medellín y aterrizó en Bogotá, creyendo que, por ser la capital del país, el periodismo tendría un tono moral más alto. ¡Qué va! Era peor. Y para colmo de su desventura, lo que nunca le había ocurrido en su vida de joven atractiva, de piel blanca y rostro alegre, cayó en las redes del amor que le tendió un médico chocoano del que siempre hablaba como ‘el doctor Maluk’ —porque así le exigía él que lo llamara, aun siendo su esposa—, hasta cuando el volcán que llevaba Lola en la sangre explotó y mandó al Maluk al mismísimo infierno. Para pasar el mal trago se fue a España, de donde regresó directo para Barranquilla. Para siempre.

De El Heraldo a Diario del Caribe

Fue entonces cuando aterrizó en Barranquilla, donde ya estaban instalados sus hermanos Rafael, como corresponsal de El Tiempo, y Guillermo, el caricaturista y escritor conocido con el seudónimo de ‘Guillotín’.

Sintió que había llegado a su hábitat natural. Porque Barranquilla ha sido siempre la ‘mamá’ grande’ de Ciénaga. Casi todos los libreros, literatos, comerciantes y, en general, gente del arte y la cultura muy pronto se trasladaban a la capital atlanticense, como fue el caso de la familia Claveria Díaz, los Auqué Lara, los Henriquez, los Fernández de Castro, los Correa, los De Andreis y los Salcedo Travecedo – Castañeda Morán.

Comenzó su vida periodística en el legendario diario barranquillero El Heraldo, todavía bajo la dirección de su director – fundador Juan B. Fernández Ortega, quien luego fue reemplazado por su hijo, el hoy director consejero Juan B. Fernández Renowitzky.

Así empezó Lola Salcedo Castañeda una carrera periodística fulgurante, desmarcándose un poco de la fama de su abuelo, el insigne poeta cienaguero Gregorio Castañeda Aragón. El llamado ‘Poeta del Mar’, en un grito de rebeldía como ya lo había dejado escuchar Armando, uno de los hijos del bardo, quien hizo su brillante carrera como periodista y escritor bajo el nombre de ‘Armando Barrameda Morán’.

Muy pronto Lola Salcedo mostró su talante de periodista pura y dura. Sin ataduras. Frentera. Sin dobleces. Con un lenguaje mordaz y al mismo tiempo con altura y un manejo impecable de la gramática.

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Plenamente identificada con las expresiones del Carnaval de Barranquilla, Lola hizo parte de diferentes proyectos para la salvaguarda de las festividades y lideró el equipo de preparación del documento que postuló al Carnaval como Obra maestra del genio creador humano ante la Unesco.

De redactora rasa pasó muy pronto a jefe de sección, y, como los canguros, fue ascendiendo con grandes saltos. Jefe de redacción, coordinadora de redacción, editora general y hasta directora encargada en varias ocasiones, siempre con el apoyo de Posada De la Peña, quien era experto –como admirable conciliador— en apagar los fuegos que Lola prendía con sus frecuentes columnas incendiarias.

Poco después pasó a Diario del Caribe, periódico que el grupo Santo Domingo compró a un pariente, Pacini Santo Domingo, por insinuación e insistencia de Álvaro Cepeda Samudio, muy apreciado por el grupo cervecero, en especial por su fundador, don Mario y por su heredero, Julio Mario Santo Domingo.

Fueron muy pocos los años que Cepeda Samudio estuvo al frente del Diario del Caribe. Pronto se le apareció una enfermedad degenerativa que lo llevó a la muerte en un hospital de Nueva York, adonde fue trasladado con la esperanza de salvarle la vida.

En reemplazo de Cepeda Samudio asumió como director en propiedad Francisco Posada De la Peña, abogado, administrador de empresas, jurisconsulto, experto en finanzas y política pública, y, lo más importante, un gran humanista que se preocupó por integrar un equipo de redacción en permanente capacitación en cursos y seminarios en Bogotá, Medellín o Cali.

De redactora rasa pasó muy pronto a jefe de sección, y, como los canguros, fue ascendiendo con grandes saltos. Jefe de redacción, coordinadora de redacción, editora general y hasta directora encargada en varias ocasiones, siempre con el apoyo de Posada De la Peña, quien era experto –como admirable conciliador— en apagar los fuegos que Lola prendía con sus frecuentes columnas incendiarias.

Fue en esa época de oro cuando hizo su mejor periodismo como auténtica tropera. Porque ella nunca fue esa ‘jefa de escritorio’. Quería siempre estar en el terreno de los acontecimientos, como cuando quiso ir al estadio a ver cómo el editor deportivo cubría un partido de Junior. Rebelde como siempre, desafió la hasta entonces regla inflexible del fútbol mundial, que ninguna mujer podía entrar a los camerinos de los equipos ni antes ni después de los partidos por dos razones de peso: antes de los partidos técnicos y jugadores estaban en pelota, bajo las duchas, gritando las más destempladas vulgaridades para superar las tensiones, y después del juego, si perdían, entraban al camerino con un genio de los mil demonios. Se peleaban y puteaban entre ellos. Se encueraban y se metían a la ducha, muchos a maldecir a gritos la mala tarde, y otros a llorar como una Magdalena.

Contra viento y marea Lola convenció al editor deportivo entrar con él al camerino antes del partido. Ahí fue cuando ocurrió la célebre historia que ha salido a flote en estos días, cuando le apostó al técnico José Varacka (del Junior), que él no había visto jamás en su vida a más hombres encueros que ella. Y luego el castigo de su osadía fue la célebre agarrada de nalga de Juan Carlos Delménico, cuando salíamos del túnel hacia la cancha, y las no menos históricas dos cachetadas que recibió en su rostro el arquero juniorista por agarrar las posaderas de Lola como si fueran un balón.

El legado valioso

Además de haber sido la periodista que rompió el mito mundial del machismo en los camerinos del fútbol, se convirtió en un referente de columnista seria, bien informada y excelente orientadora de la opinión pública. Siempre pisando callos. Metiendo el dedo en la llaga. “Para que la gente piense. Reflexione. No venda su voto por una botella de ron y tres pesos para elegir a la escoria de la politiquería corrupta desde la Casa de Nariño, el Capitolio, los ministerios, los gobernadores, los diputados, los alcaldes, los concejales”. Mejor dicho, “ahí que entre el diablo y escoja”, solía decir.

Tal vez otro de sus legados imperecederos es el haber encabezado el equipo de investigación que, durante un año, preparó a conciencia y de manera muy juiciosa, y casi que académica, el documento que tuvo la contundencia de haber convencido a la Unesco de la importancia del Carnaval de Barranquilla para declararlo, en 2003, como Patrimonio Oral e inmaterial de la Humanidad.

Como toda buena periodista, incursionó con éxito por todos los medios que han venido evolucionando en el periodismo: dirigió noticieros y documentales periodísticos en Telecaribe, mantuvo una de las columnas más leídas de El Heraldo, y, cuando se produjo el advenimiento pleno del periodismo digital, como todo ser humano con alma indomable, dio el salto virtual, no sin antes haber dado su paso por las letras en 1994 con su ópera prima, la novela Una pasión impresentable, una crítica al moralismo de la burguesía local, en la misma senda del legado de la inmortal escritora barranquillera Marvel Moreno, autora de obras como Algo tan feo en la vida de una señora bien, libro de cuentos publicado en 1980, y su primera novela En diciembre llegan las brisas, publicada en 1987.

*Fé de erratas: la primera versión publicada de este artículo ubicaba el lugar de nacimiento de la periodista Lola Salcedo en Ciénaga, Magdalena. El lugar correcto es la ciudad de Barranquilla.

Rafael Sarmiento Coley

Periodista con una extensa trayectoria en prensa, radio y televisión a su paso por medios de comunicación como el diario El Tiempo, RCN radio, Diario del Caribe, Emisora Atlántico, El Heraldo, Telecaribe, revista Elenco, entre otros. Actualmente dirige el colectivo periodístico La Cháchara.

 

 

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