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Portada de la novela de Jacqueline Urzola, publicado por Planeta.

Una reseña de la novela de la autora sincelejana Jacqueline Urzola.

No ha sido habitual en las letras del Caribe colombiano, mirarse con franqueza en el espejo. Sin embargo, a comienzos del siglo, se publicaron, con resultados no siempre afortunados, varias obras autobiográficas: Jaime Manrique Ardila, Maricones eminentes (1999); Silvana Paternostro, En la tierra de Dios y del hombre (2001); Roberto Burgos Cantor, Señas particulares (2001); Gabriel García Márquez, Vivir para contarla (2002); y Germán Espinosa, La verdad sea dicha (2003). Pero la serie de súbito se interrumpió. De ahí que una de las sorpresas literarias de finales del remoto año pasado (que ya parece de otro siglo), haya sido la publicación de Bienvenido mal, si vienes solo de Jacqueline Urzola.

Estructurado principalmente desde el contrapunto entre las voces de la madre, Cecilia Nader, narradora oral nata, y la hija, Jacque Urzola, el libro reconstruye, en 18 capítulos, de manera amena y sutilmente crítica, los primeros diez años de la educación sentimental de una niña delicada y enfermiza, en el seno de una familia adinerada de Sincelejo, que transitó, entre 1960 y 1970, del esplendor económico y la celebridad social a la estrechez y la desolación, a raíz de la incesante sucesión de campales batallas de la jauría familiar (algunas por las sinrazones de la xenofobia), latrocinio de herencias, presagios, depresiones, insensateces, despilfarros y traiciones.

La reconstrucción, desde la oralidad y en tercera persona, de la memoria materna se complementa, pues, con la escritura conversada de la hija narradora, cuyas réplicas respetuosas, cincuenta años después, iluminan los intersticios de la trama con los recuerdos íntimos —nunca antes exteriorizados— de su infancia, reveladores no sólo de un desencuentro con el paisaje ardiente y agreste de la costa caribe de Colombia, sino asimismo del presentimiento precoz de un destino lejos de ese reino feudal de sobreprotección, sin responsabilidades ni peligros patentes.

Ajena a berroches y corrinches, floja de nacimiento (al parecer lo hizo como Gargantúa, a los once meses) y hasta para caminar una cuadra, Jacque, cuyo mayor placer era leer cuentos y revistas, tirada boca abajo, en una sala y, sobre todo, soñar una vida diferente que nada tuviera que ver con fincas ni caballos ni hormigas rojas ni fiestas del 20 de enero ni corralejas ni bailes con orquesta ni olor a ron ni alaridos ni bochorno ni sudor, da la impresión de haber nacido en el lugar equivocado. No obstante, el viaje a la semilla que sirve de hilo conductor al libro permite a la narradora no sólo el reencuentro con la más remota Jacque, la de los primeros diez años, sino asimismo su reconciliación, en el último capítulo, casi una elegía, “Lo que me gustaba”, con ese infierno de llamas rupestres del que había que salir si se aspiraba a una vida auténtica y digna en la que el espíritu contara, convertido ahora, gracias al prodigio de la palabra, en un universo singular y memorable de olores, sabores, imágenes, sonidos y texturas.

Esclarecimiento de un destino individual y de una epopeya cotidiana, el libro narra, desde adentro, la era de Cecilia Nader, la década grandiosa de una mujer de imponentes rasgos sirios, adoradora de las prendas excéntricas y las exageraciones, quien se cambiaba de ropa tres veces al día y atendía tandas de visitas diarias, dueña, además, de una afamada colección de joyas, soberana absoluta de su reino, rectora de la vida social, de la moda y de la mesa del juego de cartas más codiciada del planeta de Sincelejo, y casada con Emiro Urzola, quien acababa de heredar de su padre dineros en efectivo, cuentas en bancos, ganados, fincas, casas, carros, colecciones de relojes y diamantes, una fortuna formidable que no supo conservar y, por el contrario, despilfarró vertiginosamente en la construcción de una mansión tan grande como una pista de aterrizaje atendida por un batallón de empleados con una piscina inmensa en una ciudad en la que el agua llegaba 4 horas a la semana (lo corriente era repartirla de casa en casa en poncheras plásticas transportadas en burros) y en la invención interminable de fiestas con todos los gastos.

Jacque, cuyo mayor placer era leer cuentos y revistas, tirada boca abajo, en una sala y, sobre todo, soñar una vida diferente que nada tuviera que ver con fincas ni caballos ni hormigas rojas ni fiestas del 20 de enero ni corralejas ni bailes con orquesta ni olor a ron ni alaridos ni bochorno ni sudor, da la impresión de haber nacido en el lugar equivocado.

Bienvenido mal, si vienes solo nos muestra el revés del tapiz, la realidad detrás de la apariencia, los conflictos ocultos bajo el cuento de hadas o la fábula de la princesa idolatrada con los regalos más lujosos, el consumo compulsivo y el gasto descomunal: la afección de los nervios, la caída del cabello, la imposibilidad de dormir sin barbitúricos por la angustia, la ansiedad y el presentimiento de un porvenir solitario y sin un maíz para asar, y la patología del nuevo rico. La lucidez de la narradora le permite apreciar las múltiples aristas del drama diario.

Junto a este indudable mérito cabe agregar la diestra malicia de la narradora en la construcción del relato con sus silencios momentáneos y la gradual entrega de los datos, la empatía o la piedad con los personajes que le impide incurrir en descalificaciones, la suave ironía que le permite reírse de sí misma, el talento para los perfiles (no sólo de los familiares, sino de personajes como Elodia y Marina Montes, representantes de otro modo de vida ajeno a lujos y ostentaciones, con objetivos de lucha y buen humor), la agudeza para captar lo cotidiano y percibir simultáneamente los rostros diversos de la realidad, la riqueza de su escritura que atesora un estupendo reservorio de lenguaje oral (léxico regional, comparaciones coloquiales, dichos ancestrales y exageraciones cotidianas) que si no se registra se perderá para siempre porque el mundo que designan en gran medida ya se fue.

A lo largo del libro son numerosos relatos que la narradora resume o a los que apenas alude, susceptibles de ampliaciones y desarrollos que darían material para una novelesca saga sincelejana que aún está por escribirse. Ojalá Jacqueline Urzola pusiera su notable talento al servicio de esas historias que están pidiendo pista.

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Bienvenido mal, si vienes solo
Jacqueline Urzola
Editorial Planeta
224 págs

Ariel Castillo Mier

Licenciado en Filología e Idiomas de la Universidad del Atlántico, magíster en Letras Iberoamericanas en la UNAM, de México, y doctorado en Letras Hispánicas en El Colegio de México. Profesor de la Universidad del Atlántico.