Margarita Garcia

Retrasos y desvío de dineros caracterizaron la construcción por casi cuatro décadas del siglo XVIII de la iglesia de San Nicolás de Tolentino.

“En el sitio de las barranquillas no se corregía ni castigaba la depredación del erario público. Se robaba pero se hacía”, escribe el autor de este texto sobre los desgreños en el manejo del dinero para la construcción en el siglo XVIII de la iglesia de San Nicolás. ¿Qué tanto han cambiado las cosas en Barranquilla?

En aquel tiempo los pobladores del Sitio de Vecinos Libres que con el correr de los años se llamaría Barranquilla se propusieron construir una iglesia donde algún presbítero itinerante se ocupase de su bienestar espiritual. La iglesia sería un primer propósito colectivo, un primer hito urbano indispensable para que algún día el Sitio se convirtiese en parroquia.

Los libres habían alzado chozas de bahareque y enea y luego adecuaron un espacio a manera de plaza pública en el que además de cementerio pudiesen levantar la iglesia primigenia, hecha con los mismos materiales constructivos. No fue difícil construirla habida cuenta de la abundancia local de tales materiales. Los vecinos, guiados por el presbítero Luis Suárez, finiquitaron la tarea en debida forma y pusieron su iglesia bajo el patronato de San Joseph y San Nicolás de Tolentino.

Pero los hitos urbanos fundacionales, los símbolos de identidad y pertenencia que enorgullecen a las colectividades a veces transitan caminos tortuosos. El destino de esa primera iglesia se ha desvanecido en las brumas del pasado pero la tradición Malabet explica que en 1730 el padre Suárez tuvo que iniciar una colecta de fondos y aportes voluntarios de mano de obra para construir una iglesia de teja en reemplazo de la anterior que ya había desaparecido. El padre tuvo también que obtener permiso de sus superiores eclesiásticos. Los trabajos empezaron hacia finales de 1734.

Años más tarde, en julio de 1744, Lorenzo Téllez, alcalde del Sitio de Libres, envió una comunicación al virrey Eslava informando sobre sus gestiones no muy exitosas para ejecutar la orden de agregación de los vecinos de Galapa, El Carmen y Sabanilla de manera que se trasladasen a vivir “en el sitio de las barranquillas”. De paso informó a su superior sobre la parálisis por falta de recursos de las obras de la nueva iglesia y criticó con dureza a las personas a cargo del proyecto. Téllez habló de falta de diligencia pero fue más allá: alertó sobre un posible desvío de recursos. En su misiva escribió:

“… sin saberse a punto sierto las distrivuciones de Limosnas mui crecidas que se an gastado en ella”.

¿Errores contables? ¿Malversación de fondos? ¿Desgreño administrativo? A más de 300 años de distancia quizá no pueda ya saberse qué cosas sabía el alcalde. Pero en su misiva hay una frase que no deja mucho espacio para la duda. Don Lorenzo indicó a su superior que si de él dependiese pondría a cargo del tesoro a alguien íntegro. Escribió:

“yo por mi nombrare un depositario, persona de Zatisfasion en quien entren las Limosnas y se haga libro de cargo y descargo de lo que se entrare y gastare; pues lo contrario solo se esperimentan fraudes y engaños …”.

“Fraudes y engaños”, precisa con enojo el alcalde. Su carta está fechada en el Sitio de las Barranquillas el 8 de julio de 1744.

Tal vez cesaron los fraudes y engaños. Tal vez Téllez designó a su depositario de confianza y este puso orden en la Tesorería. De todos modos no pudo rematar el proyecto. Casi treinta años después don Manuel de Campuzano, Capitán aguerra designado para el Sitio de Libres tomó el toro por los cuernos y se ocupó de hacer una sana administración de los dineros públicos sancionando a los inescrupulosos, algo al parecer poco frecuente en el poblado. Sobre Campuzano escribió los siguiente el nuevo cura párroco, Juan Joseph de Orozco, en una comunicación al virrey Messía de la Cerda fechada el 4 de abril de 1771:

“… apenas llegó y sin desahogar la fatiga del viaje tomó a cargo la obra de esta Yglesia […] y con milagrosa asistencia, sin faltar a la corrección y castigo de los pecados públicos, de que tanto ha adolecido este Sitio de Libres, en solo tres meses le dio fin a su fábrica y torre”.

La frase de Orozco acaba con cualquier duda sobre lo que estaba sucediendo. En el sitio de las barranquillas no se corregía ni castigaba la depredación del erario público. Se robaba pero se hacía, pues en últimas bastaron tres meses de manejo pulcro para que el hito urbano que identificaría a la ciudad por varios siglos quedase concluido.

La historia tuvo final feliz como se atestigua en la Noticia Historial de la Provincia de Cartagena de las Indias de 1772 atribuida a Diego de Peredo. Ese documento contiene la siguiente descripción de Barranquilla:

“Sitio de libres en la orilla de una ciénaga o caño del Río de la Magdalena. Tiene iglesia parroquial de piedra, madera y teja muy capaz y decente …”.

Doscientos cincuenta años después los libres del Sitio de las Barranquillas se enorgullecen de los novísimos hitos urbanos que están adoptando como símbolos de orgullo e identidad colectiva. Pero, ¿han cambiado las cosas?

Eduardo de la Hoz

Ingeniero y animador de lectura.

 

 

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