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De izquierda a derecha: Manuel Zapata Olivella, Esthercita Forero, y en segundo plano el poeta Jorge Artel, quien conversa con un reportero, posan para esta fotografía de 1948.

Esthercita Forero, Jorge Artel y Manuel Zapata Olivella, ecos embriagadores del Caribe en una nación cada vez menos andina.

Viendo la imagen a uno hasta se le ocurre decir que a finales de los años cuarenta la humanidad se había empequeñecido como resultado de la Segunda Guerra Mundial. La ropa parecía quedarle grande a todos, como si todos se vistieran de vergüenza. Pero los tres protagonistas caribeños de la foto nunca se pusieron ese traje. Todo lo contrario. Si en algo estaban empeñados para esos tiempos era en diseñarle, con inteligencia y gracia, un vestido digno de identidad popular a la nación colombiana. La foto salió publicada en la edición de la revista Cromos del 2 de octubre de 1948: Esthercita Forero, Jorge Artel y Manuel Zapata Olivella, caminan con un desconocido y el reportero Jorge Alfonso Cárdenas –quien aborda a Artel– por una calle empinada en lo que parece ser el barrio la Candelaria de una capital todavía chamuscada por el Bogotazo.

Al fondo, Esthercita ha calculado el tiempo y la distancia precisa para estirar el pie derecho y bajarse del anden sin dejar de mirar a la cámara con elegancia. Dos años atrás, desde los estudios de la Voz de la Víctor, en una nota que le hizo el escritor Héctor Rojas Herazo, había sentado cátedra sobre música popular. Dijo que la cumbia era lo más elaborado del folclor regional, que lo que más se le parecía era el fandango, pero que a diferencia de esta –por su colorido y ritmo acelerado– era más una “fiesta de los sentidos que un pretexto para la reminiscencia religiosa”. También se quejó porque en el porro, el merengue y el bullerengue –los ritmos costeños más pegados comercialmente– se sentía la influencia en los arreglos orquestales de la música antillana de moda; se estaba perdiendo –decía– “la agreste belleza de que estuvieron primeramente adornados”.

La guacherna estaba en movimiento. Algunos años atrás, en Cartagena de Indias, había presentado a Gabriel García Márquez ante Clemente Manuel Zabala –editor de El Universal – con lo que contribuyó sustancialmente a definirle la vocación al futuro nobel.

Artel… bueno, esas calles ya conocían sus zancadas de mulato cimbreante en las noches de bohemia durante la época de estudiante de derecho en Bogotá. Ahora llegaba para inspeccionar el montaje en teatro de su poemario Tambores en la noche, y aunque el periodista da la impresión de corretearlo para sacarle alguna opinión, no tendría que hacer mucho esfuerzo. Unos minutos después, sentados en un café, se despachó contra la lagartería cultural; contra esa manada de “intelectualoides que no sienten lo nuestro y no entienden nada de arte”, y en la misma línea que Esthercita dos años antes, dijo que mucha gente en el país creía que los boleros y “los porros desnaturalizados” representaban lo que en la cotidianidad del Caribe colombiano se sentía y se cantaba todos los días.

Manuel está en su ley. Sonríe. Mira a la cámara y parece tomar un poco distancia para ver correr el caudal por el cauce que, pese a su juventud, él mismo venía horadando. La guacherna estaba en movimiento. Algunos años atrás, en Cartagena de Indias, había presentado a Gabriel García Márquez ante Clemente Manuel Zabala –editor de El Universal – con lo que contribuyó sustancialmente a definirle la vocación al futuro nobel, y el año anterior había publicado su ópera prima, Tierra mojada, después de regresar de un peregrinaje creativo y sufrido por Centroamérica, México y los Estados Unidos.

Era cierto que todavía se escuchaban voces nostálgicas por los bambucos apacibles y la quejumbre porque los ritmos costeños alteraban el orden de las callejuelas santafereñas y la puntualidad del aroma del pan y el chocolate, pero ya no había nada que hacer. La guacherna se había encaramado a las montañas para desparramar por toda la nación el eco seductor de su algarabía.

Javier Ortiz Cassiani

Es escritor e historiador de la Universidad de Cartagena. Ha sido profesor de las universidades de Cartagena, Jorge Tadeo Lozano (seccional del Caribe), los Andes y la Santo Tomás de Cartagena. Es doctorando en Historia de El Colegio de México.