Margarita Garcia

Foto: Nurlan Imash. Unsplash

¿Es posible construir una identidad para un grupo inexistente y satanizarlo con el fin de neutralizar amenazas imaginarias?

El 19 de marzo de 2024 el fiscal venezolano Tarek William Saab alertó sobre la “construcción de un mito…”. Afirmó que en redes sociales se le estaba otorgando al Tren de Aragua –según él una organización criminal ya desmantelada en Venezuela– “un aspecto tenebroso a escala global”, atribuyéndole “un poder que nunca ha tenido” y capacidad transnacional para delinquir. Un día después el presidente colombiano Gustavo Petro alertó acerca de un grupo de “…algunos empresarios en Barranquilla” que, según él, estaban reuniendo recursos para tumbar su gobierno en caso de darse una constituyente.

El Tren de Aragua existe y hay un bien fundado pánico social sobre la expansión regional de su actividad criminal. Por su parte, el presidente Petro ha manifestado su temor por la existencia de grupos opositores que buscan darle un golpe blando. 

¿Existen esos grupos globales organizados? ¿Tienen realmente el poder que atemoriza a quienes les temen? ¿Es posible construir una identidad para un grupo inexistente y satanizarlo con el fin de neutralizar amenazas imaginarias? 

La revisión de un precedente histórico puede dar luces sobre estos temas.

Entre finales del siglo XIV y las primeras décadas del siglo XV se empezó a hablar de una conspiración global que amenazaba el poder de la Iglesia de Roma. Hacia 1409 el inquisidor Pontius Fougeyronis alertó al Papa Alejandro V sobre el surgimiento de “nuevas sectas” –herejías– cuyos sectarios gozaban de un poder nunca visto en Europa occidental, pues emanaba de Lucifer en persona. Se emitieron órdenes de persecución y exterminio y la tarea duró siglos. Antes de que la witch craze terminara se había quemado en la hoguera a entre 80.000 y 100.000 sectarios, muchos de ellos mujeres. Hoy se sabe qué tal secta nunca existió, que la conspiración satánica fue una fantasía y que algunas de las conductas y delitos imputados a los sectarios eran físicamente imposibles. 

Algunos de los genes culturales usados en el ensamblaje del genoma de identidad de esos sectarios pueden rastrearse en microhistorias testimoniadas, por ejemplo, en prédicas pronunciadas en 1427 por San Bernardino de Siena (1380-1444). 

Bernardino alertó a los sieneses acerca de un grupo de “hombres y mujeres que se reúnen en un solo lugar, se mezclan entre ellos … apagan luces y luego se abalanzan los unos sobre los otros, cada quien con quien sea.” Los identificó como los herejes del barrilito e instruyó a las mujeres a gritar “¡A la hoguera! ¡A la hoguera! ¡A la hoguera!” si alguno de ellos se les acercaba. Gen cultural: “orgía nocturna incestuosa”.

Bernardino habló sobre estregas. Explicó a los sieneses que había alertado a los romanos “sobre las estregas y los hechiceros” y mencionó a Finicella, acusada matar bebés “…chupándoles la sangre” y de usar ungüentos “para transformarse en gato”. Finicella fue quemada en Roma en 1426. Genes culturales: “vampirismo femenino infanticida”, “Ungüento mágico cambiaformas”.

El 20 de marzo de 1428, Matteuccia de Ripabianca fue quemada en la hoguera en Todi, coincidiendo con las visitas de San Bernardino a esa ciudad en 1426 y 1427. Había hecho encantamientos y ligaduras amorosas, curaciones, recetado anticonceptivos y brebajes para apaciguar maridos maltratadores. Se había “volcado al enemigo de la raza humana” y se untaba de un ungüento para, transformada en ratón, cabalgar sobre Lucifer en forma de cabrón e ir con otras estregas a las reuniones demonólatras de las Noches de Benevento. Genes culturales: “Hechiceras, sanadoras y ginecólogas ancestrales”, “Herejía demonólatra con sometimiento a Lucifer”, “Tropel de mujeres desenfrenadas”.

El ensamblaje de genes como estos consolidó entre 1409 y 1437 la identidad de La Bruja, lo que facilitó su marcado para exterminio. El rastreo del origen de los genes culturales vociferados por Bernardino y la identificación de los pánicos sociales asociados permite vislumbrar el proceso de evolución cultural y mezcla que construyó esa identidad. He aquí una lista:

  • Vampirismo femenino infanticida: originado en la narrativa del demonio-hembra Lamaštu (Mesopotamia ± 2500 a.C.). Sus mutaciones se cristianizaron en la lamia, el vampiro hembra que legó sus genes a Finicella y encarnaban el temor a la muerte inexplicable, súbita y nocturna de un neonato.
  • Hechiceras, herboleras, sanadoras (mujeres poseedoras de sabiduría ancestral): Un gen cultural antiquísimo. Su cristianización se asocia la narrativa de los ángeles caídos precisada hacia 400 a.C. que identificó a mujeres que intercambiaron sabiduría por sexo con entidades supranaturales. Generaban un temor a la magia dañina y el resentimiento masculino por la sabiduría femenina ginecológica inaccesible al varón.
  • Ungüento mágico cambiaformas: se origina en experiencias chamánicas ancestrales. El asno de oro de Apuleyo (± 170 a.C.) da noticia de la transformación de Pánfila en búho y se asoció con el temor a la magia dañina.
  • Herejía demonólatra con sometimiento a Lucifer: Se origina en Mani, un iluminado del 400 de la era cristiana, quien propuso dos entidades creadoras: una maligna y una benigna. Sus genes viajaron a Europa mutando en herejías diversas incluyendo el maniqueísmo y el catarismo. Encarnaba el temor real de la Iglesia de Roma a Lucifer.
  • Orgía caníbal, infanticida e incestuosa: se origina en la caracterización romana de la identidad cristiana, como se testimonia en un discurso –hoy perdido– de Marco Cornelio Frontón († 165 d.C.) citado en el Octavio de Minucio Félix: los cristianos se definían como una coalición impía (impiae coitionis) de practicantes de incesto ritual entre hermanos y hermanas que se saludaban de beso y compartían el cuerpo y la sangre de una víctima sacrificial. El pánico social generado era el temor del poder romano ante las acciones transgresoras ficticias de un grupo considerado antisocial.
  • Tropel de mujeres desenfrenadas: originado en una antigua tradición de la Europa precristina. El Canon episcopi, versión de 906 d.C. por Regino de Prüm, describe una cabalgata onírica liderada por una entidad supranatural, Diana. Con los años la líder del tropel fue Lucifer, el carácter onírico se abandonó y la cabalgata conducía al lugar de la orgía nocturna: el Sabbath de las Brujas, que se veía materializado en el terror masculino ante la mujer sexualmente independiente, la espelucá y algaretiada.

Foto: Freestocks. Unsplash.

Con los años la líder del tropel fue Lucifer, el carácter onírico se abandonó y la cabalgata conducía al lugar de la orgía nocturna: el Sabbath de las Brujas, que se veía materializado en el terror masculino ante la mujer sexualmente independiente, la espelucá y algaretiada.

Los genes culturales enumerados surgieron en contextos sociales no cristianos y fueron ensamblados por cristianos para construir la identidad de una secta herética exterminable. Se originaron en pánicos sociales antiquísimos, adquirieron entidad propia y autónoma, migraron, mutaron y se adaptaron a contextos sociales ajenos, a nuevos lenguajes y a nuevos imaginarios colectivos. En este proceso de evolución cultural fue crítica la fiabilidad de la transmisión: el malentendido de las ceremonias cristianas y el pánico social en Roma llevó a la narrativa de Frontón, la traducción a otros lenguajes y la adaptación a nuevos contextos convirtió a una deidad europea precristiana en la líder del tropel de mujeres desenfrenadas. 

Hoy, la difusión viral de fake news a través de redes sociales, la construcción de realidades alternativas y la potencia de las IAs ofrecen la capacidad de construir grupos míticos para efectos de exterminio físico (masacres) o moral (cancelación) en tiempo real. 

Los ciudadanos deben entonces adquirir destrezas para distinguir entre constructos realistas y fantásticos. La educación tendrá que encarar tal reto pues la madurez colectiva, hoy como siempre, es indispensable, so pena de que de súbito vuelvan a encenderse las hogueras, o de que las políticas criminales solo combatan molinos de viento.

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Eduardo de la Hoz

Ingeniero y animador de lectura, es colaborador habitual de Contexto.

 

 

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