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Indios de Cartagena, los reyes del deporte de la pelota caliente en el Caribe colombiano a fines de los años 40.

A propósito de la medalla de oro conseguida por el equipo de béisbol en los Panamericanos de Santiago 2023 y la Serie Mundial de Béisbol que se disputa entre los Rangers de Texas y los Arizona Diamondbacks, historias sobre la Historia del béisbol en nuestro Caribe.

Mandaba la tribu. A finales de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta del siglo pasado, el equipo de béisbol más popular del Caribe colombiano y de la nación entera, eran los Indios de Cartagena. La prensa nacional no tuvo más remedio que aprenderse los nombres de los gloriosos peloteros y consignarlos en sus notas deportivas junto a los apodos con los que fueron bautizados desde el principio, quizá como presagio de la leyenda futura: “Chita” Miranda, “Petaca” Rodríguez, “Fantasma” Cavadía, “Venao” Flórez, “Policía” Peñaranda, “Niño Bueno” Crizón, “Judas” Araújo, “Pipa” Bustos, “Jiquí” Redondo…

Todos eran caciques, todos eran de la tierra y no tenían rivales. Alguna vez, al comienzo de la temporada de 1950, ocurrió algo insólito: Indios perdió dos partidos en línea con la novena Torices, el rival de patio que se había reforzado con peloteros extranjeros, y aquello fue la crisis. En los corrillos deportivos se hablaba de si era necesario que la novena consentida por muchos –y también odiada por otros– renunciara a su sello distintivo de contratar solo peloteros criollos en sus filas. La solución fue un plebiscito a través de cartas enviadas a Emisora Fuentes y a Radio Miramar. Llegaron 1.446 cartas, 1.429 a favor de que se continuara con la política de contratar solo criollos y apenas 17 que apostaban por la vinculación de extranjeros. Indios siguió en lo suyo y siguió ganando. Para esos tiempos, en Barranquilla –la sede de los otros dos equipos con los que se disputaba el campeonato nacional–, también había polémica: el béisbol era más rentable que el fútbol, Junior y Sporting –los dos equipos de balompié de la arenosa–, pasaban a un segundo plano, Marcos Pérez –el famoso locutor de radio–, lo pregonaba por los micrófonos en su ponderación del “rey de los deportes”, y la revista Semana en un par de ediciones se preguntaba si no estaba en entredicho aquello de que Barranquilla era la “cuna del fútbol colombiano”.

Algo de razón tenían. El fútbol no había dado para impactar el lenguaje popular del Caribe colombiano, mientras que el béisbol llenaba la calle de expresiones que le servían de símil a la gente en la comprensión de la vida: “De flaicito al pitcher”, era una manera de decir que la cosa estaba fácil, “de papaya”, o que después del esfuerzo, al final, habías fallado en el objetivo propuesto. En Cartagena, por ejemplo, se le empezó a decir “batear” a la acción de besarse con alguien, y a algunos rincones de las murallas y a los últimos puestos de los buses de transporte público empezaron a conocerse como “zona de bateo”. Una nota –también de la revista Semana–, anotaba que cuando alguien decía que iba de “3 en 4, es decir, con 750 de average, era para significar que en 4 años de casado tenía 3 hijos”, o que después de 3 tragos de licor una persona podía afirmar “que estaba calentando el brazo”.

Fueron años dorados del béisbol, y la tribu, nos legaba sus señas, su lenguaje. 

El béisbol llenaba la calle de expresiones que le servían de símil a la gente en la comprensión de la vida: “De flaicito al pitcher”, era una manera de decir que la cosa estaba fácil, “de papaya”.

3 y 2 cuenta llena (II): Nereo juega béisbol

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Nereo recrea con su lente una vieja afición: el béisbol. Foto: Fondo Nereo, Biblioteca Nacional.

La hojarasca que crearon los manantiales de petróleo en las barrancas bermejas, la misma que en 1934 llevó a Rafael Jaramillo Arango –miembro fundador del movimiento literario Panida– a publicar una obra con el escueto título de Barrancabermeja y el explícito subtítulo de “novela de proxenetas, rufianes, obreros y petroleros”, acabaron con el primer matrimonio de Nereo López. Nereo llegó procedente de Barranquilla en 1947 a encargarse de la programación de cine en el Teatro Libertador y se convirtió en el fotógrafo de la nutrida actividad social que borboteaba con el petróleo y de la vida de los bogas y pescadores en las riberas calurosas y agrestes del río Magdalena. También era el alma de la fiesta. El mambo de Pérez Prado era la banda sonora. Y Nereo bailaba, jugaba béisbol y fundaba equipos.

En septiembre de 1951, La Antorcha, revista donde ocasionalmente colaboraba con sus fotografías, lo destacó como un “tonificador” del “ambiente deportivo de Barrancas”. Había organizado un nuevo equipo de béisbol en un escenario en el que actuaban gente de todas las condiciones y pelambres atraídos por la bonanza petrolera. Nereo sabía de béisbol. Nació en Cartagena en el barrio de San Diego, vivió durante su niñez en Getsemaní y se había movido en su adolescencia por Chambacú en compañía de Manuel Zapata Olivella. De allí venía su interés por este deporte, pero también de su condición de miembro de una generación de jóvenes poseedores de cierto cosmopolitismo Caribe, cuyo representante más conspicuo era Álvaro Cepeda Samudio, que iba de Barranquilla a Nueva York con la misma naturalidad con la que cualquier paisano va de Barranquilla a Baranoa.

En 1961, en uno de los descansos del rodaje “Tiempo de sequía” –primer episodio de una trilogía que conforman la película Tres cuentos colombianos, dirigida por Julio Luzardo y Alberto Mejía, en la que hizo de encargado de foto fija–, lo invadió la nostalgia beisbolera y simuló un encuentro de pelota caliente en pleno Valle de las tristezas en el Desierto de la Tatacoa, en Villavieja, Huila. Nereo fungió lanzador y bateador de una pelota imaginaria, acolitado por el director de fotografía Dagoberto Castro, el actor Camilo Medina, la actriz Lyda Zamora, y por Consuelo Luzardo, encargada del Script en la película. Luego, los trabajos y los días lo llevarían por muchas canchas, siempre moviéndose como un pelotero aventajado que supo ver y entender las señas de la vida. 

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Javier Ortiz Cassiani

Es escritor e historiador de la Universidad de Cartagena. Ha sido profesor de las universidades de Cartagena, Jorge Tadeo Lozano (seccional del Caribe), los Andes y la Santo Tomás de Cartagena. Es doctorando en Historia de El Colegio de México.