Margarita Garcia

Juglares de verdad verdad, en una fotografía de 1953 de Nereo López. Foto: Archivo de la Academia de Historia del Valle de Upar.

¿De dónde salió la palabra “juglar” y quién la usó para referirse a los acordeoneros vallenatos? La Historia tiene la respuesta.

La música tradicional de acordeón del Caribe colombiano es un milagro. No puede entenderse de otra forma el hecho de que hombres sencillos, semiletrados o analfabetas, con escaso conocimiento formal de la música, hayan sido capaces de descubrir el mecanismo de funcionamiento del acordeón y creado una forma de interpretación completamente original.

En la música vallenata se utiliza la palabra “juglar” para referirse a estos personajes que a finales del siglo XIX y comienzos del XX compusieron, cantaron e interpretaron el acordeón deambulando  de pueblo en pueblo, de vereda en vereda, contando –más bien,  cantando– sus estados de ánimo o el último acontecimiento de la región. 

Pero, ¿de dónde salió la palabra y a quién se le ocurrió aplicarla a los acordeoneros vallenatos por primera vez?

La historia comienza en Europa, durante la Edad Media. En el año 1116 se mencionó por primera vez en castellano la palabra “juglar” para designar a algunos artistas populares, que viajaban de un lugar a otro entreteniendo a nobles, reyes y público en general con todo tipo de actividades: recitaban poesía narrativa, poesía sentimental y composiciones poéticas como serranillas, coplas y poemas compuestos por trovadores; otros hacían imitaciones y chistes, magia, acrobacias, canciones y ejecutaban instrumentos, estos  “juglares” actuaban en plazas, castillos y ferias a cambio de dinero o comida.

Los juglares eran a menudo criticados por los sectores sociales  dominantes, sobre todo por usar un lenguaje vulgar. Entonces, empezaron adquirir mala reputación al ser vistos como burladores, estafadores, farsantes y pícaros. Para algunos filólogos, la palabra “juglar” proviene del latín “joculator”, que significa bromista u hombre de chanzas.

Un juglar del siglo XIII entretiene a los nobles en la corte real en esta miniatura de las Cantigas de Santa María. Biblioteca de El Escorial. Foto: National Geographic

Y aunque los juglares cantaban canciones, no las componían. Eran los trovadores quienes creaban dichas obras. Ambos roles, el de componer e interpretar, se sintetizaron en el siglo XX con la figura de los cantautores.

Los poemas y cantos épicos o líricos que difundían los juglares se inscribían dentro del llamado Mester de Juglaría, que se contraponía al Mester de Clerecía cuyo corpus eran obras creadas por el clero. Los juglares jugaron un papel fundamental en cuanto a la difusión de la cultura y se dividieron en dos grupos: si recitaban poesía narrativa eran Juglares Épicos; si difundían coplas o poesía sentimental eran Juglares Líricos. 

Podemos encontrar coincidencias entre esta realidad medieval y la música vallenata, que durante mucho tiempo fue catalogada como expresión de gente baja y patirrajá: vaqueros, campesinos, borrachines y trotamundos, de modo tal que las élites y clases altas preferían escuchar otro tipo de música interpretada en guitarras o piano. Claro que toda regla general tiene excepciones: ganaderos y hacendados sirvieron como mecenas de algunos acordeoneros. Aún así, la música vallenata seguía siendo mal vista. Las familias prestantes no permitían que sus hijos aprendieran a tocar el acordeón.

Gabo, los juglares costeños y el Festival Vallenato

En 1948 Gabriel García Márquez inició su carrera periodística en el periódico El Universal de Cartagena. Allí publicaba una columna extraña llamada Punto y aparte, una serie de artículos sin título y sin ninguna conexión entre sí. Gabo dedicó el segundo de estos artículos al acordeón:

“No sé que tiene el acordeón de comunicativo que cuando uno lo escucha se le arruga el sentimiento”…

Este texto es interesante no solo porque es uno de los primeros artículos que defienden la música de acordeón del caribe colombiano como una expresión válida y auténtica del país, si no también  por ser el primero en utilizar la expresión juglares del valle del Magdalena para referirse a esos acordeoneros itinerantes que llevaban su mensaje caliente de poesía por todo aquel territorio.

Hay coincidencias entre esta realidad medieval y la música vallenata, que durante mucho tiempo fue catalogada como expresión de gente baja y patirrajá: vaqueros, campesinos, borrachines y trotamundos, de modo tal que las élites preferían escuchar otro tipo de música interpretada en guitarras o piano.

Dos años después, el 19 de marzo de 1950, Antonio Brugés Carmona publica en el suplemento literario de El Tiempo, el artículo titulado Noticia de los últimos Juglares. Brugés Carmona ubica a los lectores en una zona geográfica vallenata que va “desde la desembocadura del río Cesar hasta la Sierra de los Motilones para seguir el curso del río grande (del Magdalena) hacia el norte por el brazo de Mompós hasta Plato, y hace un sesgo por el curso del río Ariguaní y continúa por el estrecho valle que dejan las dos moles de la Sierra Nevada y los Motilones, hasta la orilla rumorosa y legendaria del Caribe, quizás sobre  Dibulla o Camarones”.

Fue este el espacio vital de los juglares acordeoneros, a quienes Brugés Carmona catalogó como los sucesores auténticos de aquellos formadores y difusores del romance de Castilla, cuyas obras sirvieron de fuente a la alta poesía española. Entre estos últimos juglares, destacó algunos nombres como Ángel Passos, Norberto Silva, Pedro Nolasco Martinez, el padre de Samuelito, muy famoso por ser el personaje central de la canción ‘La Loma’; y Luis Felipe Durán, hermano del primer rey vallenato Alejo Durán.

Después de la creación del Festival de la Leyenda Vallenata en 1968, está música adquirió relevancia. Consuelo Araujonoguera, una de las fundadoras del evento, escribió un libro titulado Vallenatologia (1973) que es uno de los primeros intentos de organizar el conocimiento de esta manifestación popular, y que además sentó las bases de lo que hoy conocemos como vallenato. Consuelo menciona, sin ahondar en el tema, a los espontáneos juglares y los describe como hombres sencillos que iban de un lugar a otro, sobre el lomo de las bestias, llevando las notas de su acordeón. Esta descripción coincide con la de Francisco el hombreque presenta García Márquez en Cien años de soledad.

Hay suficientes pruebas de la vida trashumante de los primeros acordeoneros, sobre todo en las canciones que sobrevivieron al paso del tiempo; sin embargo, hoy la palabra juglar se utiliza de manera indiscriminada, llegando a desvirtuar su significado primigenio. 

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Carlos Luis Liñán-Pitre 

Valledupar (1983). Abogado y filósofo con Maestría en Estudios Americanos de la Universidad de Sevilla, profesor de la UDES, Campus Valledupar. Premio «Galo Bravo Picazza» como columnista del año 2023, entregado por el Círculo de Periodistas del César y Sur de La Guajira.