
Aixa de la Cruz, escritora española. Foto: El Español.
“Todo empieza con la sangre”, la nueva novela de Aixa de la Cruz, escritora española de 37 años y voz destacada de su generación, explora el hambre de amor y espiritualidad en un mundo robotizado. Publicada por Alfaguara y disponible en Latinoamérica, esta obra combina la intensidad de los amores prohibidos con reflexiones sobre fe y psicoanálisis. Un colaborador de la casa analiza si el libro está a la altura de su promoción y si logra innovar en el panorama literario actual.
Violeta es una chica sensible, romántica, que siente un gran vacío. En ella, ese vacío que caracteriza la existencia, que todos sentimos, parece más grande: un monstruo hambriento, un abismo. Su padre la abandonó a ella y a su madre; se fue con su segunda familia. Su madre intentó suplirlo con algunos hombres intrascendentes. Violeta tiene dos amigos: una chica con quien hace un pacto de sangre —su romanticismo no encuentra el debido eco— y Paul, niño delicado y fantasmal, que toca el piano fundiéndose con la máquina, el complemento perfecto de Violeta, emocional y carnívora, a pesar de su vegetarianismo.
Ella no está bautizada; con su amiga, a escondidas, lanzan piedras a feligreses que salen de la iglesia del pueblo.
La protagonista de Todo empieza con la sangre crece y necesita mucho de los demás. Busca el amor desesperada, cree que con una pareja ideal podrá sentirse completa, pero nunca está satisfecha. Los humanos nunca lo estamos; si logramos lo que deseamos, nos aburrimos y queremos otras cosas. “Ahora, Violeta no solo ignora qué hacer con su vida, sino también quién es. Apenas tiene claro lo que le falta”.
Violeta es bisexual, pero quiere definirse como lesbiana. Ama a Paul. Su mejor amigo es gay, pero tal vez la ame.
Gracias a Bea, una neohippie, Violeta empieza a explorar las tradiciones místicas. Intenta meditar a lo budista, pero hay algo en el catolicismo que la llama. Ella, que disfruta de las drogas, el sexo, lo mundano, encuentra paz en una pequeña iglesia apartada.
“Bea y Violeta no se ponen de acuerdo sobre la mística romántica, sobre si lo carnal es metáfora de lo divino o si es más bien que el amor, en cualquiera de sus formas, es sinónimo de Dios; si sublimamos el anhelo de lo sagrado a través del sexo, o si el sexo es sencillamente sagrado”.
Leyendo Todo empieza con la sangre, pensé en Crepúsculo, claro, la novela bestseller y saga cinematográfica masiva —solo vi la primera película, tengo autoestima—. La protagonista de la novela es un poco vampirita y también su amado Paul. Pero son vampiros estrellados, perdidos en el realismo brutal de las ciudades contemporáneas, en un mundo difícil, de precarización laboral y adicción a las redes sociales, de extrema desigualdad social y depresión colectiva.
En una entrevista, Aixa de la Cruz habló de las novelas exitosas de Sally Rooney, ícono de la generación millennial. Rooney, de alguna manera, reescribe los novelones del siglo XIX, de Jane Austen, que profundizan en la psicología y las relaciones de personajes de la alta burguesía de Inglaterra. La irlandesa, que nació en 1991, hace lo de Austen, pero desde el marxismo, explora las relaciones de clase en el mundo anglosajón.
En las novelas decimonónicas hay matrimonios obligados, por conveniencia, asfixiantes contratos de por vida, y amores prohibidos que encienden la pasión de los protagonistas, amores trágicos, los que valen la pena. En Todo empieza con la sangre, las parejas están obligadas a estar juntas para compartir el alquiler y asegurar un techo. Vivir solo —y más en un apartamento propio— es una utopía en la época en que las máquinas están terminando de reemplazar a la clase obrera. Y amores prohibidos, que encienden el romanticismo de chicas como Violeta, lectoras, sensibles, con ansias de libertad, estarán presentes hasta el fin de los tiempos.

Portada del libro de Aixa de la Cruz, publicado por Alfaguara.
Leyendo “Todo empieza con la sangre”, pensé en “Crepúsculo”, claro, la novela bestseller y saga cinematográfica masiva —solo vi la primera película, tengo autoestima—.
A Aixa de la Cruz se le nota el oficio como escritora, los años que lleva fusionándose con un teclado y una pantalla, como su personaje Paul se fusiona con el piano. Es una muy buena narradora; su prosa es rítmica y engancha al lector, tiene la virtud flaubertiana de no abrumarnos con poesía o digresiones —no tengo nada contra esto si se hace bien—. La historia fluye; ella no quiere demostrarnos que es una genia lírica. En ese sentido, su novela encaja en lo comercial, debió hacer sonreír a su editor; en lo formal, no representa gran reto para un lector constante.
Todo empieza con la sangre es la novela de una escritora profesional, de alguien que ha pensado en cómo ganar lectores, como Sally Rooney, de alguien que, por qué no, tiene un ojo en las posibles adaptaciones de sus historias a series, gran salvación económica hoy para los escritores. Avanzando en el libro, pensé: ya he leído esto, historias muy similares, con formas similares; me recuerda a Mi año de descanso y relajación de Ottessa Moshfegh —la cumbre de la novela chica contemporánea atormentada en busca de redención—, a La reina del baile de Camila Fabbri.
Estas novelas mencionadas tienen muchas virtudes. La virtud diferencial del libro de Aixa es que es pródiga en ideas; también tiene algo de ensayo, buenas reflexiones que tocan temas profundos de psicoanálisis y filosofía. Se nota el bagaje académico de la autora, que es doctora en literatura comparada.
Todo empieza con la sangre es una muy buena novela de una escritora profesional, bien pensada y con profundidad emocional. En cuanto a ideas, hace una vuelta de tuerca a lugares comunes sobre la religión y el ateísmo, este último de aire rebelde en la superficie. Su complejidad no está en la forma, sino en el fondo.
Juan Sebastián Lozano
Escritor y periodista cultural. Ha colaborado en El Espectador, El Malpensante, Bacánika, Cáñamo y otros medios. Su libro de cuentos, La vida sin dioses, fue publicado en 2021 por Calixta Editores.
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