Las nociones sobre la moda y los ‘Fashion Studies’ han oscilado entre su subvaloración por ser parte del ámbito femenino y su condena por tratarse de elaboraciones del conocimiento muy ‘sofisticadas’, pero esta percepción está cambiando. Foto: Raden Prasetya. Unsplash.
Subvalorada por su clara pertenencia al mundo de lo femenino, y vista por décadas como algo banal, la moda y los estudios críticos sobre ella se insertan hoy en el cruce de caminos de campos del conocimiento como la antropología y la teoría feminista. ¿Es posible pensar la moda desde una perspectiva diferente? Para la autora de este texto, sí.
En uno de sus ensayos, titulado No son competencia, la escritora estadounidense Siri Hustvedt habla sobre lo que denomina “el efecto del realce de lo masculino”. El término hace referencia al tipo de asociaciones inconscientes que han sido reveladas por estudios que se han conducido desde los años sesenta. En 1968, por ejemplo, dos grupos de alumnas universitarias evaluaron el mismo ensayo, uno escrito por John T. McKay, otro por Joan T. McKay. Dichos experimentos, —que se encargan de evaluar la obra o la trayectoria de un hombre o de una mujer— suelen otorgar valoraciones más altas si el nombre que éstas llevan es masculino.
Así, el efecto nombra en últimas una tendencia persistente: que suelen sobrevalorarse los logros asociados a los hombres, mientras se infravaloran los que son relacionados a las mujeres. Ese modo de estimación se extiende a lo que se ha sindicado como masculino o femenino. “Todo lo que se identifica con lo femenino”, escribe Hustvedt, “ya sea una profesión, un libro, una película o una enfermedad, pierde estatus”.
En las constelaciones posibles, ¿cuál es uno de esos temas que pueden asociarse casi automáticamente con lo femenino? ¿Cuál es ese tema que parece llevar la estampa del supuesto mundo de las mujeres? En 1929, Virginia Woolf escribía desde una noción afín: “son los valores masculinos los que predominan”, decía, “si hablamos crudamente, el fútbol y el deporte son ‘importantes’; mientras que la adoración de la moda, o comprar ropa son asuntos ‘triviales’”. Si la moda se ha percibido secundaria, intrascendente, banal, risible, inconsecuente, es precisamente porque pocos temas se han asociado tanto a las mujeres y a todo lo que entendemos como femenino. Esa conexión germina por la cercanía con otras variables que se han fabricado históricamente como femeninas: la corporalidad, la apariencia, lo cambiante, lo “irracional”. Todos códigos altamente relegados por el pensamiento viril y occidental.
Hoy es deslumbrante el acervo de escritos críticos que analizan la moda explorando sus múltiples y posibles significados. Son muchos los textos y las plumas que la miran desde la perspectiva histórica, las más diversas teorías, que forjan incontables y emocionantes intersecciones entre campos como la filosofía, la sociología, la antropología, los estudios visuales y fílmicos, la teoría feminista, con frecuencia borrando los límites entre sí.
Y si, como enuncia Hustvedt, ha predominado un efecto general que tiende a realzar todo aquello que codificamos como masculino, qué otra suerte podría depararle a la moda sino justamente esa mirada de desprecio, de sorna, de repudio que han mostrado hacia ella las izquierdas políticas, los pensadores filosóficos, las intelectualidades tradicionales y también, en ciertos momentos, algunos segmentos feministas. Ese desprecio, sin embargo, cimentado en la presunción de que la moda es simplemente vacua y frívola, ya no se sostiene desde otra cosa que no sea un mero y obstinado prejuicio.
A estas alturas de la historia, tener que defender la moda como un objeto de estudio serio es francamente risible. Quien exija aún semejantes justificaciones de gravidez muestra, como mínimo, una desconexión importante con algunos de los giros de paradigma más revolucionarios que han sucedido en las academias en las últimas tres décadas. Desde los ochenta, la consolidación de campos como los llamados fashion studies, —un campo que tiene como piedra angular también las formas de mirar que ofrecen los estudios culturales– ha fructificado una vasta producción textual.
Hoy es deslumbrante el acervo de escritos críticos que analizan la moda explorando sus múltiples y posibles significados. Son muchos los textos y las plumas que la miran desde la perspectiva histórica, las más diversas teorías, que forjan incontables y emocionantes intersecciones entre campos como la filosofía, la sociología, la antropología, los estudios visuales y fílmicos, la teoría feminista, con frecuencia borrando los límites entre sí, subvirtiendo unas lógicas que han dictado que dichos campos deben seguir preceptos de insularidad, sitios de pensamiento que rara vez se juntaban y se unían.
Estudiar la moda requiere adentrarse en la contradicción y la ambivalencia. También en un terreno polisémico. La moda significa muchas cosas, asume formas específicos en tanto varía de contexto. De allí que para abordarla como objeto de estudio, se construyan percepciones donde se borren los límites entre disciplinas y campos distintos.
Foto: Becca Tapert. Unsplash.
No hay argumentos sólidos ya para sostener el prejuicio. Sin embargo, la moda es incómoda porque persiste su relación profunda con lo femenino y también por sus conexiones con ciertas espinas: sus lazos con la blanquitud, el capitalismo, la exclusión. Todos temas que hoy requieren ser vistos con matices. En últimas es incómoda también porque, de manera simultánea, ella puede representar hondura pero también mera superficie.
Aún cuando las tres escribían en la sección de estilo de The New Yorker, escritoras como Kennedy Fraser, Holly Brubach y Judith Thurman tuvieron que “defender” —no sin ser percibidas con cierta sospecha— que la moda era un tema intelectualmente “legítimo”. Porque también es cierto que la tradición escrita de la moda implica que quienes se animen a escribirla se vean constantemente obligados a sustanciar por qué han escogido semejante objeto de escrutinio. Eso marca, en muchas plumas periodísticas, cierta distancia, cierto lustro escindido, a veces también un destello de ironía. Porque la moda es al final del día un asunto mercantil, ejercer adentro de ella una mirada crítica siempre se ha enfrentado a varios desafíos. Por un lado, los vínculos con el neoliberalismo, las dinámicas publicitarias con grandes casas y marcas, han incentivado un periodismo de moda más promocional, blando, muchas veces complaciente, un terreno que marca justamente ciertas dificultades para lo crítico. Las miradas que sí han interpelado la moda más críticamente se han situado más en la academia que en el periodismo. El espíritu de nuestro tiempo dicta que esa brecha ya no puede subsistir. Que la moda, la industria, ya no escapa las preguntas más incómodas que desde hace mucho la academia le ha extendido.
Pero mucho de eso está en Europa y en Estados Unidos. En Colombia, ¿se favorece hacia la moda una mirada crítica? Acá la cosa va un poco así. El interés por el tema ha crecido con una efervescencia casi febril. Desde hace unos años, en lugares antes improbables o insospechados se asocia Colombia a la moda y no al narcotráfico. Sin embargo, en el país se extinguieron las revistas. La industria sigue creyendo en el comercio y desdeña el poder que hay en conocer la moda desde la historia y la teoría o como fenómeno de la cultura. Muchos actores del gremio periodístico han ocupado roles más por default que por formación o experticia. Las redes abrieron las compuertas a una sinfonía de voces que han confundido conocimiento con opinión. No obstante, segmentos que tienen como plataforma primordial la tecnología reclaman conversaciones más sustanciosas y críticas sobre moda local en términos de diseño, producción visual, asuntos de clase, de raza, de género, desde algunas preguntas feministas. Sin embargo, pese a eso, y aunque pareciera que existiese un apetito justamente por nutrirse de las herramientas que permitan interpelar a la moda de una manera informada y crítica, en la moda colombiana ha sido brioso y feroz el anti-intelectualismo.
En Colombia, se añora que la moda sea percibida como un fenómeno social, cultural y político pero quienes han estudiado el tema son repudiados por su supuesta pretenciosidad. Se expresa el interés por una moda que se articule, se represente, se cuestione de formas que tengan sentido crítico, pero persiste, por distintos motivos un fuerte anti-intelectualismo.
Como se sabe, ningún campo en Colombia está exento de la incomodidad que suele generar el pensamiento crítico. En Colombia los debates se personalizan. Existe una resistencia a discutir ideas, se impone la pasión por discutir personas. Pero en el gremio de la moda esto tiene unas características específicas. Predomina una suerte de ambivalencia o contradicción. Pensar complejamente se toma como antipatía. Hablar desde la formación académica se ha interpretado como esnobismo. Quienes han “osado” una postura intelectual ante la moda son acusados de ostentar “egos grandes” que si además, por ser femeninos, pueden ser medidos por una misoginia que dicta que deben ser silenciados. Unas personas que han dedicado largos años a estudiar el tema desde la investigación teórica, las ciencias sociales, las humanidades, al enunciarse como pensadores son burlados por segmentos de la blogosfera, la opinión, o el periodismo por sus supuestas “ínfulas”. Se insiste en querer pensar la moda, en Twitter se arman shitstorms de indignación, se reclamaba de las revistas su miopía, su garbo irreflexivo, pero el pensamiento complejo se toma como una presunción atrevida que amerita castigo y desacreditación.
En esa tensión se encuentra todavía el panorama incipiente de una moda local que ha crecido en sus más diversas aristas. En Colombia, se añora que la moda sea percibida como un fenómeno social, cultural y político pero quienes han estudiado el tema son repudiados por su supuesta pretenciosidad. Se expresa el interés por una moda que se articule, se represente, se cuestione de formas que tengan sentido crítico, pero persiste, por distintos motivos un fuerte anti-intelectualismo. Esa incapacidad de asumir que el conocimiento cultivado no es una afrenta personal ni una falsa pretensión daña profundamente los potenciales de luminosidad y de evolución del campo de la moda colombiana. Hay que vencer la dañina partición que hace que subsista la brecha entre el conocimiento cultivado y la industria, el periodismo, lo mediático, el diseño, la opinión. Acortar esa brecha requiere la humildad de reconocer la variedad de los oficios. Requiere que entendamos que los saberes se complementan. Requiere que pueda admitir, como están confirmando pioneros en la educación, que es el conocimiento histórico y teórico de la moda lo que va a permitir en la moda una posible transformación sistemática, la diversidad y la inclusión. Que para que haya un avance tangible, la academia y la industria necesitan confluir. Que en esa intersección estará el fulgor.
Vanessa Rosales A.
Cartagenera. Escritora. Es crítica cultural especializada en historia y teoría de la estética y la moda desde la perspectiva feminista. Es autora del libro Mujeres Vestidas. Tiene un podcast llamado de manera similar (Mujer Vestida). Su segundo libro se titula Mujer incómoda. @vanessarosales_