Margarita Garcia

La librería portuguesa Lello e Irmao es uno de los lugares más visitados de Oporto. Foto: El Confidencial.

¿Para qué sirve una librería?

por | Abr 24, 2025

Por Alexandra Vives Guerra

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Las librerías importan porque son lugares de resistencia. Entre las hojas de un libro habita la posibilidad de pensar, de imaginar y de conocer otras formas de ser y estar en el mundo. A propósito de libros, cultura y librerías.

A los libros podemos acceder mediante prestamos, tanto en las bibliotecas como por la extraña generosidad de un amigo. (Somos muchos los lectores que no nos fiamos de los préstamos de libros. Se dice los libros tienen su orgullo y que, cuando se prestan, nunca regresan. Quizás de allí provenga el viejo adagio de quien presta un libro pierde un amigo). 

A los libros también llegamos por herencia. De un padre a un hijo, de un hermano mayor a uno menor, o los de la vieja biblioteca del abuelo. O, quizás de la biblioteca de esa tía sin hijos que ahora la familia no sabe qué hacer con ella. Muchas veces allí hay grandes posesiones, pero muchas otras son libros que nos han llegado impuestos, y que por ello no aflora en nosotros un cariño o interés especial en ellos.

A los libros llegamos también por el comercio. Por supuesto, en librerías. Pero hoy día se venden también, y por montones, en tiendas virtuales con despachos desde el otro lado del planeta; en supermercados (en los anaqueles cerca a los terminales de pago, junto a los chicles, las botellas de agua, y los dulces); en tiendas minoristas (desde boutiques de ropa hasta tiendas naturistas) y otros lugares comerciales de cualquier índole en los que el libro hace juego con la imagen de la tienda.

Es así que las librerías no son importantes porque venden libros. Las librerías importan porque en ellas el libro es un pretexto, un conducto para depositar en el otro (ese lector potencial o definitivo) un poco de esa cultura contenida en cualquiera de las decenas, cientos o miles de volúmenes exhibidos en sus estantes.

Una librería importa porque, si es buena, no sólo se ocupará de vender libros, sino de lograr que lleguen a las manos del lector adecuado. No es un ejercicio infalible, pero un librero, si es bueno, al menos intentará hacer algunas preguntas al lector interesado sobre sus gustos e intenciones y cotejarlas con los libros que conoce. Procurará, en la medida de sus posibilidades, hacer un casamiento entre lector y libro, con buen pronóstico de compatibilidad. En un mundo con demasiados libros, como recuerda el escritor mexicano Gabriel Zaid, la ayuda de un lector o curador con criterio nos permite navegar el caudal de las novedades anuales.

Una librería importa, porque en una sociedad que habita cada vez más tras las pantallas, sobreviven pocos espacios en los que las personas puedan interactuar en carne y hueso, más allá del trabajo y el hogar. Las librerías conforman ese tercer espacio: un lugar físico que forma parte de la esfera social, en el que intercambios espontáneos y no medidos por la productividad pueden darse. Si el primer lugar es el hogar y el segundo lugar es el trabajo, el tercer lugar es donde se socializa y se forjan amistades, ya sea la cafetería del barrio, la panadería, la peluquería, el parque, los teatros, el gimnasio, el bar o las iglesias. Desde 1989, el sociólogo Ray Oldenburg ya advertía en su libro The Great Good Place sobre el riesgo de desaparición de estos lugares, debido a la migración de los centros urbanos hacia suburbios desconectados de los ejes de encuentro; el crecimiento de centros comerciales en detrimento de espacios comunitarios; y la marginalización de establecimientos independientes en favor de lugares de cadena cuyo personal de servicio no está conectado a las dinámicas de la comunidad, –entre otros factores. 

Las librerías importan, porque permiten la socialización con otros lectores. Los libreros son representantes de ese antiguo oficio de escuchar y aconsejar, así sea mediado por un libro. Y si son librerías de barrio, permanecen cercanas a una comunidad regular de lectores. No es menor el sentimiento que surge en un lector cuando un librero lo recuerda. No es poca cosa ser visto y escuchado por otros.

La madrileña librería La Casquería vende libros usados a 10 euros el kilo. Una novedosa manera de difundir la cultura del libro. Foto: @bookmesmerised

Las librerías importan porque son lugares de resistencia. Entre las hojas de un libro habita la posibilidad de pensar, de imaginar y de conocer otras formas de ser y estar en el mundo. Y si la librería, además de contener libros, se convierte también en espacio cultural, propiciando conversaciones, encuentros y otras formas de interacción entre personas disimiles, pero unidas por el interés en la reflexión y los intercambios mediados por el pensamiento, las artes y la cultura, entonces allí está la pièce de résistance de una librería. Ser un refugio para los que se resisten a dejarse llevar a rastras por un mundo en el que, cada vez más, las ideas de masas imperan sobre el pensamiento propio.  En las librerías que son espacios culturales, el pensamiento, las ideas y la cultura son el núcleo que se resiste a desaparecer.

Las librerías importan porque ninguna es idéntica a otra. Cada librería está impregnada por los intereses e intenciones de sus libreros. La elección del catálogo es una decisión pensada, una curaduría en la que se aceptan y descartan libros según los criterios elegidos por los libreros: calidad, temas, géneros, sellos editoriales, actualidad, vigencias, entre otros. En las librerías, especialmente las pequeñas y medianas, la personalidad de los libreros está implícita en su composición. Un librero toma decisiones sobre qué libros incluir en el catálogo de la librería, realiza exhibiciones o recomendaciones en las que hace asociaciones inesperadas, conexiones entre libros que los lectores no suponían. El librero apuesta por determinados libros y autores, una especia de política literaria.  

El escritor y crítico literario español Jorge Carrión ha escrito ampliamente sobre las librerías y su rol. En una entrevista, refiriéndose a las librerías independientes, dijo: 

“Cuando […]  escogen sus libros y los colocan en un expositor, están decidiendo que esos son más importantes que los que no están ahí. En cada decisión de visibilidad, de recomendar o no recomendar un libro, hay potencialmente algo que puede cambiar la historia de la literatura. Los libreros tienen una gran responsabilidad en lo que respecta a la consagración y a que alguien se haya leído o no un libro determinado.” 

Las librerías sirven para recordarnos que, al comprar un libro en ellas, estamos apostando por la existencia de esos terceros espacios físicos, por los espacios de resistencia, por la no homogeneización de la oferta de libros, por la idea –nada trivial–  de que la cultura también habita en las librerías. Y que las librerías sí importan.

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Las librerías importan y hay países que lo han comprendido y, por tanto, las han fomentado. Aquí algunas cifras de interés.

¿Sabías que en Estados Unidos hay, en 2025, aproximadamente 68.000 librerías (según cifra del IBISWorld)? En Argentina, un estimado de 18.000 (dato del POU Data Analytics), equivalente a 39,6 librerías por cada 100.000 habitantes; en Francia alrededor de 3.700 y en España alrededor de 3.600 (cifras ambas de Rentech Digital), lo que representa 5,4 y 7,6 librerías por cada 100.000 habitantes, respectivamente. Según el informe de la Cámara Colombiana del Libro, publicado en febrero de 2025, Colombia cuenta con 499 librerías, lo que equivale 0,96 librerías por cada 100.000. habitantes (teniendo en cuenta la última proyección poblacional del DANE).

La librería, además de contener libros, se convierte también en espacio cultural, propiciando conversaciones, encuentros y otras formas de interacción entre personas disimiles, pero unidas por el interés en la reflexión y los intercambios mediados por el pensamiento, las artes y la cultura.

En países como Francia y España existe la ley de precio fijo del libro (la Loi Lang de 1981 en Francia y la Ley 10 de 2007 en España), que regula el tope de los descuentos sobre los libros para proteger a las librerías de la competencia frente a grandes distribuidores. En Alemania, Austria, Italia y  Países Bajos tienen leyes equivalentes. Países como Japón , Corea del Sur, Argentina y México cuentan con regulaciones que se acercan al precio fijo, unas con menor éxito y grado de aplicación. En contraste,  países como Estados Unidos permiten la libre regulación del precio mediante las reglas del mercado, lo que ha favorecido que grandes comercializadoras se fortalezcan en detrimento de las librerías independientes, situación que ha dado origen a movimientos como el de “Contra Amazon”.

Adicionalmente, países como Francia han implementado medidas para limitar los descuentos y los envíos gratuitos, estableciendo unas tarifas mínimas, para evitar el dumping en los costos de envío del comercio electrónico, y así equilibrar la competencia entre las librerías físicas y las plataformas virtuales.

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El concepto de las 3C –curaduría, comunidad y convocatoria– , es un enfoque que permite comprender el rol que las librerías deben adoptar en la sociedad actual, sobretodo si desean sobrevivir en un entorno marcado por la digitalización y la concentración de mercado. Las librerías no solo veden libros; se configuran como espacios culturales, sociales y comunitarios. Esta estrategia se ha socializado especialmente en círculos de libreros y en foros regionales latinoamericanos y españoles.

Un librero independiente es, ante todo, un curador. Cuida la selección que decide exhibir en sus estanterías, mesas y vitrinas. Siempre en la búsqueda de títulos inesperados, autores nuevos, redescubiertos o prometedores, sin limitarse a las novedades y bestsellers. 

Una librería independiente forja lazos con su comunidad local. Sus clientes son conscientes de que apoyar los negocios locales es dar la batalla contra las grandes cadenas en las que se prescinde de la figura del librero o no es representativa ni esencial. 

Las librerías independientes no solo ofrecen libros, sino que convocan y se convierten en espacios culturales activos. Con programaciones que incluyen charlas, clubes de lectura, presentaciones de libros, actividades lectura de para niños, entre otros, las librerías buscan crear comunidad, ampliar la masa lectora y mantener un flujo de visitantes.

Las librerías importan, sobre todo, para el futuro de los libros. Sirven para sostener la diversidad cultural y el diálogo. Sirven, porque en un mundo que tiende hacia la homogeneización y la velocidad, apuestan por la pausa, la reflexión y el encuentro.

Alexandra Vives Guerra

Economista con énfasis en Economía Avanzada y Minor en Matemáticas de la Universidad de los Andes. Diplomada en Historia del Arte de la Universidad del Norte.

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