
La escritora uruguaya Fernanda Trías contempla a su mascota, Pirueta. Foto: Andrés Galeano. El País de España.
Fernanda Trías obtuvo reconocimiento internacional con Mugre Rosa, una novela que anticipó la pandemia. En El monte de las furias (Random House) la escritora uruguaya residenciada en Colombia narra a una mujer solitaria que vive en la fría montaña. La novela está inspirada en sus experiencias en Bogotá.
Fernanda Trías es una escritora uruguaya que vive en Colombia, ella dice que el país la eligió. No sueña con vivir en un pueblo tranquilo de Suiza, el caos de Latinoamérica la inspira, la diversidad y el surrealismo de Colombia la encantaron. La nacida en Montevideo (1976) se entrega a su arte y al parecer no le importa sufrir en el camino si es necesario: vivió en un apartamento helado en Bogotá, arriba de la Circunvalar, donde surgió la idea de El monte de las furias, su quinta novela; el lugar rudo, el paisaje que veía en la ventana, eran los propicios para escribir el libro, y decidió sacrificarse allí durante la pandemia.
En la obra, una mujer vive sola en la ladera de una montaña, se adapta al difícil espacio, encuentra su lugar en el mundo. Llega por trabajo, sus jefes permanecen ocultos y son tenebrosos. Ella escribe y piensa mucho, recuerda con sentimientos encontrados a su madre, frívola, su polo opuesto, y a su abuela, maestra de la vida de brazos fuertes. La protagonista, sin nombre, vigila la zona junto a un celador típico con el que tiene una relación atípica; y cerca hay una cantera, un área de extracción de recursos naturales. Un día encuentra un muerto en su jardín, y con el tiempo van apareciendo más.
La historia no está ubicada en un país específico, podría transcurrir en Colombia, pero también en otro paraje de Latinoamérica; es un espacio imaginado, donde junto a la violencia de la realidad pueden aparecer fenómenos extraños. En la novela hay profundidad, ideas, juegos gráficos y, sobre todo, poesía, algo característico en la obra de Trías.
Juan Sebastián Lozano: En El monte de las furias, para mí, se refleja Bogotá, sus montañas; pero el territorio es imaginario, y el lenguaje es más o menos entre rioplatense y colombiano. Cómo surgió la idea de esta novela.
Fernanda Trías: La novela surgió a partir de una experiencia personal. Me mudé a vivir en un apartamento que quedaba bien arriba de la Circunvalar, en Bogotá, en una parte de Chapinero donde no hay edificios, por lo tanto lo que veía del otro lado de la calle era montaña verde, monte, digamos. Ese apartamento tenía sólo dos ventanas y ambas miraban hacia las montañas; fue extraño estar cara a cara con las montañas todo el tiempo. El lugar era helado porque las ventanas eran de bastante mala calidad, no cerraban de manera hermética, quedaban unas líneas por donde se colaba el viento que bajaba de arriba de la montaña, del páramo. Incluso, si yo me sentaba en el sofá sentía cómo el viento me pegaba en la nuca, en fin, vivía aterida de frío. Viví allí el tiempo que me llevó escribir la novela. En un momento me di cuenta de que ese apartamento era tan importante para la escritura del libro que no me podía ir.
Empecé a escribir la novela en 2020 cuando quedamos en cuarentena por la pandemia, me mudé en 2022 cuando ya la tenía escrita. Entonces, a partir de esos pequeños detalles, yo pude ir imaginando el personaje de la mujer que vive sola en lo alto de la montaña, porque un poco esa era mi impresión cuando llegó la cuarentena y yo quede sola y encerrada en ese apartamento, sintiendo el frío que estaba metido en las paredes, el viento de páramo. También sufría subiendo hasta mi casa desde la séptima, cargando las bolsas del supermercado. Tenía entonces esas sensaciones y poco a poco las fui transmutando en un personaje que no soy yo y en un ambiente que no era el mío.
J.S.L.: Has vivido en varios países del mundo y dices que te sientes latinoamericana. La novela no está ubicada en un país en específico, en esta hay un territorio propio que deriva en la búsqueda de un lenguaje propio.
F.T.: Me gusta como lo decís, un territorio propio que deriva en la búsqueda de un lenguaje propio, creo que hasta ahora no lo había escuchado de esa manera tan concisa y precisa. Es eso, exactamente, por eso mi interés de deslocalizar. Además, en todos mis libros hay un extrañamiento de la realidad, a veces porque la mirada de la protagonista está salida de la realidad y produce ese extrañamiento, como en el caso de La azotea; o a veces, porque la realidad se ha vuelto tan extraña, que es imposible no sentir ese extrañamiento en lo que sería una nueva normalidad, es el caso de Mugre rosa.
Aquí yo sentía que ese extrañamiento venía de esta dislocación entre paisaje y lenguaje. Yo sí me siento latinoamericana; viví en lugares muy distintos: Francia, España, Buenos Aires, Chile, en Estados Unidos, en Nueva York, rodeada de latinos, acá en Bogotá. Mi habla, por decirlo así, no es de ninguna parte, nadie la identifica como propia, ni siquiera en Uruguay, eso me pone en un lugar muy incómodo y solitario, y digo, ¿de dónde soy? De esta manera fui entendiendo mi identidad como latinoamericana, porque es una identidad que está cruzada por experiencias en distintos países de nuestro continente, por distintas maneras de hablar de nuestro continente. De alguna manera, hacer este ejercicio de extrañamiento entre el territorio y la lengua en la novela, me permitía acercarme un poco a la amalgama que es mi identidad, a mi identidad que yo abrazo como contaminada, esto es un sentido completamente positivo. Esta amalgama contaminada es lo que yo entiendo por ser latinoamericana.

Portada del libro de Fernanda Trías, publicado por Random House.
En un mundo caracterizado por la virtualidad, las pantallas, en una realidad fragmentada en la que es difícil concentrarse por los estímulos del teléfono y las redes sociales, le apuestas a una novela que transcurre en un paisaje natural, una novela de tiempos lentos, muy lírica, sin mucha acción como la entiende el mercado editorial.
Sí, lo siento como una apuesta, es intencional hacer esos guiños que están en la novela, cuando la protagonista dice que no escribe porque pasen cosas en su vida, sino porque nada ha pasado. En realidad pasan muchísimas cosas en su vida, pasan muchísimas cosas en su mente y en su alma. Simplemente, para el afuera, para lo que el mercado, la industria, pide o exige, no pasa mucho. Lo que el mercado considera acción son cosas muy específicas, pero en realidad la vida está llena de acontecimientos, la montaña está llena de acontecimientos. Nacen, viven y mueren seres en cada momento, brota una planta, todo eso es acción. Acción es todo lo que es verbo conjugado y de eso está llena la novela. El mercado, por decirlo así, entiende la acción de manera muy reduccionista. Esas ideas aprendidas sobre la acción, la trama, etc., después no se replican en el lector, los lectores no están angustiados por la trama.
Por ejemplo, Mugre Rosa también es una novela lenta y ha sido muy leída, a los lectores les gusta mucho, ha sido traducida a más de quince idiomas. En fin, esa expectativa del mercado es del mercado editorial, los lectores no están pensando en eso, los lectores o bien se dejan seducir o no se dejan seducir por una propuesta. Con este libro he recibido más que nunca mensajes hermosos de gente desconocida, por Instagram, que lo ha leído y cae bajo el influjo de la voz de la montaña y de la experiencia estética de la naturaleza.
Recuerda, que en la novela, el celador le dice a la mujer: escribe un libro con mucha acción, son los que más se venden, los libros “pasa página”. Lo gracioso es que el tipo ni siquiera lee, apenas sabe leer, pero está repitiendo ideas aprendidas sobre qué es interesante, sobre qué vende, etc.
Yo sí creo que es un acto político ir en contra de esas expectativas del mercado, e incluso que tu libro sea incómodo como objeto de consumo. Creo que es positivo que tu libro no sea fácilmente clasificable, que se resista a todas esas categorías del mercado. Que no sea de esas novelas que se pueden convertir en series en Netflix, que a veces hasta parecen escritas para ser convertidas en serie de Netflix. Es un gesto político resistirse a eso, también no subestimar al lector, no subestimo a mis lectores. No creo que ellos sean tan superficiales como para no disfrutar un libro que está principalmente centrado en el lenguaje, en el trabajo del lenguaje. En un momento en el que estamos siendo arrasados por todas las exigencias de mercado, del consumismo, resistirse a alimentar la boca del mercado editorial me parece importante, una declaración de una poética.
Con El Monte de las furias he recibido más que nunca mensajes hermosos de gente desconocida, por Instagram, que lo ha leído y cae bajo el influjo de la voz de la montaña y de la experiencia estética de la naturaleza.
En el libro se refleja una profunda preocupación por el medio ambiente, por la preservación de espacios naturales. Para cambiar el mundo, en cuanto al cuidado del medio ambiente, al respeto por la vida no humana, ¿es necesario pasar de un sistema machista, patriarcal, a un sistema en el que el paradigma sea el feminismo?
La violencia que se ejerce sobre el territorio, las violencias extractivistas y el consumo depredador del medio ambiente son consecuencia directa del sistema patriarcal, de un paradigma que acepta y cree que todo es para el consumo del ser humano, que todo es un recurso, que los bosques son un recurso, que los ríos son un recurso. No, no son un recurso, tal vez son sujetos de derecho. Digamos, pensarlo todo de una manera utilitaria para el ser humano es lo que nos tiene en el lugar en el que estamos. Hay un paradigma depredador versus un paradigma feminista; no creo que todas las mujeres estén en un paradigma y todos los hombres en el otro, por supuesto, esto está completamente mezclado.
Por suerte, la literatura no permite generalizar, o no debería ser así. En la novela estoy hablando de la historia de una mujer, y para no caer en la idea simplista de que las mujeres son buenas y cuidan el medio ambiente, y los hombres son malos y clavan el pico en la roca, es que la madre de la protagonista es distinta a ella, ama el plástico, si fuera por ella no tendría ni una planta dentro de la casa. En la novela, estoy hablando de una mujer en específico, la protagonista, y trato de imaginar un horizonte utópico en el que ella logra un tipo de comunicación inédito con la montaña.
Los feminismos no pueden estar desligados de la lucha ecológica, tampoco pueden estar desligados de la lucha de clases. Si se opera un cambio en nuestra sociedad, que puede operar, que en algún punto va a operar, y pudiéramos transformar el paradigma patriarcal en un paradigma feminista, ese paradigma sería ecológico, es decir, ahí EL CUIDADO sería la manera, el modus operandi. Sería el cuidado de lo otro, la convivencia armoniosa con lo otro, con todas las especies, con todo lo diferente, y una relación de respeto. Si pudiéramos transformar la sociedad y empezar a vivir desde un paradigma feminista ecológico, todo el mundo tendría que estar ahí adentro: hombres, mujeres, trans, cis, y todo lo que se vaya a inventar, esa es la gran utopía.
¿Por qué elegiste vivir en Colombia?, ¿cómo ves el país en este momento como extranjera?
Elegí Colombia tal vez por azar, o Colombia me eligió, digamos. Pero sí, reafirmé mi decisión de quedarme en varias oportunidades. Llegué al país invitada por la Feria del Libro, y me sedujo mucho su complejidad. Supongo que hay personas que desean vivir en lugares extremadamente tranquilos, poco conflictivos, no es mi caso. No me gustaría irme a vivir a un pueblo donde no pase nada o irme a vivir a Suiza, sino que, al contrario, me alimento creativamente de los contrastes, de la diversidad, de la energía que hay en el caos. Cuando llegué a Colombia, principalmente lo que sentí fue un gran estímulo creativo.
En Colombia, como en algunos otros lugares, todo es una fuente de estímulos, sonoros, de sabores, incluso en cuanto a la relación de la gente con su cuerpo. Bueno, ni que hablar de la naturaleza, el paisaje, la diversidad de paisajes. Vos vas a la séptima en Bogotá, en el centro, y podés ver absolutamente cualquier cosa, lo más diverso y divertido. Eso me funcionaba, me parecía muy estimulante. Yo notaba que era un país en el que hay todo por hacer, en el que hay todo por construirse, pasa con los países jóvenes.
Juan Sebastián Lozano
Escritor y periodista cultural. Ha colaborado en El Espectador, El Malpensante, Bacánika, Cáñamo y otros medios. Su libro de cuentos, La vida sin dioses, fue publicado en 2021 por Calixta Editores.
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