Margarita Garcia

Foto original: Axl Rios en Unsplash.

Los escritores costeños que se marcharon al frío

por | Jun 24, 2025

Por Joaquín Mattos Omar

“El provincianismo literario en Colombia empieza a dos mil quinientos metros sobre el nivel del mar”, afirmó, en una ocasión, un joven García Márquez. Tradicionalmente, los autores de la costa Caribe se han ido a vivir a Bogotá. Más recientemente, esta tendencia se ha mantenido constante. ¿Cuáles son las razones por las que lo hacen? ¿No hay condiciones para hacer literatura en nuestra región?

No es de extrañar que hoy por hoy sean no pocos los escritores de la región Caribe colombiana que residan en Bogotá y que en los años más recientes hayan seguido migrando hacia allá. Históricamente, con algunas notables excepciones, siempre lo han hecho, por elección o necesidad. Candelario Obeso –a quien podemos considerar, si nos atenemos al más exigente canon actual, el más antiguo de los escritores costeños de prestigio– murió incluso “perdido entre su frío”, y, para más señas, derrotado por la pena de amor causada por una bogotana.

Andando el tiempo, fueron numerosos los autores de la costa norte que tomaron también el camino de Bogotá, temporal o definitivamente: Gregorio Castañeda Aragón, Miguel Rasch Isla, Oscar Delgado, Olga Salcedo de Medina, Gustavo Ibarra Merlano, Manuel Zapata Olivella, Héctor Rojas Herazo, Germán Espinosa, Ramón Illán Bacca, Jairo Mercado Romero, Álvaro Medina, Fanny Buitrago, Alberto Duque López, Álvaro Miranda, David Sánchez Juliao, Raúl Gómez Jattin, Eligio García Márquez, Roberto Montes Mathieu, Roberto Burgos Cantor, Heriberto Fiorillo, Fernando Linero, Pedro Badrán Padauí, Alberto Salcedo Ramos, Efraím Medina Reyes y John J. Junieles, para mencionar a los más conocidos o reconocidos. De un tiempo a esta parte, lo han hecho igualmente, entre otros, Paul Brito, Ángel Unfried, Giuseppe Caputo, Fadir Delgado, Daniella Sánchez Russo, Erick C. Duncan, John William Archbold, Iván Fontalvo y Karim Ganem Maloof, este último, como Candelario Obeso y tantos otros de su misma región, fallecido en la capital colombiana.

La razón por la que, en 1886, a sus 17 años, Obeso se trasladó a Bogotá fue la misma por la que, en el curso de los siguientes ochenta o noventa años por lo menos, se tuvieron que marchar muchos de sus colegas de tierra caliente: para hacer sus estudios académicos, en particular los universitarios. Avanzada la segunda mitad del siglo XX, a medida que se iba ampliando la oferta de educación superior en las ciudades de la costa, esta razón fue disminuyendo. Sin embargo, otro de los factores importantes para irse, el laboral, nunca cesó y se ha mantenido todavía vigente. En Bogotá, siempre encontraron ellos, y siguen encontrando, más y mejores oportunidades para desempeñar los oficios alimentarios que suelen serles afines: el periodismo, la enseñanza (escolar o informal) y la publicidad, cuando no un jugoso cargo burocrático.

Pero quizá la razón más determinante que los ha llevado a Bogotá es buscar la publicación y la proyección nacional de su trabajo literario. Es indiscutible que, quizá con la excepción de Medellín, Bogotá es la ciudad que ha contado con la mayor fuerza editorial del país, lo cual se ha fortalecido aún más en las últimas décadas con la llegada allí de los gigantescos sellos españoles. A esto hay que agregar que su escena literaria se refuerza con medios de comunicación, especializados o no, de gran difusión, así como con una amplia red de librerías, con encuentros nacionales e internacionales de escritores, y, desde 1988, con una de las más importantes ferias del libro de América Latina. Hay que admitir que las principales ciudades de la región Caribe, si bien cuentan con una importante tradición intelectual –que, en algunas, en ciertos períodos, ha cobrado un auge singular–, nunca han dispuesto de un aparato cultural semejante.

Otra razón más, asociada a la anterior, que ha decidido la partida de varios hacia el altiplano santafereño es el deseo de contar con un ambiente literario que juzgan más propicio para llevar a cabo su tarea creadora: cafés o salones donde hacer tertulias, grandes bibliotecas públicas, museos y teatros, conferencias, coloquios, presentaciones de libros, lecturas públicas. Pero en esto, hay que decirlo, sí se han descaminado. Cepeda Samudio señaló, con razón, que, para ejercer bien el oficio de escritor, basta tener a la mano lo mejor de la literatura universal, aun si uno está radicado, por ejemplo, en la modesta población de Ciénaga. De hecho, en otro lugar de su obra, en una de las “Cartas de don Custodio”, se burla de los artistas que, “siempre con un tono de genios incomprendidos”, lanzan quejas por el estilo de “aquí no hay ambiente para desarrollar mis talentos”, “aquí no hay vida artística”, “aquí me ahogo, me hace falta un ambiente cultural”, “hay que irse de este país para poder producir una obra importante”. Y cita el ejemplo de Faulkner, quien “creó su asombroso mundo novelístico metido en Oxford, un pueblecito en el Estado de Misisipí”. Otro espíritu lúcido, el húngaro Stephen Vizinczey, lo secunda en este criterio: “Si posees una buena colección de ediciones en rústica de grandes escritores y no dejas de releerlos, tienes acceso a más secretos de la literatura que todos los farsantes de la cultura que marcan el tono en las grandes ciudades”.

La pesada del “Grupo de Barranquilla”: García Márquez y Álvaro Cepeda, los acompañan Rafael Escalona y Alfonso Fuenmayor. ¿Era la Barranquilla de mediados del siglo pasado más culta y con mejores vientos literarios que la de hoy? Foto: El Heraldo.

Cepeda Samudio señaló, con razón, que, para ejercer bien el oficio de escritor, basta tener a la mano lo mejor de la literatura universal, aun si uno está radicado, por ejemplo, en la modesta población de Ciénaga.

Cuando los escritores costeños se rebelaron contra Bogotá

En términos generales y a lo largo de la historia, los escritores costeños, al instalarse en Bogotá, siempre han pensado que han llegado al centro, un centro poderoso no sólo política sino culturalmente, y que han dejado atrás, para su bien, la periferia, débil y atrasada. Han estado convencidos de que se han movido en la dirección más correcta posible, al menos dentro de las fronteras nacionales, y quizá incluso dentro de un ámbito transnacional, pues se han ubicado nada menos que en la Atenas Suramericana. “Desde aquí, podré conquistar el país y, por qué no, el mundo”, ha pensado cada uno de ellos, secreta y a veces abiertamente.

Pues bien, hubo una vez, a mediados del siglo XX, en que un grupo de escritores costeños se declararon en franca rebelión contra esta percepción. Pensaron, y así lo manifestaron, que, en materia literaria, Bogotá era provinciana y anacrónica, que los suplementos dominicales de sus diarios eran indigentes, que la ciudad era sede de una tan perniciosa como ingenua “cofradía del bombo mutuo”, que las reglas de juego de su actividad intelectual no eran diáfanas y más bien corruptas. Uno de ellos, un joven cuentista y novelista de Aracataca, Magdalena, llamado Gabriel García Márquez, lo escribió con todas las letras en 1950: “El provincianismo literario en Colombia empieza a dos mil quinientos metros sobre el nivel del mar”.

Es cierto que la mayoría de los miembros del grupo de Barranquilla, que es por supuesto del que estoy hablando, unos más temprano o más tarde que otros, tuvieron que “hacer su Bogotá” –de la que siempre regresaron, eso sí–, pero sólo por razones académicas o laborales, nunca porque creyeran que necesitaban del ambiente capitalino para producir una gran obra literaria. Ya cité la opinión al respecto de Cepeda Samudio, quien fue el único de ellos, por cierto, que nunca vivió en Bogotá y quien, consecuente con el respice polum literario tan propio del grupo, optó en su lugar por Nueva York.

Y sucedió, como se sabe, que fueron justamente estos detractores del sueño bogotano los que, a través de uno de ellos, y por primera vez en la literatura colombiana, conquistaron el mundo.

Joaquín Mattos Omar

Santa Marta, Colombia, 1960. Escritor y periodista. En 2010 obtuvo el Premio Simón Bolívar en la categoría de “Mejor artículo cultural de prensa”. Ha publicado las colecciones de poemas Noticia de un hombre (1988), De esta vida nuestra (1998) y Los escombros de los sueños (2011). Su último libro se titula Las viejas heridas y otros poemas (2019).

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