Margarita Garcia

Imagen: Dreamstime. Contexto

Los árboles en el cancionero vallenato

por | Abr 30, 2025

Por Víctor Ahumada

Ceibas, guayacanes, trupillos y bongas, han sido motivo de inspiración para compositores vallenatos que en sus cantos exaltan amores, nostalgias y vivencias. A propósito de la edición 58 del Festival de la leyenda vallenata que tiene lugar por estos días en Valledupar, un evocador texto con toda la poética de nuestro Caribe colombiano.

Es innegable que a lo largo y ancho de todo el cancionero vallenato la naturaleza ocupa un lugar central. Son muchos los temas en los cuales los compositores le han cantado a animales (‘El cordobés’, Adolfo Pacheco; ‘Águila furtiva’, Fernando Dangond Castro; ‘El alazanito’, Tobías Enrique Pumarejo; ‘El cóndor legendario’, Alfonso Molina); ríos (‘Río Badillo’, Octavio Daza; ‘Río crecido’ y ‘Río seco’; Julio Fontalvo); biomas (‘Las sabanas del Diluvio’, Tobías Enrique Pumarejo), eminencias topográficas (‘Cerro murillo’, Santander Durán Escalona) y, principalmente, árboles: entes con los cuales el compositor se suele identificar o que le sirven para evocar ciertas nostalgias, hechos, vivencias o sucesos del pasado.

Vitalmente, la importancia de los árboles es manifiesta; gracias a ellos se limpian los ríos, obtenemos oxígeno, se reduce la temperatura, se evita la erosión y sirven como refugio para la fauna. Culturalmente, también son importantes. En una columna reciente que lleva por título “Mi hermano el trupillo” -publicada en El Espectador-, Weildler Guerra Curvelo, antropólogo wayuu, escribe que para esta población indígena el trupillo “era una persona sabia y prudente”, y agrega, “cuenta una narración indígena que Aipia, el trupillo, reconvino suavemente a la lluvia masculina en una ocasión por dejar caer el agua con violencia sobre las plantas pequeñas, las niñas del mundo vegetal. Este regaño causó su enojo y rencor. Desde entonces, cuando llega la lluvia masculina suele lanzar rayos a los trupillos fulminando sus tallos y ramas”. Así como en los wayuu los árboles ocupan un lugar preponderante dentro de sus narraciones mitológicas, también suelen estar presente en los mitos nórdicos (El Yggdrasil, o árbol de la vida); egipcios (Isis y Osiris surgieron de un árbol de acacia); griegos (Jardín de las Hespérides) y un sinnúmero de civilizaciones más.

Como los compositores vallenatos han estado en contacto permanente con la riqueza inmensa del mundo floral que circunda su entorno cercano, ellos tampoco han escapado al encanto de estos parientes. Son muchos los que le han cantado. 

Veamos algunas obras del cancionero vallenato que retratan esta relación.

Corría el año de 1975, tiempo atrás, Poncho y Emiliano se habían separado, pero como la sangre llama, inevitablemente habría de producirse El reencuentro (así se llamó el álbum). En ese importante trabajo fonográfico se incluiría el tema ‘Mi viejo guayacán’, cuya autoría obedece al barranquillero Antonio Serrano Zúñiga; quien no solamente fue uno de los más destacados compositores vallenatos, sino que también ocupó lugares de importancia dentro de la academia, como fue el caso de su paso por la rectoría del Colegio Nacional Loperena, Colegio Pinillos, en Mompox, y también por la Universidad del Magdalena.

En este sentido paseo Serrano Zúñiga nos habla de dos grandes dolores: el primero, por ese viejo guayacán “corpulento y que le daba sombrío” que se le secó; y el segundo, por un amor indiferente que feneció al no poder vencer el paso de los días “como los amores que vienen y se van / el tuyo se secó como mi viejo guayacán”.

Hablar de la canción vallenata sin mencionar el nombre de Rafael Escalona es como hablar de los clásicos de la literatura universal sin mencionar a Cervantes. Con esa versatilidad y maestría que lo caracterizó, Escalona lega al cancionero vallenato una canción icónica del repertorio arbóreo vallenato: el excelente merengue La ceiba de Villanueva. En esta canción, Escalona, con esa galante picardía que lo caracterizó, advierte que allá en esa ceiba “canta un gavilán bajito/ y es diciendo que se lleva a una paloma que ha visto”. Esto en referencia a una bella joven villanuevera que le robaba el sueño.

Mientras Escalona enamoraba muchachas por todo el Valle del Cacique Upar y sus alrededores, en la población de Chimichagua (César) nacía Camilo Namén Rapalino. Compositor de corte costumbrista, de letras sencillas pero profundas, y heredero de la más pura tradición vallenata, Namén Rapalino planta su árbol vallenato con su canción La ceiba del puerto. En esta obra el hijo ilustre de Chimichagua evoca, con un guayabo eterno, esa frondosa ceiba que adornaba el puerto y resguardaba bajo su sombra a propios y extraños que arribaban a esta población a orillas de la ciénaga de Zapatosa, pero que por el paso inevitable del tiempo sucumbió y terminó por caer. Al no ver ese árbol Namén Rapalino deja brotar su carga sentida de nostalgia y expresa: “Lo que si me dió sentimiento/ y con sentimiento lloré/ fue que se cayó la ceiba del puerto/ la que fue testigo hace tiempo/ de las travesuras de mi niñez”.

Oriundo de La Paz (Cesar), Emiro Zuleta Calderón es un compositor de poca valoración con respecto a la calidad de su obra. Canciones como ‘La Paz’, un himno para su tierra natal, ‘El cambio’, ‘Corazón vallenato’, ‘Igual que aquella noche’ o ‘Amor pleno’ así lo demuestran. Dentro de ese extenso catálogo, Zuleta Calderón también le canta, en ritmo de merengue y con una sutileza manifiesta, a La vieja bonga “que hay a veces en los pueblos/ donde suele el pasajero/ esperar que caiga el sol” y “puesta a la intemperie/ que alguien quiere escribir puede/ su nombre y su corazón” en la que Zuleta Calderón siente que hay “mil generaciones que en mi vieja bonga siempre llegan a escribir/ que han pasa’ o po´ aquí muchos pasajeros/ que la vieja bonga dejaron su cicatriz”. 

Llegados a este punto, y sabiendo que aún quedarán títulos por mencionar, no puedo pasar por alto una canción que, muy amablemente, el médico y compositor Adrián Villamizar me compartió hace un tiempo y con la cual participó hace unos años en el Festival Nacional de Compositores de San Juan del Cesar. La canción lleva por título Corazón fino.

El corazón fino (Platymiscium pinnatum) es un árbol de una gran longevidad (viven aproximadamente 60 años) cuya resistente madera lo hace apetecido para la construcción de casas, guitarras o embarcaciones. Es debido a esto que hoy se encuentra amenazado por la deforestación. Por otra parte, según una leyenda indígena, el corazón fino alberga el espíritu de un guerrero valiente que protegía su tribu y que fue convertido en árbol por los dioses. 

Dos sabios árboles de la tradición narrativa colombiana, Rafael Escalona y Gabriel García Márquez, en una foto que el músico le hizo al escritor en los talleres de “El Heraldo”. Foto: Quique Scopell.

Escalona, con esa galante picardía que lo caracterizó, advierte que allá en esa ceiba “canta un gavilán bajito/ y es diciendo que se lleva a una paloma que ha visto”. Esto en referencia a una bella joven villanuevera que le robaba el sueño.

Pero volviendo a la canción, hay que decir que este tema resume muy bien la importancia de los árboles dentro del cancionero vallenato porque además de recoger parte del catálogo de canciones mencionadas en este artículo, también aborda con maestría y sensibilidad la desaparición de este árbol que se encontraba en la calle del recuerdo y que fue testigo del cancionero de San Juan del Cesar. Acerca de esta composición cuenta Villamizar: “La canción ‘Corazón fino’ es una elegía para un amigo que se nos fue: el palo de corazón fino. Allí era donde Juan Carrascal amarraba la mula, donde Máximo Movil le soltaba un verso a una muchacha bonita, donde alguna vez Escalona escuchó a un muchachito (Issac Carillo) de 14 años que cantaba rancheras a todo pulmón y con vibrato mientras conducía su carretilla. Fue allí, bajo su sombra, donde Curry Carrascal vio a todos los compositores mayores de su época (años 80, 90 y 2000) que alimentaron su imaginario cantor y lo inspiraron; donde Lalo Carrascal Molina y Santos ponían una mesa de dominó para compartir y echar cuentos. En fin… en ese árbol muchas veces compositores como Roberto Calderón, Hernando Marín, Rafael Manjarrez y tantos otros esperaron el llamado que los diera como ganador, donde las hojas mecieron las notas inconfundibles e inmortales de Juancho Rois”.

Hoy ese árbol ya no se encuentra allí, pero gracias a que para “un poeta de mi tierra un árbol es familia”, como dice un verso de la canción, el recuerdo del corazón fino permanecerá, porque en la poesía suelen permanecer las cosas, sino recordemos aquellos versos del poeta Antonio Machado dedicados también a un árbol: “Antes que te derribe, olmo del Duero, con su hacha el leñador, y el carpintero te convierta en melena de campana (…) antes que te descuaje un torbellino, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida”.

Víctor Ahumada

Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad del Atlántico, se desempeña como docente y actualmente cursa una maestría en Literatura Hispanoamericana y del Caribe en la misma universidad. Textos suyos han sido publicados en El Espectador, Atarraya Cultural (Universidad del Magdalena), El unicornio, Las2orillas y Panorama cultural.

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