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«La educación es cara a cara, la vida es de amigos y rituales, y eso no lo dan las redes digitales: el baile y la vida está en los cuerpos en vivo», afirma Omar Rincón.

Frente a las redes hay que aplicar lo de la pandemia: la sana distancia, afirma el académico en la entrevista de Contexto.

A Omar Rincón se le conoce en la academia por ser uno de esos docentes irreverentes, una de esas voces difíciles de olvidar. Confiesa que disfruta ser profesor del Centro de Estudios en Periodismo de la Universidad de los Andes, y de la Maestría en Periodismo de la misma institución. Su estilo narrativo, directo y punzante, se evidencia en su  columna en el diario El Tiempo como crítico de televisión. Rincón es también director de la Fundación alemana Friedrich Ebert en Colombia, entidad que promueve el análisis y el debate sobre políticas públicas, apoya procesos de aprendizaje e intercambio con experiencias internacionales y da visibilidad y reconocimiento a los esfuerzos de entidades e instituciones en la construcción de paz.

Sus obsesiones intelectuales navegan entre las culturas mediáticas y estéticas del entretenimiento. En este momento piensa desde y en las ciudadanías celebrities, las culturas bastardas y las sensibilidades pop. Tiene un ensayo audiovisual: Los colombianos tal como somos. Uno de sus últimos textos: El periodista DJ es el medio. Su última creación: La niebla como figura audiovisual.

Dialogamos con el también ensayista y consultor de la revista digital Cerosetenta, a propósito de Netflix, el advenimiento de las redes sociales en plena pandemia y fenómenos como los llamados influencers.

Andrea Quintero: Netflix ha logrado realizar producciones con temas colombianos con la factura de cualquier película o producción internacional. ¿Puede ser el formato del streaming la salvación de producciones como series, miniseries, y películas colombianas?

Omar Rincón: Las plataformas como Netflix, Disney+, Amazon, y HBO han descubierto que la única forma de ganar mayores suscripciones es produciendo obras de culturas nacionales en mercados importantes. No van a producir en Ecuador porque tiene 17 millones de habitantes. Los mercados que importan son México y Brasil, por eso se ven muchas más producciones de esos países. Luego siguen Argentina y Colombia que están por los 45 millones de habitantes. Esta producción local permite mejores salarios, mejores condiciones laborales y es beneficioso para el país. Netflix y todas estas plataformas llegaron para quedarse, es el nuevo mercado y hay que apuntarle a eso. La cuestión es que ellos han decidido hacer televisión al “estilo colombiano” pero se contradicen porque lo que hacen es en formato gringo; contratan colombianos pero el estilo narrativo es gringo, la estética es gringa, entonces se pierde el sabor local. Parece otra producción más hecha en Estados Unidos, le quitan esa sabrosura estética local, esa diversidad narrativa y esa localía de las historias que es lo que ha demostrado en el mundo de la cultura que tiene éxito. El formato internacional no tiene éxito sino se hace con tumbao´ local, eso pasa en la literatura, el arte, la televisión, el cine. Ojalá que los directivos de estas plataformas piensen que no todo se hace con los formatos gringos sino que hay formatos argentinos, narrativas colombianas, estilo brasileño, y que cada una debe estar con sus estéticas y formas de narrar.

A.Q. La pandemia ha activado el mar de los influenciadores, de las redes sociales, de las conferencias virtuales. Evidentemente estamos ante una virtualidad exacerbada, ¿Cómo ve este panorama?

O.R.: Sí, la pandemia nos metió a todos a casa y descubrimos que estar conectados vía pantallitas, vía Zoom, que es la estética de la pandemia, tuvo cosas maravillosas: los profesores intentamos dar clases por ahí, volvernos youtubers, influencers; los padres aprendieron a estar más cerca de sus hijos y educarlos; tuvimos la posibilidad de tener a grandes figuras del pensamiento contemporáneo disponibles desde nuestra casa; se democratizaron los saberes, pero los únicos que ganaron fueron Zoom, las plataformas, Claro, Facebook y las grandes empresas de tecnología. En este momento cuando se ha abierto un poco más la vida, se ha bajado el rating de todas las conferencias, antes uno tenía 800 personas conectadas ahora tenemos 100, 80. Parece ser que hay cosas que pasaron en la pandemia que se quedaron en la pandemia. Esto porque todos fuimos a las transmisiones online, pero no fueron satisfactorias: los estudiantes quieren ir al colegio y a la universidad porque la educación es un ritual de socialización y de construcción de futuros nostálgicos, de uno acordarse de lo que vivía y hacía con los compañeros. La educación es cara a cara, la vida es de amigos y rituales, y eso no lo dan las redes digitales: el baile y la vida está en los cuerpos en vivo.

Lo otro de lo que nos hizo conscientes es que no somos adictos a las redes digitales. Nos dimos cuenta que las redes digitales son un mar en el cual navegar, pero es aburrido, falso, donde domina lo que llamo Fakebook, allí todo es fake, triunfa el odio, las noticias falsas, el exhibicionismo grotesco. Ese exceso hizo que pensemos en qué hacer con las redes digitales. Por eso hay que ser cool en las redes sin perder el estilo, ya que las redes son muy chéveres si uno construye algo singular y único, que se parezca a la personalidad de uno, uno no tiene que tener todas las redes, uno tiene que decidir qué red es la que más me gozo, y hacernos consciente que le estamos regalando nuestros datos, nuestra sangre digital, nuestro tiempo a todas estas empresas para que nos exploten.

La pandemia nos hizo conscientes es que no somos adictos a las redes digitales. Nos dimos cuenta que las redes sociales son un mar en el cual navegar, pero es aburrido, falso, donde domina lo que llamo Fakebook, allí todo es fake, triunfa el odio, las noticias falsas, el exhibicionismo grotesco.

Volviendo al tema de los influenciadores. En su ensayo La coolture: cultura en formato cool y pop usted dice que Ariana Grande, Oprah, Trump, Macri, Netflix y el Papa son los evangelizadores de la coolture. ¿La cultura letrada perdió densidad en manos de la cultura del entretenimiento?

La coolture lo que indica es que hubo una mutación cultural. La cultura moderna de las bellas artes, el pensamiento crítico y profundo, esas obras que engrandecían la espiritualidad del ser humano como principio y fin de todas las cosas, esa cultura triunfó hasta el siglo XX, y al ladito pasaba el entretenimiento y la cultura pop. La Cultura con mayúscula seguía mandando; seguían mandando los museos, las universidades, los filósofos, los intelectuales, las teorías.

En el siglo XXI y con la llegada del internet, de las redes digitales, del celular, el entretenimiento se convierte en el centro y la Cultura con sus museos, libros, filosofía, grandes historia pasan al margen, entonces surge la coolture. La coolture no quiere profundidad, quiere superficie y flujo, busca un mundo festivo, no quiere críticos que digan esto es lo bueno y esto es lo malo, sino que practica ser tastemaker, degustar la cultura, alguien que nos diga qué experiencia vamos a vivir con un libro, con una obra de arte, con una pintura, con una red. No es que desaparezca la Cultura, seguimos siendo modernos y las bellas artes siguen siendo importantes, pero hay que adaptarse a que la cancha donde se juega todo es la coolture. Mientras no entendamos esto seguiremos haciendo cultura para el siglo XX cuando estamos en el XXI.

Dicho esto, hay que pensar en nuevos objetos culturales no identificados como el meme, el podcast, los youtubers, las historias de Instagram, los hilos de Twitter, nos dice el crítico Jorge Carrión. Y esto porque aparecen nuevas maneras de construir lo cultural. Hay tres campos que son muy inspiradores para hacer coolture: la moda y sus fusiones entre lo popular y el avant garde; la comida, por ejemplo… el sancocho ha evolucionado de la casa de la abuela a ser gourmet y expresar siete mil variaciones creativas; y la música y el Caribe es campeón en eso, Systema solar o Bomba estéreo han construido una obra que no reniega de la identidad y juega con la del mundo para hacer una música DJ.

¿Cómo movernos y habitar entonces estas nuevas lógicas culturales?

Lo estamos haciendo, 4.000 millones de personas se mueven en Facebook y Whatsapp, y mal que bien lo hace la abuela, el tío, la persona jurásica lo hace y sabe compartir información y sus creencias. 3.000 millones se mueven en Instagram, Youtube y en Tik Tok, estos son los jóvenes, los zoombies, que se mueven por ahí para encontrar diversión, conexión, estilos de vida. Apenas 300 millones de personas se mueven en Twitter y los medios clásicos de comunicación para crear el club de la pelea entre políticos y periodistas, y creen que hacen eso que llaman opinión pública.
Lo fundamental es preguntarse si queremos viralidad, si queremos ser famosos, para qué queremos serlo, porque la viralidad implica ser súbdito de las audiencias, yo tengo que complacerlas para ser influencer. Frente a las redes sociales hay que aplicar lo de la pandemia: la sana distancia, yo me pongo una mascarilla ante lo que no me gusta, no lo comparto, me lavo las manos, comparto las cosas que me dan valor, que dicen algo de mí. La clave es crear un estilo propio dentro de las redes. Además, hay que ser conscientes de nuestros consumos así como somos conscientes de cómo alimentamos nuestro cuerpo, ser conscientes no para negarse sino para alimentarse mejor. Construir estilo propio creo que es lo más importante en la actualidad. Uno lee, va a cine, va a la playa, baila, se viste, come, va a talleres de redes cool, todo para construir un estilo de vida. Y la coolture es la clave de esos estilos de vida.

Andrea Quintero Angulo

Comunicadora Social y Periodista de la Universidad del Norte, Magíster en Desarrollo y Cultura de la Universidad Tecnológica de Bolívar. En los últimos años se ha desempeñado en cargos de promoción, comunicaciones y relaciones públicas de eventos culturales en Barranquilla como la Feria del Millón Caribe y el Carnaval Internacional de las Artes. Artículos suyos han sido publicados en las revistas Actual, y Latitud de El Heraldo.