
Barranquilla – Puerta de Oro De Colombia. Litografía 1940.
Barranquilla tiene todo el potencial para consolidarse realmente como una “capital de la cultura”. Tiene una enorme riqueza artística, una tradición musical que resuena en todo el Caribe, una historia de resistencia creativa, pero a su proyecto de ciudad le falta visión, compromiso, planificación, y voluntad política.
Barranquilla fue llamada desde el siglo pasado la Puerta de Oro de Colombia; hoy se le conoce también como la Ventana al Mundo. Dos nombres muy “marqueteables”, pero que, en el fondo, sugieren una triste realidad: en más de 200 años de historia, no hemos podido pasar de la fachada. Nos obsesionan las entradas, las ventanas y las vitrinas, pero siempre se nos olvida mirar qué pasa dentro de la casa.
Esto no es un problema nuevo ni una metáfora casual. Barranquilla se ha especializado en construir fachadas. Fachadas físicas, huecas, en nuestros edificios patrimoniales; fachadas digitales, en los cientos de renders que anualmente socializan los administradores de la ciudad; y fachadas simbólicas, reflejadas en una cultura del espectáculo que privilegia la imagen por encima del contenido, el evento por encima del proceso y lo cosmético por encima de una estructura sólida. Una ciudad donde siempre se privilegia el gesto sobre la sustancia. Por eso no sorprende que la Alcaldía se haya gastado 2.000 millones de pesos en contratos con influencers, como lo reveló el portal de noticias La Silla Vacía. Esa inversión y esa preocupación por “la imagen positiva” son apenas consecuentes con el proyecto de ciudad que se ha venido consolidando en la capital del Atlántico.
El descubrimiento de esa millonaria cifra que, como era de esperarse, pasó casi desapercibida en los medios locales es lo que motiva este texto. Pero, en realidad, pude haberlo escrito hace un par de meses, cuando se anunció el aplazamiento del Festival Internacional de Jazz de Barranquilla, Barranquijazz, que suspendió su edición número 29 con la esperanza de reestructurarse y volver en 2026. O pude haberlo escrito en 2022 y 2023, cuando la ciudad decidió no convocar el portafolio de estímulos distritales. O en 2020 cuando el Museo del Caribe se vió obligado a cerrar sus puertas o en 2021 cuando el Museo Romántico también cerró por un largo tiempo debido a la asfixia económica. O cuando el Museo de Arte Moderno se quedó sin sede física. O hace ya casi diez años, cuando cerraron el Teatro Amira de la Rosa. Podría haberlo escrito con cada promesa incumplida al sector cultural; con cada render digital que muestra otro “futuro gran escenario” y se anuncia una inversión millonaria que se queda allí, en anuncios, pixeles y promesas que, incluso si logran volverse realidad, no tienen ninguna garantía de proyección hacia la comunidad, ni solidez conceptual, ni una programación estructurada. Todavía hoy seguimos inaugurando estatuas, mientras los espacios actuales se deterioran y los artistas locales carecen de apoyo. Ha sido una crisis tras otra, aunque en realidad, todas son la misma: la crisis de un proyecto de ciudad que se ha enfocado en crear fachadas y se ha olvidado de los procesos.
La paradoja es amarga: mientras se invierte para que influencers y medios nacionales vendan una imagen moderna, vibrante y global, se apagan procesos que realmente construyen identidad. Mientras se maquilla la ciudad para convertirla en “destino turístico”, se invisibiliza su historia viva, su música, su literatura, sus expresiones barriales, sus colectivos alternativos. Nos vestimos para la foto, pero no hacemos el trabajo de fondo.
Todavía hoy seguimos inaugurando estatuas, mientras los espacios actuales se deterioran y los artistas locales carecen de apoyo. Ha sido una crisis tras otra, aunque en realidad, todas son la misma: la crisis de un proyecto de ciudad que se ha enfocado en crear fachadas y se ha olvidado de los procesos.
Sin embargo, Barranquilla tiene todo el potencial para hacerlo mejor, para consolidarse realmente como una “capital de la cultura”. Tiene una enorme riqueza artística y cultural, una tradición musical que resuena en todo el Caribe, una historia de resistencia creativa, una juventud motivada que sigue creando desde los márgenes, instituciones y grupos culturales independientes que dejan la vida para que la ciudadanía pueda tener una agenda cultural variada y descentralizada. Lo que falta no es talento ni ganas. Lo que falta es visión, compromiso, planificación, voluntad política.
No faltarán los que enarbolando las banderas del libre mercado y la meritocracia dirán que no se necesita el apoyo del Estado en estos casos, pues la respuesta a eso es muy sencilla: Sí se necesita. La cultura es parte de la riqueza de la ciudad, es un bien público que construye identidad, fortalece el tejido social y promueve el pensamiento crítico. Y que no opera siempre bajo la lógica del mercado, porque su valor no es solo económico, sino simbólico. Por eso, debe ocupar un lugar central en la inversión pública. No se trata de trabajar a pérdida, sino de entender la importancia de los retornos intangibles que ofrecen los procesos culturales a la ciudadanía y que tienen un impacto directo en la mejora de la calidad de vida de todos. Y no lo digo yo, lo dicen países como Francia, Italia, España, la Argentina pre-Milei e, incluso, Estados Unidos dónde artistas e instituciones culturales trabajan con dineros públicos o a través de becas y subvenciones estatales.
Pero aquí, mientras los poderosos sigan satisfechos con fachadas vacías y a la ciudadanía le baste con una selfie, todo seguirá igual. Y, si no hacemos nada, si no levantamos la voz ni exigimos más, la ciudad seguirá su marcha inevitable hacia convertirse en un decorado sin alma. Una bonita pared sin nada que la sostenga. Pura fachada. Mientras tanto, la casa se sigue cayendo por dentro.

Álvaro Serje Tuirán
Realizador audiovisual y docente universitario. Cinéfilo y seriéfilo. Magíster en Cine documental de la Universidad del Cine (Buenos Aires). Ha sido colaborador de las revistas Latitud y El Dominical de El Heraldo, Guía Cultural del Caribe, Revista Huellas y Visaje, entre otras. Sus textos pueden ser leídos, además, en el blog de cine Cinismo mágico. Podcaster en @cineclubdelocio.
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