
Foto: Razón Pública.
Los jóvenes que hoy acceden a la educación superior no lo hacen desde la comodidad. Llegan con historias marcadas por el rezago y la desigualdad, y muchos enfrentan la ansiedad, desmotivación o condiciones económicas precarias. ¿Cómo darle una mano a la juventud de nuestro país?
La universidad ya no recibe al mismo tipo de estudiante. Hoy llegan menos jóvenes, con trayectorias más frágiles, expectativas distintas y condiciones personales que exigen una transformación profunda del sistema. El desafío ya no es solo pedagógico: es estructural, emocional y territorial.
El sistema de educación superior colombiano atraviesa una transformación silenciosa pero evidente. Una nueva generación de estudiantes llega con mayores afectaciones emocionales, trayectorias escolares fragmentadas y brechas formativas persistentes. A esto se suma un cambio demográfico ineludible: hay menos jóvenes en edad universitaria, y quienes acceden lo hacen con demandas más diversas. Buscan formatos flexibles, metodologías activas y tiempos de aprendizaje adaptados a sus realidades personales y laborales. Esto pone a prueba la capacidad institucional en todos los frentes. Comprender esta realidad exige ir más allá de las cifras de cobertura y repensar los modelos de acompañamiento, las condiciones de ingreso y las estrategias académicas.
Las evaluaciones estandarizadas siguen siendo esenciales para comprender este panorama. Pruebas como Saber 11, Saber Pro y los análisis de valor agregado permiten observar qué están aprendiendo los estudiantes a lo largo del sistema. Durante la pandemia, Colombia fue el único país de América Latina que mantuvo estas evaluaciones, ajustando sus calendarios, lo que llevó a muchas instituciones a flexibilizar sus criterios de admisión.
Sin embargo, esta flexibilización no debe restarles valor a las pruebas; por el contrario, reafirma su utilidad. Bien utilizadas, son herramientas clave para el seguimiento y la mejora continua de cada estudiante. Aunque el ICFES ha sufrido un debilitamiento institucional —tanto técnico como operativo—, las pruebas siguen siendo insumos fundamentales. No solo orientan los procesos de ingreso, sino que permiten diseñar estrategias de acompañamiento que garanticen trayectorias sostenidas. En un país donde las familias hacen enormes esfuerzos por acceder a la educación superior, el sistema tiene el deber de responder con información, acción y compromiso. Tomar decisiones sin datos es avanzar a ciegas.
Los resultados recientes subrayan esta urgencia. En PISA 2022, el 71 % de los estudiantes colombianos no alcanzó el nivel mínimo en matemáticas, y más del 50 % quedó por debajo del estándar en lectura y ciencias. En Saber 11, los puntajes promedio se mantienen en torno a los 250 puntos, con caídas notorias en matemáticas y lectura crítica. Saber Pro tampoco presenta avances sostenidos: sus promedios han oscilado entre 145 y 146 puntos. A nivel nacional, el índice de valor agregado —que estima el aporte real de las instituciones al desarrollo de competencias— pasó de –4,1 en 2020 a –1,3 en 2022, según datos del ICFES. Aunque el indicador sigue siendo negativo, la mejora progresiva sugiere que el sistema comienza a cerrar, aunque lentamente, la brecha entre el aprendizaje esperado y el logrado.
A este panorama se suma una transformación demográfica. Entre 2020 y 2024, el grupo poblacional entre 17 y 21 años se redujo en más de 140.000 jóvenes, y se proyecta una caída aún mayor hacia 2030. Muchas universidades han tenido que revisar sus estrategias de admisión.
Los jóvenes que hoy acceden a la universidad no lo hacen desde la comodidad. Llegan con historias marcadas por el rezago y la desigualdad. Muchos enfrentan ansiedad, desmotivación o condiciones económicas precarias. Según estudios institucionales recientes, cerca del 40 % de los estudiantes ha enfrentado dificultades académicas —como la pérdida de materias— y uno de cada cinco reporta sentirse excluido o desconectado del entorno universitario. Superaron barreras como colegios con recursos limitados, docentes sobrecargados y aprendizajes interrumpidos por la virtualidad. Sin embargo, las dificultades no terminan al cruzar las puertas de la educación superior.
Frente a esto, el reto institucional es claro: acompañar más y mejor. No basta con ampliar el acceso. Se requieren modelos integrales que incluyan nivelación académica, tutoría personalizada, atención en salud mental y orientación vocacional. Actuar a tiempo puede marcar la diferencia entre una trayectoria truncada y una historia de transformación.
En las zonas rurales, el desafío es aún mayor. La desconexión digital profundiza la exclusión. Más del 40 % de las escuelas rurales siguen sin acceso básico a internet, a pesar de los esfuerzos realizados.
En las zonas rurales, el desafío es aún mayor. La desconexión digital profundiza la exclusión. Más del 40 % de las escuelas rurales siguen sin acceso básico a internet, a pesar de los esfuerzos realizados. Ampliar la presencia territorial, garantizar una conectividad efectiva, diversificar las rutas de ingreso y adoptar modelos híbridos ya no es una opción: son condiciones mínimas para asegurar la equidad.
Las pruebas Saber y los análisis de valor agregado deben usarse para entender mejor a los estudiantes, no para filtrarlos. Identificar sus puntos de partida permite ajustar los programas de acompañamiento institucional y construir trayectorias sostenibles.
Algunas universidades ya están dando pasos firmes en esta dirección: creando unidades de éxito estudiantil con acciones integradas de salud mental, mentorías y acompañamiento académico; diseñando rutas de ingreso diferenciadas para estudiantes rurales y programas intensivos de nivelación; desarrollando modelos híbridos con presencia territorial en zonas de difícil acceso. Estas iniciativas, aunque dispersas, ofrecen señales valiosas de transformación que deben ser reconocidas y replicadas.
Hoy, cuando las trayectorias son más frágiles y diversas, el sistema debe abandonar modelos fragmentados y avanzar hacia un acompañamiento integral. Lo que está en juego no es solo la eficiencia institucional: es la posibilidad real de que cada joven que accede a la universidad encuentre en ella una ruta de progreso y realización personal.
María Victoria Ángulo
Exministra de Educación.
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