El hotel El Prado, inaugurado en 1930 y ubicado en el icónico barrio, esbozaba en su primera época el lema: “Si no pudiese alojarse en él, sonríase al pasar”.
Para rendir homenaje a la memoria del arquitecto y académico barranquillero Carlos Bell Lemus, Contexto publica un aparte de su laureada Tesis Doctoral en donde explora los orígenes, historia y particularidades del emblemático barrio el Prado.
Según Sergio Paolo Solano (1997), hasta las primeras décadas del s. XX, en Barranquilla la actividad urbanizadora empresarial, por lo general, solo se realizaba a través de la venta de solares y delimitación de espacios comunes, pero sin incluir servicios públicos. El mismo autor anota que, en una publicación de la época, se quejaban de que “en la mayoría de los barrios todo es irregular y abandono por parte de los propietarios quienes únicamente se han detenido a cobrar el valor de los solares vendidos, sin pensar en más nada que pueda favorecer a los compradores de terrenos” (p. 92).
Sin embargo, al margen de estas circunstancias de expansión caótica de la ciudad, sin infraestructura, ni regulaciones urbanísticas claras, con problemas de salubridad pública graves, el empresario norteamericano Karl Parrish desarrollaría una iniciativa para hacer una forma de ciudad y trazado urbano diferentes. Emprendería en 1920 la construcción del barrio El Prado, al noroccidente de la ciudad, referenciándose en los barrios-jardín suburbanos que habían florecido en Estados Unidos, influenciados por el movimiento “vuelta a la tierra”,
el cual estaba estimulado por el crecimiento y la miseria de las urbes, la depresión agrícola, la nostalgia, las razones casi religiosas y las actitudes antivictorianas y que floreció de 1880 a 1914 entre la intelligentsia, como una verdadera corriente alternativa. (Hall, 1996, p. 188)
Argumentos que coincidían con las necesidades de bienestar para su familia residenciada en Barranquilla, pues en declaraciones a la prensa local en 1927 Parrish decía:
Hace más de tres años traje a mi señora a Colombia, resuelto a establecerme definitivamente en el país. Ella quedó aquí en Barranquilla con los niños y yo seguí en mis trabajos en las minas de Guamoco cerca de la población de Remedios. Al cabo de algunos meses me escribió que le era imposible vivir en Barranquilla, pues los niños habían enfermado de disentería por tan mala agua del acueducto y ella no podía soportar los mosquitos, vivían en una casa de la parte baja de la ciudad, y resolvió entonces pasarse a esta, tan vieja, en que estamos en este momento. Cuando regresé la encontré instalada aquí ya más tranquila. De ahí nació la idea de “El Prado” desde que vivimos aquí nadie ha enfermado. (Valencia, 2005, p. 21)
Arquitecto, académico, y un entusiasta investigador de la historia y la arquitectura de Barranquilla, Carlos Bell Lemus deja un amplio corpus de trabajos para comprender el pasado de la ciudad y mantener viva la llama de la preservación de su patrimonio arquitectónico.
Es así como en asocio con James F. Harvey, W.D. de Barad, y dos empresarios más de la ciudad, Manuel y Enrique de la Rosa, fundaría el 12 de marzo 1920, la Compañía Urbanizadora del Prado con un capital inicial de $300.000 (Posada, 1998), teniendo claro que su aventura inmobiliaria era posible materializarla gracias a que ahora contaba con las nuevas inversiones en infraestructura, que se habían planificado para la ciudad con el empréstito de los bancos de Illinois, del cual él había sido gestor, y sus empresas, contratantes de las principales obras de desarrollo urbano.
El barrio El Prado fue la experiencia urbanística más novedosa, realizada por el sector privado, para solucionar la crisis de vivienda que padecía Barranquilla en la década de los veinte. Particularmente, resolvía el tema de vivienda a los estratos altos y, en su momento, representaba una expansión de la ciudad del 55,45 % (130 hectáreas) del área total de expansión urbana, frente al 45,31 % del desarrollo tradicional, según datos de P. Ospino (Sánchez, 2003). Su implantación significó una ruptura con la dinámica urbana que llevaba la ciudad hasta 1920, pues la urbanización El Prado se desarrolló, en la periferia del caso urbano, en una finca del mismo nombre; con una elevación promedio de 51 m sobre el nivel del mar. El trazado de las manzanas, en su costado más largo, estaba orientado perpendicular a la dirección de los vientos alisios, por lo que la sensación de confort térmico mejoró en forma significativa, comparada con la temperatura cálida húmeda del Centro, más cerca del río.
Si bien era una propuesta de parcelación de una finca para subdividir en predios de menor tamaño individualizados –como se venía haciendo en la ciudad desde principios de siglo– , lo novedoso de la urbanización El Prado en ese momento fue: 1) generaba una división funcional de la ciudad, dejando los comercios y trasladando, del centro de la ciudad a un barrio periférico, la residencia de muchos comerciantes y empresarios, que habían logrado acumular riqueza con la dinámica comercial de Barranquilla; 2) imponía un conjunto de normas urbanas y de comportamiento social a sus compradores; 3) los lotes eran entregados con servicios públicos instalados y calles asfaltadas; 4) la trama urbana de la urbanización contemplaba áreas libres para parques, bulevares, zona municipal, retiros laterales y de fondo, andenes, antejardines y vías anchas para el automóvil, ampliando el espacio urbano y disminuyendo la densidad de vivienda por hectárea. Esta nueva forma de organizar los espacios urbanos para habitar la ciudad, que asumía la burguesía barranquillera cuando decidió trasladarse a la nueva urbanización, no obstante, su disposición a aceptar “el progreso”, les generaba cierta perplejidad y nostalgia, como lo describe la novelista barranquillera Márvel Moreno (2001):
[…] en el viejo Prado, donde la gente que se reconocía por su apego a remotas tradiciones se había agrupado después de abandonar a la voracidad de los ‘bulldozers’ sus dignos caserones construidos alrededor de la iglesia de San Nicolás, último vestigio de un pasado que sabían ya perdido, pero cuya nostalgia guardaban vagamente en el fondo del corazón. (p. 53)
Bulevar central del barrio El Prado. Foto: Archivo Karl Parrish, Universidad del Norte.
Particularmente, porque ahora la compañía en su “Reglamento de la urbanización El Prado” imponía normas más precisas para emplazar sus viviendas y realizar sus inversiones, a saber:
Artículo 3.- Antes de empezar la construcción de alguna obra en los solares, el interesado tendrá que presentar planos completos y pliego de cargo para el estudio y la aprobación de la Compañía, y no podrá proceder a construir mientras no tenga aceptación por escrito de dichos planos y pliegos de cargo […] Las distancias mínimas que se permitirán entre la línea de propiedad y la línea de construcción son las siguientes: en las calles, seis (6) metros; en las avenidas, ocho (8) metros; y en los bulevares, diez (10) metros. En los casos especiales, se debe consultar con el ingeniero de la Compañía. (Valencia, 2005, p. 88)
El hecho de imponer procedimientos administrativos y normas urbanas implicaba una restricción en la conducta, que a su vez generaba unos códigos de comportamiento y una noción moderna de ética ciudadana. Vivir en la ciudad era pasar de habitante a ciudadano, lo que implicaba obligaciones y deberes, como lo pregonaba la revista Mejoras en su permanente invocación a la necesidad de fortalecer un espíritu cívico. Por otro lado, sobre la base del planteamiento previo de la urbanización, dibujado mediante una serie de líneas y planos abstractos, la compañía urbanizadora les vendía a sus clientes opciones, alternativas e imágenes de futuro que los transportaba a los modelos eclécticos, historicistas y modernizantes de vivienda que ella promovía. Así se describe —desde la ficción de Márvel Moreno (2001) — la atmósfera de una de estas casas del Prado:
Era una casa grande y silenciosa rodeada de un jardín sembrado de acacias. A lo largo de los corredores se alineaban salones y dormitorios cerrados desde hacía muchos años, con muebles que dormían sobre figuras de polvos y jirones de telarañas […] Había gobelinos y alfombras de arabescos repetidos sin fin, y una ventana con vidrios de colores parecida al vitral de una iglesia. (p. 11)
El artículo cuarto del Reglamento de la urbanización del Prado era muy explícito en cuanto a lo que era permitido construir y la imagen de modernidad que se quería:
“Artículo 4. No se permite casa techada con paja ni zinc en ninguna parte ni construcción en bahareque, adobe crudo, ni casa de madera” (Valencia, 2005, p. 88).
Al prohibir materiales de producción artesanal y orgánica, se imponía de hecho una modernización a presión (Fernández, 1990) en la concepción del hábitat. Esos materiales, adaptados al medio ambiente y con claras ventajas bioclimáticas, no clasificaban como saludables para ese entonces. Más allá de su fragilidad constructiva, el problema de su imagen rural y “atrasada” era su desventaja; lo industrializado, las definidas geometrías de sus materiales, el confort, la asepsia, y los estilos históricos extranjerizantes, eran lo que agregaba valor al negocio de la urbanización del Prado.
Ciudad burguesa, habitada por libres, mestizos e inmigrantes, Barranquilla respiraba un cierto aire cosmopolita en esos años, y sus élites, que “no tenían las pretensiones aristocráticas de otras ciudades con sus linajes consagrados en el tiempo”, marcaban diferencias y delimitaban fronteras territoriales. Dinámica social que se incentiva con la aparición del Prado.
De modo que se le dio un impulso a la incipiente industria de la construcción, pues en la construcción de las casas solo eran permitidos y promocionados los materiales industrializados. Ejemplo que se repetirá más tarde en las urbanizaciones Bellavista, Boston, Recreo, Delicias, Paraíso, etc., y que se impondría definitivamente en el plan regulador de 1958. No es de extrañar que Karl Parrish –a través de la Compañía Urbanizadora Bellavista y Parrish Investment Co.– integrara también al negocio de propiedad raíz una ladrillera, y se hiciera al control del aserrío Compañía de Maderas La Industria –el más grande de la Costa colombiana, que producía maderas para la construcción, puertas, ventanas y muebles (Posada, 1998) En cuanto al trazado general del barrio el Prado, se pueden observar influencias de los conceptos de “Ciudad Bella” (Hall, 1996), de moda en los Estados Unidos a principio del s. XX; por ejemplo, en el eje verde monumental estructurado entre las carreras 54 y 58, que generó un bulevar de 100 x 20 m llamado Parque de los Fundadores, terminando en la calle 59 en una rotonda, en cuyo centro se alzaba la estatua de un águila, conmemorativa de los pioneros de la aviación, y en el remate sobre la calle 64 se abría a un parque en cuyo borde inferior se levantaba una estatua de Francisco de Paula Santander. La noción de “ciudad de los monumentos”, de Peter Hall (1996), hacía así su aparición en Barranquilla.
La construcción del barrio El Prado supuso un antes y un después en el desarrollo urbano de Barranquilla. Por sus ventajas de espacio, manejo del clima y posibilidades de arborización, el uso del antejardín se extendió en la arquitectura barranquillera.
Es importante anotar que el ingeniero norteamericano Ray Floyd Wyrick fue contratado por la Compañía Urbanizadora del Prado para que desarrollase un planteamiento de urbanización siguiendo los patrones que se estaban aplicando en los barrios periféricos de California, que incorporaba –por su eficiencia en el reparto de la tierra– una manzana rectangular tipo de 60 x 180; cuadra estrecha entonces de moda en Estados Unidos y que “apenas estaba llegando a Colombia para incrementar la especulación sobre la tierra urbana” (Aprile, 1992, p. 41) Un elemento modernizador que introdujo la compañía fue la implementación del catastro público, tanto para las viviendas y edificaciones como para los lotes, con el que las recién creadas Empresas Públicas Municipales controlarían el cumplimiento de los reglamentos establecidos, y se construía una base tributaria para cobrar el impuesto predial.
Pero el elemento que significó una ruptura fundamental con el modo de urbanizar la ciudad de entonces fue la figura y forma del antejardín. Esta reserva de área verde privada, pero pública en su uso visual y disposición, marcó la diferencia entre la ciudad histórica del s. XIX y lo que sería en adelante la ciudad moderna formal de Barranquilla.
En efecto, a partir de la urbanización del Prado, los nuevos barrios de clase alta, media y obrera, en mayor o menor proporción, incorporarían el antejardín y las normas de retiro, cajas de aires y alineamiento de fachadas. Para el caso del clima de Barranquilla, el antejardín se idealizaba como mitigador de la sensación de calor, y además ofrecía la posibilidad de sembrarle árboles para proporcionar sombra a la vivienda y a los peatones. Circunstancia que fue aprovechada por la Sociedad de Mejoras Públicas para promover masivas e intensas campañas de arborización de los espacios públicos de la ciudad (Mejoras no. 38,1939).
La forma y el método de planificación urbana del barrio El Prado resultaban impactantes tanto para extranjeros como para nacionales. Blair Niles (1924) expresaba la “admirable” planificación del Prado; y, en 1937, Karl Brunner demostraba su “admiración” por la hermosa urbanización del Prado, en carta que le dirigía a José Agustín Blanco, directivo de la Sociedad de Mejoras Públicas, donde explicaba la influencia que tuvo en sus cursos de urbanismo en la Universidad Nacional, y cómo había incluido sus impresiones y conceptos en el segundo tomo de su Manual de urbanismo (Mejoras no. 62, 1941, p. 12). De igual forma, la consideraba como una de las mejores urbanizaciones de Latinoamérica:
La ciudad de Barranquilla cuenta con el barrio más moderno, más extendido en formación homogénea y mejor reglamentado, no solamente de Colombia sino también de varios países vecinos. Yo vi barrios de este tipo de la “Ciudad Jardín Americana” de igual tamaño y perfección en la América Latina, únicamente en las grandes capitales: en La Habana, Río de Janeiro, Buenos Aires, etc. El Prado muestra claramente el gran beneficio de una reglamentación moderna y exigente con respecto a una nueva urbanización. (Mejoras no 60, 1941, p. 39)
La desaparecida mansión de Mares, propiedad de Roberto de Mares, fue construida hacia 1928 en el barrio El Prado en la avenida Once de Noviembre (cra 54) con calle 59.
A partir de la urbanización del Prado, los nuevos barrios de clase alta, media y obrera incorporarían el antejardín y las normas de retiro, cajas de aires y alineamiento de fachadas. Para el caso del clima de Barranquilla, el antejardín se idealizaba como mitigador de la sensación de calor, y además ofrecía la posibilidad de sembrarle árboles para proporcionar sombra a la vivienda y a los peatones.
Eran barrios de ciudad jardín americana –como El Vedado en La Habana, urbanizado por el Ing. Luis Iboleón Bosque, a finales del s. XIX, o el barrio Vista Alegre en Santiago de Cuba, cuyo trazado se inició en 1907 (13 años antes que el Prado) llevado a cabo por Tomás Nicolau–, con el mismo propósito de proveer una mejor calidad ambiental urbana para las nacientes burguesías (Fleitas, 2001). Iguales desarrollos urbanos se llevarían a cabo, en Colombia, con el barrio Prado en Medellín, el barrio Manga en Cartagena, y el Teusaquillo en Bogotá.
Sin embargo, a la urbanización del Prado le hicieron algunos reparos, porque el Concejo municipal consideraba que algunas de las calles y avenidas no tenían la rectitud que entonces se consideraba indispensable. El Ing. Wyrick, autor de dicho trazado, tuvo que asistir a una sesión para explicar los argumentos de cierta curvatura y diagonalidad de algunas calles, con el fin de manejar los drenajes y favorecer la urbanización con una adecuada orientación del viento. Pareciera que lo que no fuera cuadrado, rectangular o rectilíneo operara en contra del sistema establecido. Contra lo bueno y lo bello. Lo predominante de la urbanización del Prado fue lo explicito que resultó su trama para que pudieran circular los automóviles con toda la libertad, propiedad y vanidad que fuera posible en ese momento, pues además de ser un elemento diferenciador y creador de estatus, el poder seductor de ese nuevo vehículo motorizado regiría de ahora en adelante la lógica de la movilidad de la ciudad y su estratificación social.
Ciudad burguesa, habitada por libres, mestizos e inmigrantes, Barranquilla respiraba un cierto aire cosmopolita en esos años, y sus élites, que “no tenían las pretensiones aristocráticas de otras ciudades con sus linajes consagrados en el tiempo” (Archila, 1991, p. 65), sin embargo, marcaban diferencias y delimitaban fronteras territoriales. Dinámica social que se incentiva con la aparición del Prado:
Desde la década de los veinte surgió la segregación racial por zonas residenciales; hasta entonces, y al igual que otras ciudades latinoamericanas, las residencias elitistas originales estaban ubicadas en el Centro y las de las clases bajas quedaban en barrios circunvecinos. Durante los años veinte comenzó el traslado elitista al norte de la ciudad con la creación del Prado, una urbanización elitista de estilo norteamericano construida por el influyente inmigrante norteamericano Karl Parrish. Durante las décadas siguientes el centro de la ciudad se convirtió en una zona comercial, el sur se llenó de barrios populares, en tanto que las clases medias ocuparon espacios en el centro, el norte acomodado y el sur pobre. (Wade, 2002, p. 90)
En la nueva cultura urbana de la demarcación social territorial –la norma como prerrequisito del diseño; la lógica del automóvil como segregador de la ciudad; el predio a predio como subdivisión del área urbanizada; los retiros laterales y de fondo, el antejardín y la zona de cesión municipal para las redes de infraestructura de servicios públicos–, se establecería la lógica de desarrollo de la trama urbana de la ciudad en la segunda mitad del s. XX.
Referencias
SOLANO, S. (1997). La modernización de Barranquilla (1905-1930). Barranquilla: Academia de la Historia de Barranquilla.
HALL, P. (1996). Ciudades del mañana. Historia del urbanismo en el siglo XX. Barcelona: Ediciones del Serbal.
VALENCIA, I. (2005). Tres barrios en la historia de Barranquilla: El Prado, Las Nieves y San Isidro, 1920-1940. Barranquilla: Universidad del Atlántico.
POSADA E. (1998). El Caribe colombiano: Una historia regional (1870-1950). Bogotá: El Áncora.
MORENO, M. (2001). Cuentos completos. Bogotá: Norma.
FERNÁNDEZ, C. (1990). Arquitectura y modernidad apropiada. Santiago de Chile: Ed. Universitaria.
APRILE, J. (1992). La ciudad colombiana. Siglos XIX-XX. Bogotá: Banco Popular.
FLEITAS M. (2001). El proceso de urbanización de Santiago de Cuba en el período 1868- 1930. Santiago: Universidad de Oriente.
ARCHILA, N. (1991). Cultura e identidad obrera, 1910-1945. Bogotá: Ediciones Cinep.
WADE, P. (2002). Música, raza y nación. Bogotá: Vicepresidencia de la República de Colombia.
*Aparte originalmente titulado Trazado de la Urbanización del Prado, contenido en la Tesis Doctoral titulada “Barranquilla, modernización y movimiento moderno (1842 – 1964)”. Bell Lemus, C. (2014), presentada a la Facultad de Artes y Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia.
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Carlos Bell Lemus
(1955 – 2022). Doctor en arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia, Magister en Proyectos de la universidad del Norte, Especialista en planeación y gestión urbana regional de la Esap y Uniatlántico, Profesor titular de la facultad de arquitectura de la Universidad de la Atlántico. Entre sus principales publicaciones se encuentran: La ruta Carrerá. Editorial El Heraldo (2016). Barranquilla y la modernización del delta del río Magdalena (1842-1935). Universidad Santo Tomas (2014). Barranquilla en busca del centro. Revista Texto, Universidad Nacional.(2009). Industria, Puerto y Ciudad (1870-1964). Revista Apuntes Vol. 21 Universidad Javeriana. 2008. El Movimiento Moderno en Barranquilla (1946-1964). Universidad del Atlántico. (2003). Los Movimientos Sociales y su incidencia en la Estructura Urbana de Barranquilla (1960-1990). Universidad Nacional sede Medellín. Barrio de vida urbana integral para familias de microempresarios. Fundación Corona (1992).