Foto: Castle Tours.
En La Guajira la muerte se entiende de manera distinta, los momentos del duelo y el velorio son un ejemplo de cohesión familiar y de la comunidad ante la pérdida de un amor infinito.
En el siglo XVIII las autoridades españolas consideraban a La Guajira una región de indígenas levantados, que comerciaban con los enemigos de la Corona española y que carecían de Dios y de ley. Mientras en México y en Perú los indígenas construyeron los grandes mitos de sus naciones, en Colombia, la rebelión wayúu de 1769 no ha entrado a los manuales de historia ni a la historia mítica colombiana. El estigma contra La Guajira ha crecido por cuenta de la corrupción en el ámbito local en contubernio con órganos de control nacional.
En nuestra época, no existen las relaciones de vecinos y la soledad se ha convertido en un problema de salud pública. Japón, que tuvo 20.291 suicidios en el 2020, creó el Ministerio de la Soledad para atender los suicidios y la ausencia. En este sentido, un aspecto inédito de la riqueza espiritual y emocional de La Guajira se expresa en el duelo y el velorio. La manera de entender la muerte sigue siendo distinta, con sus discursos simbólicos que ayudan a cohesionar a la familia y a la comunidad ante la pérdida de un amor infinito.
En la funeraria, se presentan cientos de personas a dar el pésame. No solo es la palabra viva, sino un cálido abrazo como bálsamos contra el dolor. Muchas personas brindan consolación y solidaridad a los familiares, guardando, “por consideración”, el luto o poniendo la música bajita si son vecinos. Familiares de Uribia se presentan con el almuerzo, chivo y bollo, una delicia local, para todos los asistentes al velorio; otros te invitan a arroz de camarones para tu familia y todos los asistentes. En aquellos primeros días, cuando te enfrentas con la ausencia, la ruptura y los monumentos del dolor como la ropa y las fotografías de días felices de tu madre fallecida, a tu casa llegan los familiares de todas partes, amigos y vecinos a ofrecer su compañía para ayudarte a pasar los “puentes”, los caminos transicionales entre la vida y la muerte.
En esos días, la vecina te recuerda las travesuras de tu madre de casi cien años, que se comía cuatro mangos en una sentada. Todo ello es un refugio temporal. Es toda la sociedad protegiéndote de la tristeza y la desolación.
En esos días, el humilde vigilante te recuerda las anécdotas de tu madre, el vendedor de pescado se esmera en decirte palabras de consuelo, la vecina te recuerda las travesuras de tu madre de casi cien años, que se comía cuatro mangos en una sentada. Todo ello es un refugio temporal. Es toda la sociedad protegiéndote de la tristeza y la desolación, y que se conmueve al ver que el otro está sufriendo.
Se cumplen de manera rigurosa las Nueve noches, se reza el Rosario en la casa. Todos los días te visitan como una manera de decirte que no estás solo, darte una acogida espiritual y oran con los tuyos. En la última noche del Novenario, a tu casa va un seminarista a realizar el levantamiento de ritual. En la medida que va rezando, se retiran los símbolos: el agua que es vida, la vela encendida que ilumina el mundo de las tinieblas y otros objetos sagrados. Parafraseando al etnólogo Michel Perrin, el duelo y el velorio son una manera de tener “un conocimiento fino e íntimo de la sociedad”.
Reconforta pensar que nuestros amores infinitos perdidos por la muerte regresarán en forma de sueños.
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Vladimir Daza Villar
Magister en Historia de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Su área de estudio es la historia económica colonial del siglo XVIII y la etnohistoria. Es fundador del Archivo Digital de fotografía histórica de la Universidad de Caldas, donde es profesor de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales.