Foto: Jonatan Borba. Unsplash.
Cuando los padres, madres y cuidadores son afectivos, brindando con moderación autonomía en niños y niñas, los pequeños lograrán obtener satisfacción en sus logros.
Este es uno de los interrogantes que con frecuencia se plantean muchos padres, madres y cuidadores, y representa el anhelo y la necesidad de los mismos por mejorar la relación con sus hijos e hijas; sin embargo, ¿en realidad se necesita aprender a ser padres?, estamos seguros que el sentido de lo que esto implica se podrá dar si existe un conocimiento por parte de los padres o cuidadores sobre el desarrollo infantil como base para una educación emocional e integral.
Esta comprensión tiene como propósito que padres, madres y cuidadores logren el conocimiento del proceso de desarrollo psicoafectivo, de tal forma que se generen acciones adecuadas para proteger y promocionar la salud mental y con ello prevenir trastornos emocionales.
Para ello, es importante entender cómo este proceso inicia y se constituye mediante el hermoso encuentro de vinculación del bebé con sus padres y cuidadores, que va permitiendo a través de los cuidados, satisfacción de necesidades y expresiones afectivas, disminuir las tensiones de su mundo interno e ir construyendo la seguridad, la confianza y con ello el reconocimiento del otro, consolidando así las bases de las relaciones afectivas.
El ser humano nace con una carga biológica y se constituye como sujeto a partir del otro, la madre, el padre o sustitutos, quienes, mediante las funciones de cuidado, amor y sostenimiento, permiten que el niño y la niña pasen de la indefensión que caracteriza los primeros meses de vida, a la estructuración psíquica, motora, lingüística, cognitiva y social, hasta convertirse en sujetos de la cultura.
El componente afectivo, desde el inicio del desarrollo, permite el proceso de maduración cognitiva y el desarrollo de la capacidad para amar, relacionarse y preocuparse por el otro. Esto solo es posible si se cuenta con un adulto que sostenga al infante adecuada y amorosamente, y que dé respuesta a sus diversas necesidades.
El bebé atendido en sus necesidades biológicas, logra un nivel de satisfacción y disminución de la tensión, pero al mismo tiempo, si es sostenido amorosamente, modifica los modos de funcionamiento instintivos a necesidades afectivas de relación con el otro. Es así como muy pronto el bebé ya no llora solo por el hambre, sino que también lo hace por su madre o cuidador. Estas son las bases de la constitución psíquica, el primer peldaño hacia la subjetividad.
Desde el nacimiento, el bebé tiene sensaciones que luego se van transformado en expresiones de rabia y amor, entre otras emociones, al mismo tiempo se va estableciendo el vínculo con la madre y/o sus figuras sustitutas. Las expresiones afectivas que la madre y el padre brindan, dan tranquilidad al bebé, con lo cual disminuyen las reacciones de rabia o displacer mediante acciones de pacificación social como el arrullo, el cantar, el mecerle, haciendo que poco a poco disminuya el llanto y así va logrando un vínculo afectivo de seguridad y confianza, con el que logrará más adelante, una regulación emocional.
La educación emocional permite el conocimiento de sí mismo, la resolución de conflictos y el desarrollo de la identidad mediante un proceso continuo y permanente que promueve el desarrollo de habilidades para la vida.
No obstante, durante el segundo momento de desarrollo, el bebé que viene funcionando con el principio del placer debe empezar a entender que no todo es cuando quiere, que no todo se puede, que no todo es placer; debe empezar a aprender a esperar, a postergar el placer, a regular emociones, a aceptar que existen normas que cumplir para entrar al mundo de la cultura, esto es lo que se conoce como proceso de socialización, lo cual genera frustración y agresión, la famosa pataleta que se convierte en otra conducta a socializar.
Cuando los padres, madres y cuidadores son afectivos, otorgando grados moderados de autonomía en los niños y las niñas; cuando se adelantan a la frustración mediante la puesta en palabras de los deseos del niño y la niña versus lo que se espera enseñar, entonces ellos y ellas lograrán satisfacción en sus logros y en el ejercicio de la regulación.
Por el contrario, cuando los padres o cuidadores fracasan en su función; cuando no comprenden las necesidades de los niños y las niñas; cuando se tornan agresivos, maltratadores o negligentes, aparecen defensas primitivas frente a la agresividad, con la representación de cuidadores con características inadecuadas de las cuales tienen que defenderse, generándose un vínculo con ellos ambivalentes y hasta desafiante.
Es así como se hace necesario entender que el proceso de consolidación del Ser es una construcción entre muchos. Como dice el proverbio africano: “para educar a un niño se necesita una tribu” y que, además de ello, la educación emocional permite el conocimiento de sí mismo, la resolución de conflictos y el desarrollo de la identidad mediante un proceso continuo y permanente que promueve el desarrollo de habilidades para la vida, las competencias emocionales, el fortalecimiento de la autonomía, de la capacidad para elegir, de expresarse con seguridad y confianza, logrando reconocerse en medio de la diversidad y bajo un ambiente de amor, respeto, camaradería y espontaneidad, otorgando los límites que se necesitan para vivir en sociedad. No se trata entonces de enseñar a ser papás, se trata de enseñar sobre el proceso de desarrollo de los niños y niñas.
Ana Rita Russo
Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad de Salamanca (España), Psicóloga de la Universidad del Norte con formación en Psicología Clínica. Se desempeña como profesora y tutora de postgrado en Psicología Clínica, y directora de la Maestría en Psicología Clínica de la Universidad del Norte.