Margarita Garcia

El Nobel costeño Gabriel García Márquez fotografiado por Daniel Mordzinski.

El fotógrafo argentino Daniel Mordzinski estuvo en Colombia presentando su libro Color Cartagena (Planeta), una colección de algunas de sus fotos icónicas, esas con las que durante 20 años ha registrado el Hay Festival de esa ciudad. Conversamos con él sobre los secretos de las fotos que ha hecho a grandes escritores y autoras contemporáneas.

Irene Vallejo con sus brazos en alto desplegando un pañolón que, con el viento, parecen sus alas sobre un baluarte. Leonardo Padura con el torso desnudo sobre una muralla, las manos en la cintura, el aire heroico. Mario Vargas Llosa escribiendo a mano, a la luz de una vela y bajo la sábana en su habitación del hotel Santa Clara. Ida Vitale y sus 97 años sobre una motocicleta en Getsemaní. Gustavo Tatis Guerra, Alonso Sánchez Baute y Juan Gossaín sobre paredes ocre y coral. Entre tantos, García Márquez sentado en la cama de su cuarto de la casa del Baluarte de Santa Clara, aquella foto famosa color nostalgia, un nobel mirando a la ventana.

“¿No me haría una foto con Gabito?”, le pregunta Mercedes Barcha a Mordzsinski. Él le pide que se ponga detrás de su esposo, con un abrazo ligero, las manos de ambos en el pecho de él, la mirada de la mujer que se asoma tímida. Es la última foto que le hizo el argentino, allá en 2010, el privilegio fugaz de capturar con su lente a uno de los titanes de la literatura en español.

Así lo narra en uno de los textos que acompañan las fotos de Color Cartagena, una exquisita  —y, con certeza, difícil— selección de los registros que durante veinte años ha hecho de escritores, autoras y otras figuras que han pasado por el festival de la literatura y las artes más importante del mundo.

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Irene Vallejo parece volar en las murallas de Cartagena. Foto: Daniel Mordzinski.

Todo comenzó con Bogotá 39, cuando se escogió a la ciudad como capital mundial del libro. Héctor Abad Faciolince le escribió a la directora internacional del Hay Festival recomendándole a Daniel, “no porque es muy buen fotógrafo ni porque es mi amigo, sino porque sé que va a ser importante para el evento”, afirmó Abad. “Me invitaron a Bogotá 39 y no me fui más”, evoca Mordzinski.

Es cierto: se quedó haciendo clics, con la palabra que organiza el mundo, esa con la que le pidió a Joan Manuel Serrat que se apretujara en una hamaca con Joaquín Sabina, la que hizo saltar a Totó la Momposina en un gesto socarrón y a Luis Sepúlveda ponerse guantes de boxeo. 

Ya sabemos de una de las últimas fotos que le tomó a García Márquez… ¿y la primera? “Mi primer editor fue colombiano, la mítica Norma, una editorial familiar independiente. Yo tenía la idea de hacer este libro que se llamaba, se llama y se llamará La ciudad de las palabras, con textos de escritores latinoamericanos a los cuales les pedía, por irreverente, por joven o mal educado, que dijeran por qué nosotros los latinoamericanos amamos París. Era algo que yo intentaba decir en imágenes, pero no encontraba las palabras justas”, recuerda el fotógrafo argentino. 

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Vecinos de hamaca, Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina sonríen bajo el lente del fotógrafo argentino.

Les pidió a unos cuantos que le escribieran una paginita. “El autor que me faltaba para que el libro fuera —pensaba yo— perfecto, era Gabo. Empecé a averiguar quién era amigo para poder llegar a él; hablé con Plinio Apuleyo Mendoza y el gran Gaviero, Mutis, que nos adorábamos. Álvaro lo llamó y me dice: ‘Aceptó. Ambos estamos invitados a un festival literario en la ciudad de Biarritz. Me pide que te vayas para allá, que reserves un hotelito, que me pases el número de teléfono y él te va a llamar’. Hoy le hubiera dicho: ‘Estás loco’, pero en el año 91 me tomé un tren, me fui a Biarritz, me busqué un hotelito muy barato porque todo era muy caro en esa ciudad marítima de gente muy pituca, y le pasé a Álvaro Mutis el número del hotel”.

Esperó durante horas, mirando el teléfono: ¡suena, por favor! No pudo salir a conocer la ciudad “porque imagínate que salgo y suena. Al final me llama Gabo y me dice: ‘Mutis lo debe querer mucho, porque insistió en que yo lo llamara. Bella ciudad, ¿no es cierto?’. Le digo: ‘Sí, esta mañana salí a caminar y me sentí transportado a esa ciudad que usted tanto ama, Cartagena de Indias’”. Dice que quería parecer inteligente; siendo apenas un muchacho se había equivocado diciendo estupideces con Borges y con Cortázar. “Me pregunta si se pone corbata o no; yo no tenía ni idea de qué decirle. Vuelvo a mi paseo matinal ficticio y le digo: ‘Pues, ¿sabe qué? Como esta ciudad me recuerda tanto a Cartagena, no se ponga corbata’”. 

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Daniel Mordzinski fotografiado por Silvio Rodríguez. Portada de su libro publicado por Editorial Planeta.

A ese festival también estaba invitado Santiago Gamboa, un amigazo a quien conoce hace más de treinta años. Cuando Mordzinski le contó que iba a verse con García Márquez, Gamboa le suplicó que los presentara. Le contó dónde iba a tener la cita: “‘Vamos a hacer un deal: tú no jodes, me dejas hacer las fotos en paz y al final yo voy a tomar esta callecita y tú me vas a esperar ahí’. Terminamos las fotos, caminamos por la playa y cuando nos estamos despidiendo, aparece Santiago. Los presento y Gabo se da cuenta inmediatamente de que no es una aparición casual. Me mira algo serio, pero le dice: ‘Estoy leyendo su novela Páginas de vuelta y me está gustando mucho’”. Ahí nació algo.

Regreso a Color Cartagena. Resulta conmovedor encontrarse con las fotos de quienes ya no están: Collazos, Burgos Cantor, Piglia, Monsiváis, Fuentes… Mordzinski hace parte de la generación afortunada que vio a los grandes hacerse grandes y nos dejó su registro entre calles, balcones, puertas y ventanas del Corralito de Piedra, ciudad heroica y amurallada, tesoro de letras e historias. 

Pasamos las páginas y se detiene en una foto: “Cuando se murió mi hermanito Luis Sepúlveda (escritor y cineasta chileno), mi mejor amigo, el padrino de mis hijos, el culpable de que haya caído en una horrible tristeza, empecé a atravesar el duelo”. Una pausa sentida: “Cuando desaparece una persona que has querido mucho, tal vez el arte puede ser un mecanismo para recuperar trocitos de vida. El arte me ha enseñado a mirar lo que ya no existe, a comprender que el pasado es un lugar donde siguen pasando cosas en presente”. 

Dice que la literatura es eso, y que tal vez esos trocitos de vida que puede recuperar un libro de fotografías también sanan: “Yo quería evocar, convocar y darles protagonismo a aquellos autores que han sido tan importantes para nosotros los lectores. Muchas veces, desgraciadamente, cuando un autor fallece ya no se hacen nuevas ediciones de sus libros; esa es una doble muerte. Mientras los sigamos leyendo, los autores nunca mueren. Es lo que hago también en mis libros: intento tener memoria”. 

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La escritora y actriz argentina Camila Sosa Villada, fotografiada en 2022 por Daniel Mordzinski.

Muchas veces, desgraciadamente, cuando un autor fallece ya no se hacen nuevas ediciones de sus libros; esa es una doble muerte. Mientras los sigamos leyendo, los autores nunca mueren. Es lo que hago también en mis libros: intento tener memoria. 

Reconoce que toda selección es caprichosa, arbitraria y parcial. Cuando empezó a imaginar la estructura narrativa de este libro tenía miles y miles de fotos, pero debía tomar una decisión: “Yo quería un libro diferente, un libro feliz. Borges, un sabio de frases contundentes decía que un libro nos tiene que llevar siempre a la felicidad. Y en ese libro feliz yo no podía mostrar solamente fotos; tenía que ponerle textos y divertirme yo primero. ¿Viste que hago una autoentrevista donde celebro las buenas preguntas?”. Se ríe.

Le pregunto por el título. Él quería que este fuera su mejor libro, así que ha trabajado, pensado y razonado todo: “Creo que hay toda una paleta de tonos en Cartagena, que es única. Ese mar de letras, ese mar Caribe”. 

Vuelve a pasar las páginas y me muestra las paredes, el cielo, las puertas, las murallas: esos son los colores Cartagena. Se encuentra con una foto de Liniers y sonríe: “¡Mira qué linda esta foto!”. Luego, la imagen de la escritora ucraniana Victoria Amelina: “Esta me encanta. A ella la asesinaron. Estaba con Héctor Abad (Faciolince) y con Catalina (Gómez Ángel) en un restaurante; Héctor le cambió de asiento porque escucha mal de un lado, y se murió ella y no Héctor”. Suspira. Observa otra foto con el corazón hondo y dice: “Aracataca”. Vuelve a sonreír frente a su libro feliz.

Juan Camilo Rincón

Periodista, escritor e investigador cultural.

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