
Foto: Caracol Radio.
El reto es cómo crear las condiciones para que haya más y mejor oferta de trabajo asalariado a más personas.
Solo 37 de cada 100 trabajadores en Colombia son asalariados formales, es decir, personas que trabajan a cambio de un salario para empleadores que realizan los aportes obligatorios a los sistemas de salud y pensiones.
De los trabajadores que no son asalariados formales, 6 de cada 100 son independientes o por cuenta propia que realizan mensualmente contribuciones a los sistemas de salud y pensiones, o sea, son trabajadores “formales”, 3 de cada 100 son empleadores, 52 de cada 100 trabajan para un empleador o por cuenta propia sin estar protegidos bajo un sistema de seguridad social contributivo y sin recibir prestaciones, y 2 de cada 100 son trabajadores sin pago.
Estas cuentas, que salen de la Gran Encuesta Integrada de Hogares del Dane, son útiles para pensar cuáles son las reformas necesarias de los marcos regulatorios que les dan forma al mercado laboral y a la calidad del trabajo de la gente. Al final, lo que quisiéramos es que todo trabajador tenga acceso a un trabajo que le permita vivir tranquilamente. Se habla mucho de un trabajo “decente” y está bien preguntarse qué es eso desde el punto de vista de las personas y de la sociedad. Uno quisiera, por supuesto, que a todo el mundo le alcance lo que recibe por su trabajo para cubrir sus necesidades básicas y las de sus seres queridos, de manera que las carencias no le roben ancho de banda para planear su vida y perseguir sus sueños. Cada cual tiene su propia definición de lo que son sus necesidades básicas, lo que añade una capa de complejidad a esta conversación. Pero pensemos que lo mínimo es tener con qué pagar por techo, servicios y mercado, y que haya tiempo para disfrutar ratos de ocio con la familia y amigos.
Además del ingreso, hay otras dimensiones de la calidad del trabajo que importan. Por ejemplo, qué tanto le gusta a uno lo que hace, qué tan lejos está el lugar de trabajo de la vivienda, qué tanto se adapta el horario de trabajo a las necesidades personales o de la familia, y qué tan estable es la situación laboral. Y claro, también qué tanto el arreglo laboral reconoce el derecho al descanso y garantiza una protección ante los riesgos de enfermedad, incapacidad o desempleo. Cuando se entra en debate sobre la necesidad de reivindicar los derechos de los trabajadores, usualmente se hace referencia a esto último, que sin duda hace parte de la conversación.
El mayor reto está en cómo crear las condiciones para que haya una mayor y mejor oferta de trabajo asalariado que alcance a un mayor número de personas. Eso requiere ajustar el foco.
Lo complicado es que históricamente se parte de dos supuestos equivocados: que la mayoría de los trabajadores son trabajadores asalariados formales y que todos los empleadores están en capacidad de cumplir con las obligaciones que impone la ley y es posible obligarlos a ello. Sobre lo primero, las cuentas que presento arriba muestran que no es cierto. Sobre lo segundo, vale la pena volcar la mirada al tamaño de la empresa promedio. Cuando se habla de empresas en nuestros países se piensa casi siempre en los negocios gigantes que alimentan la riqueza de unos potentados. Pero lo cierto es que solo 30 de cada 100 trabajadores se encuentran empleados en negocios de más de 10 trabajadores y las empresas gigantes son una minoría. La mayor parte del empleo lo aportan empresas muy pequeñas, de menos de 5 trabajadores, o empresas unipersonales, que no cumplen con las obligaciones de ley porque físicamente no pueden asumir los costos que eso representa.
Con esto, uno se pregunta qué conseguiría una reforma laboral enfocada en mejorar la calidad del trabajo asalariado formal y la respuesta rápida es: muy poco. Hay espacio para mejorar los marcos normativos y asegurar el respeto por los derechos básicos de los trabajadores asalariados formales. Pero el mayor reto está en cómo crear las condiciones para que haya una mayor y mejor oferta de trabajo asalariado que alcance a un mayor número de personas. Eso requiere ajustar el foco.
*Texto publicado en la sección de opinión del diario El Tiempo.
Marcela Melendez
Economista jefe adjunta para América Latina y el Caribe en el Banco Mundial.
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