Promover la participación ciudadana desde temprana edad, una tarea para el cambio.
La escuela no solo ha sido concebida para trasmitir la cultura, sino también para transformar la sociedad. Por eso tiene la misión de formar ciudadanos críticos y responsables, que sean capaces de fortalecer la democracia y transformar la sociedad, lo que induce a preguntarse: ¿cómo puede la escuela afrontar este enorme desafío?
Ciertamente, la escuela tiene una posición preminente dentro de las instituciones del estado que buscan involucrar a los ciudadanos en los asuntos públicos, por esa razón se puede afirmar que la educación escolar tiene una función política: educar en su seno a la nueva generación de ciudadanos.
Por lógica vía de consecuencias, los estudiantes se educan en política en las instituciones educativas, pues así pueden comprender el sistema político de su sociedad, aprender los principios y valores democráticos y participar activamente en los asuntos de interés común, ejerciendo con suficiencia la ciudadanía.
Para alcanzar estos objetivos, el currículo de educación política comprende la educación cívica, las ciencias sociales y el aprendizaje de una serie de competencias personales y sociales que son indispensables para vivir en una democracia. A lo que se adiciona hacer de la escuela una comunidad justa y democrática.
En la escuela, las voces y propuestas de los estudiantes son escuchadas y tienen repercusiones en el quehacer escolar.
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En la escuela, las voces y propuestas de los estudiantes son escuchadas y tienen repercusiones en el quehacer escolar. De este modo los estudiantes se convierten en los protagonistas centrales de la comunidad, con el derecho y la responsabilidad de participar en las decisiones de la escuela que afectan sus vidas.
De lo que se trata entonces es de priorizar la ciudadanía participativa como elemento fundamental del modelo de democracia participativa. Buena parte del esfuerzo de la educación en política se dirige a fomentar el civismo democrático y la inteligencia social democrática del aprendiz.
Obviamente, para la formación democrática de los estudiantes se necesitan maestros competentes que, con sensibilidad moral, creen las condiciones internas que den paso a una comunidad educativa reflexiva, abierta al cambio y dispuesta a contribuir con la transformación de la escuela y su entorno social.
Esto conlleva a transformar la escuela en un verdadero laboratorio social en donde los estudiantes pueden reflexionar, dialogar, deliberar, llegar a acuerdos, formular proyectos comunes y trabajar de forma cooperativa para hacerlos realidad. Aprender de esta forma es aprender a vivir en democracia.
Por supuesto, la formación de una ciudadanía autónoma y critica no es responsabilidad exclusiva de los maestros; también la familia y otros actores del entorno escolar deben hacer parte de este proceso educativo. Cada uno debe asumir esta tarea de acuerdo con sus posibilidades y campos de actuación.
Ahora, está más claro cómo se puede formar una ciudadanía crítica y responsable. Pero cuidado, este esfuerzo puede naufragar cuando la educación política cae en desviaciones tendenciosas o la enseñanza se pone al servicio del adoctrinamiento político. Se debe evitar esta tentación “educando en política y rechazando la política en educación”.
Julio Antonio Martín Gallego
Magíster en educación, especialista en filosofía contemporánea e ingeniero mecánico de la Universidad del Norte. Investigador y consultor especializado en procesos de cambio educativo y aprendizaje organizacional.